Inés deCastro muerta en su trono
Realidad y ficción se entrelazan en el personaje de Inés de Castro, la doncella gallega cuyo romance con el infante Pedro,
futuro rey de Portugal, marcó la historia y la cultura lusa. La
historia de amor entre Pedro e Inés ha inspirado durante siglos la
literatura portuguesa y todavía hoy sigue siendo temática de algunas
novelas actuales. Una historia de amor con un trágico desenlace que
ha ayudado a crear una leyenda alrededor de sus personajes en cuyas
vidas existían todos los ingredientes necesarios para escribir una gran
novela. Un amor ibérico, un amor prohibido, vivido en medio de guerras,
intrigas y luchar de poder. La narrativa que llega a nuestros días se
basa en registros históricos aunque algunos detalles pertenecen al campo
de la leyenda, fruto de la imaginación popular y del talento de muchos
artistas.
Coronación de Inés de Castro difunta
Reina, después de muerta,
Inés de Castro fue amante, esposa, amiga y compañera del infante Pedro,
con quien tuvo cuatro hijos. La figura de Inés, a pesar de ser gallega,
es más conocida en Portugal, donde está enterrada junto a su amado
Pedro en el monasterio de Alcobaça. “Inés de Castro es el mito femenino más irresistible de la historia de Portugal”, explica a ABC la escritora lusa Margarida Rebelo Pinto,
autora de la novela histórica “Mi querida Inés”, una de las últimas
obras publicadas sobre este personaje. Recuerda que la doncella gallega
“es la mayor heroína romántica de Portugal que provoca muchas
emociones”.
No hay consenso en los libros sobre el lugar y la fecha de nacimiento de Inés de Castro aunque no hay dudas de su origen gallego.
Parece que nació en A Limia o en Monforte, en 1320, 1321 ó 1325, según
las distintas fuentes. Era hija bastarda de don Pedro Fernández de
Castro, primer señor jurisdiccional de Monforte de Lemos y nieto del rey
Sancho IV el Bravo, y de Aldonza Soares de Valladares, dama de origen
portugués. Pasó su infancia en el palacio del duque de Peñafiel y
marqués de Villena, don Juan Manue,l donde estuvo en contacto con poetas
y artistas. Entabló una estrecha amistad con la hija del duque y prima
suya, Constanza Manuel, quien la eligió como dama de compañía en su viaje a Portugal donde debería casarse con el infante Pedro, hijo del rey portugués Alfonso IV el Bravo.
Fonte dos Amores, sitio de reunión de los amantes
Pedro nació en 1320 y creció en Coimbra, entonces capital del reino. Conoció a Inés en la víspera de su boda con Constanza.
El infante no quería casarse una vez que su padre no le dejaba escoger a
su futura compañera y resulta fácil entender que se dejase arrebatar
por la belleza de Inés.
Los libros la describen con una joven rubia y elegante. Una pasión
correspondida que era evidente a los ojos de la corte. Por eso Constanza
decidió que Inés fuese la madrina del bebé que esperaba ya que ese tipo
de parentesco espiritual hacía imposible la unión que se dibujaba cada
día de forma más indiscutible, según relata la historiadora portuguesa
Maria Zulmira Furtado Marques, en “La tragedia de Pedro e Inés”. Una
relación que nunca se llegó a establecer porque el pequeño Luís falleció
a los pocos días de nacer.
Corría el año 1344 y el rey Alfonso IV, molesto por el amor adúltero de su hijo con Inés, decide mandarla para el exilio. Se fue a Alburquerque, en Castilla, y desde allí siguió enviando y recibiendo cartas de su amado. Un año después Constanza muere
en el parto del infante Fernando y de esta forma Pedro se ve libre del
matrimonio de conveniencia. Así logra traer de vuelta a su amada y la
instala en un palacio próximo al monasterio de Santa Clara, para poder
verla desde su cuarto.
Pedro e Inés vivieron entonces sus años más felices, en los que tuvieron cuatro hijos en el plazo de cinco años (Afonso, João, Diniz y Beatriz) y en 1354 se casarían en secreto ante el obispo de Guarda. La Fonte dos Amores (Fuente
de los Amores) era testimonio de las confidencias de la pareja, fuente
que sigue hoy manando agua y por la que pasan turistas e historiadores
para conocer el local del mítico romance.
