Por MARÍA DEL PILAR
CAMARGO CRUZ
Redacción
ELTIEMPO.COM
@PilarCCruz
pilcam@eltiempo.com
“Son los actores
principales en la búsqueda de cadáveres no identificados. Los caracteriza la
humildad, la experiencia, la valentía, el carácter y la nobleza. Luchan contra
imaginarios y prejuicios sociales. Son fuertes emocionalmente. Se exponen a
riesgos. Concilian entre lo divino y lo humano, entre lo espiritual y lo
material. Aun siendo invisibles se han ganado el reconocimiento silencioso de
su comunidad. Ser sepulturero es toda una historia, un aprendizaje, un misterio,
una herencia y un legado”.
Esta cita,
pronunciada por un funcionario del Ministerio del Interior el pasado 6 de
noviembre, la escucharon 29 sepultureros del país, quienes por primera vez
recibieron un reconocimiento por conservar en el mejor estado posible los
llamados NN.
Colombia tiene
pendiente encontrar 9.968 cuerpos sin vida de personas que solo hasta el 2011
fueron identificadas. En esa meta, los sepultureros son indispensables. “Han
conservado los cuerpos de forma anónima e invisible (…) Si ellos no conservan
el cadáver, ¿cuándo se le va a dar una identidad al cuerpo si no existe?”, se
pregunta Jenny Martínez, coordinadora del proyecto ‘Búsqueda de cadáveres no
identificados en cementerios’.
Nadie sabe cuántos
sepultureros hay en el país. Las cifras que existen parten de una muestra de
163 cementerios –ubicados en 138 poblaciones─, los cuales hacen parte de los
1.105 camposantos que, según el Ministerio de Salud, hay en 724 municipios.
De acuerdo con el
estudio ─liderado por la cartera del Interior─, en cada cementerio trabajan en
promedio cuatro personas. El número de sepultureros asciende a 222. Sus edades
oscilan entre 20 y 80 años, y en promedio, han estudiado hasta séptimo grado de
secundaria. No obstante, algunos son universitarios.
“Hemos encontrado
unas historias de vida increíbles, pero también hemos concluido que tristemente
se nos olvidó que existen y laboran. Son personas y no un objeto más del
cementerio. Hay lugares en los que a ellos ni los saludan. A veces los miran
como si estuvieran contaminados. Es un trabajo que alguien tiene que realizar y
ellos lo están haciendo”, relata la funcionaria.
La pobreza y el
desempleo son los flagelos más comunes que han vivido los sepultureros, cuentan
los antropólogos del Ministerio del Interior que recorren los cementerios y
conversan a diario con los empleados de estos lugares.
“Hemos visto personas
paradas en las entradas de los cementerios esperando a quién van a enterrar
para ofrecer sus servicios… De eso viven. Algunos se capacitan, otros son
completamente analfabetos. Hay algunos que son la tercera o la cuarta
generación de sepultureros en sus familias. Hay otras personas que no
encontraron empleo y el sacerdote les dio la oportunidad. Hay otros que
prácticamente han hecho con las uñas espacios especiales para los cadáveres no
identificados”, cuenta Martínez.
¿Una responsabilidad compartida?
Históricamente, en
criterio de Martínez, la Iglesia católica ha estado al frente de quienes
practican este oficio. No obstante, la Conferencia Episcopal reconoce que no
hay estudios sobre esta población. “Ese tema es responsabilidad de cada
diócesis o parroquia. Cada una de las 77 jurisdicciones eclesiásticas del país
es autónoma”, aclara monseñor José Daniel Falla, secretario general de la
Conferencia.
Falla anota que ser
sepulturero va más allá de un oficio. “Es un servicio a la persona que parte de
este mundo. Es una figura muy importante porque hace una labor humanitaria”.
Explica que hay dos tipos de sepulturero: el que trabaja en un pueblo o en una
vereda y el que labora en las urbes. “En los municipios pequeños no muere mucha
gente.
