martes, 26 de mayo de 2015

Grecia: El país de Europa que no tiene espacio para sus muertos





Por BBC Mundo
Fotografía Antony Alakiotis
George Vlassis voló casi 500 kilómetros desde Atenas a Corfú, para enterrar a Alexander, su padre. Los huesos habían sido colocados en una caja de metal luego de ser exhumados en un cementerio en Zografou, en la capital de Grecia.
"Le tuve que advertir a los funcionarios del aeropuerto sobre lo que iban a encontrar en la caja", dijo Vlassis a la BBC.
Luego de ese largo viaje llegó a la isla y enterró los restos en un cementerio privado en el poblado donde vive. Al fin los restos de su padre encontraban un lugar permanente donde descansar.
En Grecia, este tipo de historias no son atípicas.

Tumbas en alquiler

El entierro es una situación temporal en Atenas, debido a la poca disponibilidad de tierras para este fin y al congestionamiento existente en los cementerios de la capital y de Tesalónica, la segunda ciudad más grande del país.
No hay en el país un lugar donde cremar, de modo que el espacio en los cementerios debe ser reciclado.
Para ello las autoridades alquilan parcelas, y existen contratos de arrendamiento cuya duración típica es de tres años.
"Pagar el alquiler de una tumba por tres años cuesta alrededor de US$2.200 y 3.300", explica Antony Alakiotis, del Comité para la Cremación en Grecia.
Cuando este plazo se cumple, las familias son llamadas para testificar la exhumación de la persona, y buscar un nuevo destino para los restos.
Ciertamente la renta de parcelas es común en Europa, pero el enfoque que ha tomado Grecia a esta situación es único.
Los familiares de la persona enterrada pueden pagar para colocar los restos una vez exhumados en un osario, el cual sirve de almacén común.

Enterrados varias veces

Otros se inclinan por ir al cementerio regional para enterrar nuevamente al muerto.
Si no hay familiares presentes durante la exhumación, los huesos son desenterrados, disueltos con soluciones químicas y los restos son colocados en una fosa común.
Vlassis envió a un representante de la familia para que presenciara el acto, pero lo que vino después fue una sucesión de hechos conocidos por muchas familias griegas.
"El cuerpo no se había disuelto. ¿Puede creerlo? Fue terrible", dijo.
"Nos dijeron que lo enterrarían otra vez con una capa de tierra más ligera. Cuando fui a visitarlo tres meses después el cuerpo se había descompuesto. Colocaron los huesos en una caja de plástico. ¿Mi padre en una caja de plástico?", contó Vlassis.

Estrictamente prohibido

Vlassis y su padre habrían preferido la cremación, para esparcir sus cenizas en el mar.
No obstante, Grecia es el único país del continente que es miembro de la Unión Europea y no cuenta con instalaciones para cremar a las personas.
Aunque la práctica de la cremación fue legalizada en el 2006, los esfuerzos por construir un crematorio se han estancado por las objeciones que han puesto algunas autoridades municipales y la iglesia ortodoxa griega.
Para la iglesia la cremación es una violación del cuerpo humano, por lo que impide a sus miembros convertir sus cuerpos en cenizas.
Eso significa que las personas bautizadas dentro de la fe ortodoxa deben contradecir sus creencias y viajar al exterior del país para cremar a sus seres amados.
Antony Alakiotis estableció el Comité para la Cremación en Grecia luego de presenciar la exhumación de su padre a la edad de 14 años, y ha promovido una campaña en contra de las estrictas regulaciones para los entierros.
"Para una persona joven ya es una experiencia muy triste perder a su padre, para que luego tenga que pasar por todo el proceso de la exhumación", comentó Alakiotis.
"Ahora tengo 60 años, pero todavía se siguen haciendo las cosas de la misma manera", dice.
Alakiotis cree que la cremación no solo aliviará la superpoblación de los cementerios, sino también reduciría las presiones financieras de las familias.
"Puede ser una opción más barata para las personas. Si cremas a la persona te costaría la mitad", explica.
La BBC trató de obtener respuesta de la Iglesia Ortodoxa de Grecia sobre este tema, pero al momento de publicar esta información no había recibido respuesta.

El último deseo

El alcalde de Tesalónica, Yiannis Boutaris, también está ganado a buscar un camino alternativo al "incómodo e inhumano" sistema de renta de parcelas.
El año pasado logró que el Ministerio del Ambiente modificara la legislación actual y eliminara restricciones sobre los lugares donde se pudiera construir un crematorio.
"La última versión de la ley hace posible la construcción de un crematorio en las afueras de los cementerios, abonando el terreno para que se pueda dar ese paso", comentó el alcalde.
"Estamos buscando el lugar más idóneo para construirlo, y por supuesto estamos buscando vías para financiar el proyecto", indicó.
La Iglesia condenó el cambio de ley, por considerarlo como un intento de "remover la fe en todos los ámbitos de la vida".
En esa misma línea, los sacerdotes recibieron la instrucción de no conducir funerales a todos aquellos que opten por la cremación.
No obstante, Boutaris se mantiene enfocado en su plan y advierte que Tesalónica tendrá unas instalaciones crematorias para el 2016.
El alcalde perdió a su madre a principio de este año y está decidido a cremarla fuera del país. Desde su punto de vista, la cremación es un servicio democrático y práctico.
"Está en juego la libertad que tiene cada uno de disponer de su cuerpo. Es la posibilidad de elegir, la libertad de poder hacerlo, como los que deciden donar sus órganos", concluyó Boutaris