Pedro se fue poco a poco aproximando de dos hermanos de Inés, Álvaro y Fernando de Castro quienes
vieron la oportunidad de obtener el apoyo portugués en la lucha
establecida contra el rey de Castilla y llegan incluso a ofrecer al
infante el trono. Por su parte Alfonso IV se
oponía a esos planes ya que si Castilla se molestaba la independencia
de Portugal estaba en riesgo. Y tampoco se fiaba de los hermanos de Inés
porque pensaba que podían estar tramando algo contra su nieto Fernando,
hijo de Pedro y Constanza, para poder llevar al poder a uno de los
cuatro hijos bastardos. Es decir, Inés fue considerada una amenaza para el Estado portugués.
Tres de sus consejeros (Pedro Coelho, Álvaro Gonçalves y Diogo Lopes
Pacheco) convencieron al rey en elegir la muerte de Inés como la única
posibilidad para acabar con tantos riesgos políticos. El 7 de enero de 1355 los tres caballeros leales al rey ejecutaron su voluntad. La degollaron sin piedad
y enterraron su cuerpo en la iglesia de Santa Clara. La historiadora
lusa Ana dos Santos, en su tesis sobre História Medieval y del
Renacimiento, llama la atención al hecho de que la muerte real de Inés
difiere a lo que se ha divulgado a través de la literatura romántica
según la cual “Inés fue apuñalada a manos de los consejeros del rey”.
Pedro, que estaba ausente, al enterarse del triste fin de su amada entró en cólera y emprendió una lucha contra su padre provocando duros enfrentamientos.
La reina madre, Doña Beatriz, tuvo que intervenir para que firmasen una
tratado de paz en agosto de ese año. Dos años más tarde, en 1357, murió Alfonso IV y subió al trono Pedro quien en su primer acto como rey fue mandar buscar a los asesinos de Inés de Castro refugiados en Castilla. En 1360 confesó su boda secreta con Inés de
Castro por lo que se convertía en reina merecedora de todas las honras.
Así, ese mismo año, en el mes de abril, el cuerpo de su amada fue
transferido solemnemente del convento de Coimbra al monasterio de Alcobaça, donde se enterraban a los monarcas portugueses. Pedro mandó construir para ella un mausoleo de piedra blanca en cuya tapa se representó la cabeza de Inés coronada como si hubiese sido reina. Reza la leyenda que mandó también colocar el cuerpo de Inés en el trono, puso una corona en su cabeza y obligó a los nobles a besar la mano del cadáver. El
rey Pedro I también mandó esculpir su tumba, en la que se escenificó
toda su vida. Al morir, en enero de 1367, le enterraron próximo de Inés.
Sin embargo, en lugar de colocar las tumbas una al lado de la otra,
quedaron una en frente de la otra para que en el día de la resurrección
se pudiesen levantar y caer en los brazos uno del otro.
Sarcófago de Inés de Castro
Pedro e Inés representan el prototipo de pareja ideal, un amor trágico que “por su corta existencia terrena nunca llega a conocer el realismo de lo cotidiano y la conversión de los sentimientos más nobles en mundanos, cansados y desilusionados”, explica Ana dos Santos en su tesis.Pedro e Inés nunca existirán por separado, porque “su identidad depende de la relación y la presencia del otro”. Representan una unión de dos partes, “dos mundos, totalmente diferentes, cuyas diferencias pactaron una separación y trágico final”. La descendencia de la pareja se fue integrando por las casas reales europeas e incluso se llegó a publicar que en los siglos XV y XVI la mayor parte de la Europa coronada descendía de Inés. La princesa Beatriz se casó con un hijo bastardo del rey de Castilla, llamado Sancho de Alburquerque. La hija de esta pareja, Leonor Urraca, nieta de Pedro e Inés, fue la mujer de Fernando, rey de Aragón, Sicilia, Nápoles, Valencia y Mallorca. Una descendencia que con el paso de los años nos lleva hasta el emperador germánico Maximiliano I y al rey portugués Manuel I. Para el trovador luso García de Resende la descendencia de Inés fue su victoria póstuma, porque por los frutos de su relación con Pedro ella logró vencer su trágico destino.
Fuente: abc.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario