viernes, 24 de septiembre de 2010

El cadáver centenario que sigue dando que hablar


Julia Hope Stearns murió de fiebre tifoidea, cuando tenía 22 años y menos de dos de residencia en Paraná. Llegó de Estados Unidos, acompañando a su esposo, George Stearns, quien ocupó el cargo de primer director de la Escuela Normal. Corría el año 1872 y las exequias de sus restos despertaron el celo de la Iglesia Católica, porque la mujer profesaba el culto protestante. A casi 140 años de su muerte, la historia del destino del cadáver sigue despertando controversias. Testimonios de un episodio truculento y un dibujo revelador se suman a esta historia de tumba desconocida. Jorge RianiLa vida no le fue fácil y la muerte menos. Julia Hope Stearns murió hace 138 años y sin embargo parece que no le ha tocado en suerte, aún, descansar en paz: por estos días su historia ha despertado una controversia, acaso como un eco de una añosa discordia que encendió entre sus deudos y las autoridades civiles-eclesiásticas el destino de su cuerpo.Una nota publicada en “Entre Ríos secreta” motivó la realización, reciente, de un homenaje a su memoria –y a través de ella a los 64 docentes norteamericanos que iniciaron la tarea educadora de las escuelas normales– con la colocación de una placa en la pared de ingreso al cementerio de Paraná.“En memoria de la joven docente, esposa de George A. Stearns (primer director de la Escuela Normal de Paraná), quien fuera sepultada en este lugar, fuera del cementerio municipal, cerca de los muros del sagrado recinto, solamente por profesar la fe evangélica”. El texto de la placa, firmada por el intendente José Carlos Halle, y descubierta el 11 de septiembre de 2010, alude a la dramática peripecia que debió atravesar el cuerpo.En los libros Sesenta y cinco valientes, de Alice Houston Luiggi; Las maestras de Sarmiento, de Julio Crespo; y Ciudad Infinita, de quien esto escribe, se refiere al episodio aquel –ya traído también a estas páginas de EL DIARIO– en el que el primer director de la Escuela Normal de Paraná debió retener por tres días el cadáver de su esposa, porque no lograba la aceptación de su sepultura en la necrópolis –o camposanto, para los católicos– de la capital entrerriana tras su repentina muerte.Esa versión de la historia fue negada recientemente y en forma oficial por la Iglesia Católica, a través de un parte de prensa del Arzobispado de Paraná, cuando la Municipalidad resolvió llevar adelante el descubrimiento de la placa. Unas semanas antes de la decisión del gobierno paranaense, esta página recordó el hecho, a partir de lo cual el subdirector de Cultos, Ramón Sales, motorizó la reivindicación a la docente. La iniciativa tuvo buena acogida por parte del Intendente.En un artículo de esta Hoja, el periodista Ricardo Leguizamón transcribió el fragmento de Ciudad Infinita que ahora la Iglesia ha salido a negar. “Esa aseveración fue aceptada por un funcionario del gabinete del intendente Halle. El titular de Cultos señaló que Hope quedó sepultada extramuros por aquella decisión de la Iglesia Católica. Pero el responsable de la Oficina de Prensa del Arzobispado de Paraná, el sacerdote Luis Patat, presentó públicamente una versión distinta en la que afirma que basándose en ‘información documental y bibliográfica’ quedaría probado que a la muerte de la docente, ocurrida en 1871, los cementerios habían salido de la órbita de la Iglesia para pasar a ser administrados por las autoridades civiles”.En otras palabras, se ha librado una confrontación de documentos y bibliografía.DE LA IGLESIA. En su buen artículo del viernes 10 de septiembre de 2010, Leguizamón sostiene que “para reforzar el espinoso tema de la sepultura del cuerpo de una mujer, la Iglesia local recurrió al Archivo Arquidiocesano, que elaboró un extenso texto en el que traza una historia rápida sobre la administración de los cementerios locales”. A partir de ahí comienza Patat a desplegar citas y nombres de gobernantes. Pero el punto neurálgico de la posición clerical está dado en el párrafo donde se indica que el 9 de junio de 1864 “el Gobernador de la provincia envía una carta al vicario capitular de la Diócesis, presbítero doctor Miguel Vidal, participándole que por el artículo 2º de la ley del 18 de abril de 1864, se dispone que mientras no estén establecidas las municipalidades, queda a cargo del Poder Ejecutivo la administración y gobierno de los cementerios de la provincia”.En medio de la profusión de fechas y citas se incluye un pasaje que da cuenta que la carta del Gobernador al