Halifax: La ciudad que se convirtió en un cementerio de las víctimas del Titanic




Por Carina Almarza

Todos conocemos la llamativa historia del Titanic, el transatlántico que destacó por ser uno de los más grandes y lujosos de la época. Sus finos tapices, inigualable comodidad y renombre, no fueron suficientes para evitar que el “inhundible” tuviera un fatal desenlace en las frías aguas del Atlántico.
Fue en ese entonces la desconocida ciudad de Halifax, capital de la provincia de Nueva Escocia en Canadá, la que tuvo un papel fundamental en la historia de quienes resultaron ser las víctimas del barco que prometía alcanzar fama mundial.
Gracias a que la localidad se encontraba a 1.100 kilómetros al oeste desde donde el Titanic chocó contra el iceberg, es que fue posible albergar las docenas de cadáveres que lograron llegar a tierra firme, pese a que otros no tuvieron la misma suerte.
El rescate de los cuerpos
A eso de las 2:20 de la madrugada del 15 de abril el trasatlántico se dividió, dejando a una gran cantidad de personas en el océano, cuyas voces no paraban de suplicar el regreso de los cerca de 22 botes que albergaban sólo a aquellos de la clase alta -entre mujeres y niños que tenían la preferencia-.
El frío y el cansancio poco a poco fueron consumiendo las pocas energías de quienes se aferraban a la vida. En cuestión de horas aquellos que clamaban por un rescate, lentamente fueron sucumbiendo ante la adversidad del clima.
La compañía White Star, dueña del Titanic, luego de percatarse del desolador panorama, decidieron enviar algunos barcos con la tarea de rastrear la zona del naufragio y rescatarse cadáveres.
Posible iceberg que habría impactado al Titanic
La primera expedición estuvo a cargo de la máquina canadiense, MacKay-Bennett. Luego de algunas horas de ocurrida la tragedia, el barco navegó con destino al lugar del accidente. Poco a poco quienes iban a bordo del buque comenzaron a percatarse de la magnitud del hecho. En el horizonte lograron divisar numeroso puntos blancos.
Más adelante el panorama era aún peor, ex tripulantes yacían congelados flotando en la inmensidad del mar, algunos con chalecos salvavidas, otros con la piel morada producto de los golpes, brazos y cráneos fracturados, mientras que el resto permanecía aferrado a algunos restos del Titanic.
Pese a que el Bennett iba preparado con un sacerdote, un médico, un equipo de embalsamamiento, 100 ataúdes y bolsas de lona para trasladar los cuerpos, todo ello no fue suficiente con la gran cantidad de fallecidos que había en el lugar.
Si bien lograron rescatar 306 cadáveres, pronto el líquido utilizado para embalsamar los restos se fue acabando. Luego de realizar la correspondiente ceremonia fúnebre al interior de la nave, 116 cuerpos -los que se encontraban en peores condiciones- fueron nuevamente enviados al fondo del mar.
Un segundo buque, el Minia, navegó también por la zona pero no tuvo la misma suerte del primer barco. Logró rescatar 17 cadáveres, mientras que una tercera nave, el Montmagny, sólo encontró 4. El clima, las corrientes marinas y el paso de los días complicaron las labores de búsqueda.



 
Los habitantes de Halifax instalaron numerosas banderas negras y moradas en todas las viviendas y edificios públicos mostrando su pesar tras la dura realidad. Pronto la noticia respecto al rescate traspasó el continente, situación ante la cual la localidad se repletó de familiares que intentaban dar con el paradero de algunos desaparecidos, curiosos y la prensa.
Los cuerpos -que venían dentro de ataúdes y bolsas- fueron arrastrados por caballos por la ciudad, improvisando una especie de morgue hasta donde trasladaron los restos, pese a que sólo se trataba de la pista de hielo Mayflower Curling. Fue allí donde se intentaba identificar a las víctimas utilizando una forma muy peculiar debido a que no se tenían mayores antecedentes de sus grupos familiares.
Blusas, faldas, enaguas, joyas y zapatos sirvieron para describir a cada ex tripulante, colocando sus efectos personales en bolsas de lona, además de un número con la esperanza de que algún día alguien pudiese reconocerle.
Cementerio de Fairview Lawn
Fairview Lawn Cementery
Gracias a que algunos poseían grabados en sus joyas o vestimentas, fue posible identificar a un total de 101 pasajeros, la mayoría de la primera o segunda clase. En tanto, al 25% restante -que no había reconocido- se le escribían reseñas como: “Probablemente italiana; llevaba dos blusas verdes de algodón, una falda verde de algodón, enaguas a rayas; nada más para identificarla”.
Un total de 150 cadáveres fueron llevados hasta el cementerio de Fairview Lawn, campo santo que levantó lápidas de piedra gris en recuerdo a las víctimas del Titanic.
Fue EW Christie quien ideó instalar en filas las tumbas siguiendo una suave línea por el campo, coincidentemente la curva de los sepulcros sugieren el contorno de la proa de un barco, hecho que sin duda llamó la atención de los numerosos visitantes que cada año llegan hasta el lugar sagrado para conocer un poco más sobre la tragedia del Titanic.
Algunas lápidas destacan por sus escritos y algunos adornos en el exterior, precisamente éstas corresponden a familias más adineradas, mientras que las que jamás fueron identificadas, sólo poseen la fecha de muerte.