Allí los sepultureros
lo son por vocación. En cambio, algunos sepultureros de las grandes ciudades lo
son por tener una forma de vivir. En esos casos tiene que haber un contrato de
trabajo con sus prestaciones sociales”.
Señala que el Estado
se ha desentendido en algunos lugares del país y en esas circunstancias la
institución religiosa queda a cargo. “La Iglesia hace la labor porque el Estado
no cumple su función o no la cumplió en otros momentos de la historia”,
insiste.
Derechos, en la cuerda floja
Según las cifras de
Mininterior, de los 222 operadores entrevistados, 166 están vinculados al
servicio de la salud y al Sistema de Riesgos Laborales (ARL).
Frente a la
contratación, 96 sepultureros tienen contrato indefinido, mientras 74,
definido; y 33, informal. Solo 11 operarios trabajan sin ninguna vinculación.
Martínez los llama “trabajadores de buena voluntad”. Hay cientos en el país de
estos últimos, quienes posiblemente pertenecen a los llamados cementerios
comunitarios.
La cartera de Salud
recuerda que los sepultureros deben estar dotados con “todos los implementos de
protección requeridos para (…) las operaciones de manipulación de cuerpos,
restos óseos o restos humanos (…) hornos crematorios y (…) residuos sólidos y líquidos”.
Al respecto, Martínez
asegura que las administraciones de cementerios más organizadas se han
preocupado por dar los equipos de seguridad, pero advierte un “choque cultural”
que podría representar un peligro para la salud de esta población. “Hay zonas
en las cuales, el que tú uses guantes y careta, es como ser “menos hombre”.
Supuestamente, es más valiente la persona que se enfrenta directamente al cuerpo
que la persona que se cubre”.
La funcionaria
también apunta que el consumo de alcohol es frecuente en este gremio. “Ellos
recogen todas las emociones de las familias (…) ‘recepcionan’ todas estas
sensaciones encontradas, sentimientos, pero como se nos han olvidado, llega un
punto en el cual, como personas que son, se cansan y se saturan. El consumo de
alcohol se debe también a nuestra cultura, según la cual, en el marco de la
muerte se celebra y se brinda en honor del fallecido”.
Un acompañamiento
psicológico y espiritual para quienes practican este oficio es necesario, en
opinión de monseñor Falla. “Ellos resisten el llanto de todas las personas que
despiden a sus seres queridos”, dice.
Las amenazas, por
parte de grupos armados ilegales, también hacen tambalear el oficio. “Los
sepultureros han tratado de ser conciliadores. En ese punto, la Iglesia
Católica ha hecho una muy buena labor, intermedian y recuerdan ese proceso
cristiano de darle sepultura a una persona, independiente de lo que haya sido”,
explica Martínez.
“Las amenazas también
provienen de jíbaros que utilizan los cementerios para consumir (…) Se genera
todo un foco de violencia. Los sepultureros tratan de mantener a raya a esta
gente, pero llega un punto en el cual no pueden controlarlos, hay lugares que
tristemente están muy, muy, abandonados”, agrega la funcionaria.
Preparados vs. empíricos
En el estudio, 116
sepultureros afirmaron estar capacitados, mientras 104 admitieron que no fueron
entrenados.
Martínez celebra que
el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena) haya empezado "a reconocer que
esta labor hay que capacitarla”. En ese sentido, recuerda que esa entidad
ofrece cursos de embalsamiento de cadáveres, tanatopraxia, tanatoestética y
manejo del duelo.
Sin duda, la
experiencia ha formado a muchos sepultureros del país, una realidad que no
ignora el Sena. Por esa razón, algunos sepultureros empíricos reciben el
certificado de competencia laboral luego de someterse a evaluaciones sobre sus
conocimientos.
“En la medida en que
ellos se capaciten, no solamente prestarán un mejor servicio a toda la
comunidad y al cementerio, sino que también se autocuidarán”, concluye
Martínez.
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