vicario llegó con una copia de la ley donde se puede inferir el poder gravitante que aún conservaban las parroquias sobre los campos para las sepulturas. Por ejemplo, aquel donde dice que “los encargados de cementerios no darán sepulturas a ningún cadáver sin que se presente el boleto o recibo del cura y el de la Jefatura Política”.Otro pasaje interesante de la respuesta del vocero local de la bimilenaria institución sostiene que hubo sí una disposición de 1863 que ordenaba que “en cada uno de los cementerios se establezca un sector cercado y con puerta separada para los que no profesan la fe católica”, aunque la Curia señala que se trató de una orden de la autoridad civil y no eclesiástica.LA OTRA. En dos libros de ensayos y uno de reseña histórica, entre otros, se recrea, en cambio, el conmovedor episodio. “Entretanto, las tribulaciones privadas de la familia Stearns eran aún peores que las profesionales. En febrero de 1872, apenas iniciado el segundo año escolar, la encantadora y fiel esposa de Stearns falleció inesperadamente de tifoidea, dejando a su atribulado marido con el angustioso problema de atender a un niño de tres meses y a otro, retardado, de dos años. Según parece, la señora Stearns fue la primera persona de religión protestante que murió en Paraná, y mientras las autoridades debatían en qué lugar debía ser enterrada una disidente, el joven esposo permaneció sentado sobre el ataúd, en las afueras del cementerio, durante tres tórridos días con sus noches, con un revólver en cada mano para proteger el cadáver contra los grandes felinos de las selvas ribereñas, que el olor atraía. Por fin llegó la autorización para enterrarla cerca de los muros del sagrado recinto, pero fuera de él. No pasó mucho tiempo sin que su hijito enfermo la siguiera; el único vestigio que queda del lugar donde fueron enterrados, es un solícito dibujo hecho por su marido”. Las comillas encierran el testimonio que al respecto dio Luiggi en Sesenta y cinco valientes, libro editado en Estados Unidos en 1959 y en Argentina, por Editorial Agora, en 1965, y que relata la llegada de docentes y pedagogos contratados por el presidente Domingo Faustino Sarmiento para participar en la fundación de la Escuela Normal de Paraná y las que le sucedieron.Julio Crespo, en Las maestras de Sarmiento, despliega un relato parecido y agrega que “al dolor de la pérdida [de Stearns] se sumó la consternación por no poder dar inmediata sepultura a la esposa fallecida”. Y continúa: “El problema tuvo que ser debatido por la autoridad civil con la jerarquía eclesiástica. Mientras tanto, durante tres días y tres noches, el ataúd quedó depositado afuera del camposanto. Armado con dos revólveres, el viudo montaba guardia para proteger el cadáver de posibles ataques de las fieras”.También Ciudad Infinita y su posterior alusión en esta sección de EL DIARIO volvió sobre el caso y, de ahí, este nuevo intercambio de posiciones históricas. Pero también este libro, editado por la Municipalidad de Paraná, bajo la coordinación del arquitecto Carlos Menu-Marque y con fotografías de Analía Jaroslavsky, cuenta que un caso similar ocurrió con Edward Young Haslam, el bisabuelo de Jorge Luis Borges, cuya tumba quedó también afuera de la pertenencia del cementerio.El croquis que hizo el maestro Stearns, a mano alzada, no deja lugar a dudas sobre el destino del cuerpo de Julia: allí se ven las cúpulas de los principales panteones, el muro bajo que delimita el cementerio y, fuera de los confines, la tumba de tierra de la docente. Una tumba solitaria, perdida y discutida, tras casi 140 años de su brumoso destino.Rumbo a ParanáEL NOMBRE DE GEORGE ALBERT STEARNS llegó a Sarmiento por recomendación de Mary Mann. Éste último nombre es esencial en la tarea de convocatoria de docentes norteamericanos para la empresa educadora del presidente argentino.Mary Mann envió una carta a Sarmiento el 2 de enero de 1869, en la que le anticipa el nombre de quien luego se convertiría en el primer director de la pionera Escuela Normal de Paraná. Pero también en la misiva habla de la esposa del maestro. La mujer cuyo nombre significa –vaya paradoja– Esperanza, en inglés.“Si puede organizar un departamento para mujeres en la Escuela Normal, la señora Stearnes (sic) será capaz de preparar a maestras del lugar según el plan de nuestras escuelas normales”. Así la familia Stearns llegó a Paraná, como parte del contingente total de 65 norteamericanos que iniciaron la tarea normalista en la Argentina.

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