El niño desconocido
La tumba del "niño desconocido"
Pese a que todas las tumbas son parecidas, existe un monolito en especial que ha desencadenado a través de los años la curiosidad de los visitantes. Se trata de la tumba del “niño desconocido”.  
Cuando el primer barco canadiense se encontraba surcando las aguas en la búsqueda de cuerpos, los tripulantes del Mackay-Bennet vieron una silueta que les llamó profundamente la atención. Se trataba de un lactante quien se encontraba completamente congelado pese a que llevaba cuatro capas de ropa. El frío no había perdonado ni a los más indefensos.
Conmovidos por el hallazgo decidieron reunir dinero y fueron los propios marinos del buque quienes pagaron su entierro. Su tumba permaneció cerca de 100 años con el rótulo “el niño desconocido”.
Pero previo a su entierro, el menor fue trasladado hasta la pista de patinaje que improvisó una morgue, lugar que era custodiado por el policía Clarence Northover. Luego de cuidar el lugar por varios días, a modo de evitar infecciones a raíz de los restos además de los posible robos de las pertenencias de los fallecidos, se le ordenó quemar la ropa. Fue en ese momento que encontró unos pequeños zapatos cafés que correspondía al lactante de 19 semanas que había sido encontrado por los marinos.
Zapatos del "niño desconocido"
Northover se negó a quemar dichas prendas del menor y decidió mantenerlas en su oficina. Con el paso de los años y cuando llegó el momento de jubilarse, se llevó los pequeños zapatos hasta su viviendas, traspasando este importante legado por generaciones.
Lo que precisamente en ese tiempo no se sabía es que este “tesoro” sería de vital importancia un siglo más tarde para esclarecer la identidad del pequeño fallecido.
Luego de realizar en 2007 algunas pruebas más exactas de ADN, finalmente se logró esclarecer que los restos pertenecían a Sidney Leslie Goodwin, quien viajaba junto su padre Fredericks Goodwin  y su madre Augusta, además de sus cinco hermanos Lillian, Charles, William, Jessie y Harold, hacia Estados Unidos en busca del sueño americano. Lamentablemente ninguno de ellos sobrevivió.
El niño desconocido se convirtió en una leyenda en Halifax, siendo una de las tumbas más visitadas por los turistas que llegan hasta la localidad.
La clase social también marcó la muerte
Durante el siglo XIX sin duda se vivía una realidad donde las clases sociales predominaban por sobre otras cosas. Claro ejemplo fueron los diversos compartimientos construidos en el Titanic, donde ninguna escalera de la primera clase se topaba con los de la tercera.
Esta también fue una poderosa razón que llevó a los más acomodados a lograr tener acceso a la parte alta del barco, obtener chalecos salvavidas y poder optar a subirse a uno de los 22 botes disponibles para la emergencia, esto a diferencia de quienes se encontraban en los últimos escaños, siendo condenados a morir.
De acuerdo a lo estipulado por la comisión de investigación del Senado de Estados Unidos, a bordo del Titanic viajaban en total 2.223 personas, de ellas 706 se salvaron mientras que los otros 1.517 fallecieron congelados o ahogados. Respecto a los que perecieron, 130 eran de la primera clase, 166 de segunda y 536 de tercera clase.
Al momento de enterrar los cuerpos encontrados flotando en el mar, la clase social también primó. Muchos restos fueron devueltos al océano al no lograr identificarlos, otros fueron sepultados en bolsas de lona, mientras que los que corrieron mejor suerte fueron aquellos cuyas pertenencias permitían atribuir su identidad, siendo enterrados en un ataúd.
Pero más allá del tipo de sepultura a la que se pudo acceder, lo cierto es que ricos y pobres se vieron inmersos en una historia que traspasó las fronteras y que se mantiene hasta nuestros días. Si bien sus creadores apuntaban que “ni Dios podría hundir al Titanic”, el barco finalmente se convirtió en una leyenda, aquella que condujo hasta la muerte a miles de personas, siendo una de las mayores tragedias marinas en tiempos de paz.