jueves, 20 de noviembre de 2014

Sobre los sepultureros en Colombia




Por MARÍA DEL PILAR CAMARGO CRUZ
Redacción ELTIEMPO.COM
@PilarCCruz
pilcam@eltiempo.com

“Son los actores principales en la búsqueda de cadáveres no identificados. Los caracteriza la humildad, la experiencia, la valentía, el carácter y la nobleza. Luchan contra imaginarios y prejuicios sociales. Son fuertes emocionalmente. Se exponen a riesgos. Concilian entre lo divino y lo humano, entre lo espiritual y lo material. Aun siendo invisibles se han ganado el reconocimiento silencioso de su comunidad. Ser sepulturero es toda una historia, un aprendizaje, un misterio, una herencia y un legado”.
Esta cita, pronunciada por un funcionario del Ministerio del Interior el pasado 6 de noviembre, la escucharon 29 sepultureros del país, quienes por primera vez recibieron un reconocimiento por conservar en el mejor estado posible los llamados NN.
Colombia tiene pendiente encontrar 9.968 cuerpos sin vida de personas que solo hasta el 2011 fueron identificadas. En esa meta, los sepultureros son indispensables. “Han conservado los cuerpos de forma anónima e invisible (…) Si ellos no conservan el cadáver, ¿cuándo se le va a dar una identidad al cuerpo si no existe?”, se pregunta Jenny Martínez, coordinadora del proyecto ‘Búsqueda de cadáveres no identificados en cementerios’.
Nadie sabe cuántos sepultureros hay en el país. Las cifras que existen parten de una muestra de 163 cementerios –ubicados en 138 poblaciones─, los cuales hacen parte de los 1.105 camposantos que, según el Ministerio de Salud, hay en 724 municipios.
De acuerdo con el estudio ─liderado por la cartera del Interior─, en cada cementerio trabajan en promedio cuatro personas. El número de sepultureros asciende a 222. Sus edades oscilan entre 20 y 80 años, y en promedio, han estudiado hasta séptimo grado de secundaria. No obstante, algunos son universitarios.
“Hemos encontrado unas historias de vida increíbles, pero también hemos concluido que tristemente se nos olvidó que existen y laboran. Son personas y no un objeto más del cementerio. Hay lugares en los que a ellos ni los saludan. A veces los miran como si estuvieran contaminados. Es un trabajo que alguien tiene que realizar y ellos lo están haciendo”, relata la funcionaria.
La pobreza y el desempleo son los flagelos más comunes que han vivido los sepultureros, cuentan los antropólogos del Ministerio del Interior que recorren los cementerios y conversan a diario con los empleados de estos lugares.
“Hemos visto personas paradas en las entradas de los cementerios esperando a quién van a enterrar para ofrecer sus servicios… De eso viven. Algunos se capacitan, otros son completamente analfabetos. Hay algunos que son la tercera o la cuarta generación de sepultureros en sus familias. Hay otras personas que no encontraron empleo y el sacerdote les dio la oportunidad. Hay otros que prácticamente han hecho con las uñas espacios especiales para los cadáveres no identificados”, cuenta Martínez.

¿Una responsabilidad compartida?

Históricamente, en criterio de Martínez, la Iglesia católica ha estado al frente de quienes practican este oficio. No obstante, la Conferencia Episcopal reconoce que no hay estudios sobre esta población. “Ese tema es responsabilidad de cada diócesis o parroquia. Cada una de las 77 jurisdicciones eclesiásticas del país es autónoma”, aclara monseñor José Daniel Falla, secretario general de la Conferencia.
Falla anota que ser sepulturero va más allá de un oficio. “Es un servicio a la persona que parte de este mundo. Es una figura muy importante porque hace una labor humanitaria”. Explica que hay dos tipos de sepulturero: el que trabaja en un pueblo o en una vereda y el que labora en las urbes. “En los municipios pequeños no muere mucha gente.
Allí los sepultureros lo son por vocación. En cambio, algunos sepultureros de las grandes ciudades lo son por tener una forma de vivir. En esos casos tiene que haber un contrato de trabajo con sus prestaciones sociales”.
Señala que el Estado se ha desentendido en algunos lugares del país y en esas circunstancias la institución religiosa queda a cargo. “La Iglesia hace la labor porque el Estado no cumple su función o no la cumplió en otros momentos de la historia”, insiste.

Derechos, en la cuerda floja

Según las cifras de Mininterior, de los 222 operadores entrevistados, 166 están vinculados al servicio de la salud y al Sistema de Riesgos Laborales (ARL).
Frente a la contratación, 96 sepultureros tienen contrato indefinido, mientras 74, definido; y 33, informal. Solo 11 operarios trabajan sin ninguna vinculación. Martínez los llama “trabajadores de buena voluntad”. Hay cientos en el país de estos últimos, quienes posiblemente pertenecen a los llamados cementerios comunitarios.
La cartera de Salud recuerda que los sepultureros deben estar dotados con “todos los implementos de protección requeridos para (…) las operaciones de manipulación de cuerpos, restos óseos o restos humanos (…) hornos crematorios y (…) residuos sólidos y líquidos”.
Al respecto, Martínez asegura que las administraciones de cementerios más organizadas se han preocupado por dar los equipos de seguridad, pero advierte un “choque cultural” que podría representar un peligro para la salud de esta población. “Hay zonas en las cuales, el que tú uses guantes y careta, es como ser “menos hombre”. Supuestamente, es más valiente la persona que se enfrenta directamente al cuerpo que la persona que se cubre”.
La funcionaria también apunta que el consumo de alcohol es frecuente en este gremio. “Ellos recogen todas las emociones de las familias (…) ‘recepcionan’ todas estas sensaciones encontradas, sentimientos, pero como se nos han olvidado, llega un punto en el cual, como personas que son, se cansan y se saturan. El consumo de alcohol se debe también a nuestra cultura, según la cual, en el marco de la muerte se celebra y se brinda en honor del fallecido”.
Un acompañamiento psicológico y espiritual para quienes practican este oficio es necesario, en opinión de monseñor Falla. “Ellos resisten el llanto de todas las personas que despiden a sus seres queridos”, dice.
Las amenazas, por parte de grupos armados ilegales, también hacen tambalear el oficio. “Los sepultureros han tratado de ser conciliadores. En ese punto, la Iglesia Católica ha hecho una muy buena labor, intermedian y recuerdan ese proceso cristiano de darle sepultura a una persona, independiente de lo que haya sido”, explica Martínez.
“Las amenazas también provienen de jíbaros que utilizan los cementerios para consumir (…) Se genera todo un foco de violencia. Los sepultureros tratan de mantener a raya a esta gente, pero llega un punto en el cual no pueden controlarlos, hay lugares que tristemente están muy, muy, abandonados”, agrega la funcionaria.

Preparados vs. empíricos

En el estudio, 116 sepultureros afirmaron estar capacitados, mientras 104 admitieron que no fueron entrenados.
Martínez celebra que el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena) haya empezado "a reconocer que esta labor hay que capacitarla”. En ese sentido, recuerda que esa entidad ofrece cursos de embalsamiento de cadáveres, tanatopraxia, tanatoestética y manejo del duelo.
Sin duda, la experiencia ha formado a muchos sepultureros del país, una realidad que no ignora el Sena. Por esa razón, algunos sepultureros empíricos reciben el certificado de competencia laboral luego de someterse a evaluaciones sobre sus conocimientos.
“En la medida en que ellos se capaciten, no solamente prestarán un mejor servicio a toda la comunidad y al cementerio, sino que también se autocuidarán”, concluye Martínez.

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