jueves, 28 de agosto de 2008

Más sobre la ausencia de luz

“Pero la oscuridad lo tiene todo: rostros y llamas, y animales, y yo, tal como lo arrebata: personas y potencias… y puede ser así: una enorme fuerza se mueve junto a mí. Creo en las noches” Rilke
1 “Todo es negro ahí abajo” Eso decía el viejo. Estaba un poco senil y tal vez no había comido en decenios; comido como se debe, con la atención y la elegancia que exige la digestión. Quizá masticó algo por aquí o engulló una bocanada de aire emplomado mientras daba sus pasos. El viejo estaba más loco que una botella de tequila. Decía que había hablado con un pez de las profundidades, uno de esos seres monstruosos del abismo que apenas si conocemos. Ese pez le había dicho que allá todo es negro, no gris como nuestras noches, sino completamente negro… que ahí estaba la gran diferencia de apreciación ya que lo oscuro para el ojo humano es cegadoramente claro para esos ojos. Y el negro es la nada, o Dios, depende eso del punto de vista. Eso había mascullado el pez. Todo es cuestión de apreciación. El viejo decía que en esas vastas tinieblas debían de instalarse las iglesias, que ahí estaba la paz y que en las profundidades hallaba morada el sacramento de la comunión. 2 Azul por última vez, el mar se despide y viene el viento. El silencio es gris y no azul ya que el mar es azul en su superficie pero negro por dentro. Tan negro como todo lo que no se ha visto, como los dinteles de Plutón o los centros de las galaxias. Negro el corazón humano el tuétano de sus huesos la conciencia del color del blanco. 3 El investigador anotó en una vieja libreta que estaba amarillenta y desgastada, cayó en cuenta del detalle. “Yo no conozco el mar” decía el viejo. ¿Quién lo conoce? pensaba el científico. El viejo conocía este particular. La primera vez que lo vio, el pez estaba riéndose de él. Decía, que lo había visto mientras araba un terreno que le había regalado su padre. ¿No era un pez? Un pez de tierra, de esos que viven en el fondo del mar. Paradójico pensó el investigador, pero, no hizo acotaciones ya que el conocía a seres humanos que se comportaban como animales. ¿Dónde lo vio? Usaba gafas de sol por eso de la luz… pero no tenía ojos, por eso para el pez todo era indiferentemente negro matizado por algún destello de color distribuido con paroxismo. Sabía de arte el pez y era poeta, conocía perfectamente la obra de Cavafis, de Vallejo y Baudelaire. Estos también eran peces de aguas negras decía el viejo mientras se reía. ¿Esta usted loco? No. Y no lo estaba. 4 Ya deje de fumar, amigo mío, sus dientes están bastante amarillentos. ¿Cuántos huesos ha masticado con su dentadura? Y taladraba y taladraba ese dentista impertinente. Esas torundas de algodón apenas si permitían respirar. Gemidos por respuestas, hubiese sido mejor callarse. Mi perro tiene todos los dientes amarillos, un aliento de ultratumba y a nadie parece importarle, esto pensaba el investigador mientras el dentista seguía abriendo surcos en sus muelas. Envidiaba al perro, siempre lo había hecho. El nervio estaba totalmente negro y podrido. Esto le recordó las palabras del viejo. ¿Quién no tiene algo negro por dentro? También envidiaba al pez, estas criaturas nunca van al dentista y, sin embargo, conservan unos inmensos dientes predatorios. Se incorporó después de la tortura y mirando al dentista preguntó: ¿Muerde usted, Doctor?

ZALDUMBIDE (La Cabra)

vastatorangelous@gmail.com

No hay comentarios: