The New York Times
En diciembre, el papa
Francisco recibió la atención de los dueños de mascotas en todas partes cuando
citaron que dijo: “El paraíso está abierto a todas las criaturas de Dios”.
Caray, las agencias
de noticias, incluido The New York Times, confundieron las observaciones y las
circunstancias en las que las hizo. De hecho, el papa había hecho un comentario
más general sobre el cielo durante un acto en noviembre. Se dijo que la cita
misma se había tomado de observaciones que había hecho hace años el papa Paulo
VI.
No obstante, la
atención llevó a un renovado interés en una discusión teológica de tiempo atrás
sobre las mascotas y la vida después de la muerte. Interrogantes sobre la
situación religiosa de los animales siempre han estado entre nosotros; la
teología popular rechaza negarles el alma a los animales. Nuestro sentido de
parentesco espiritual ya está latente en las botitas y pequeños suéteres que
compramos para nuestras mascotas, así como los balbuceos infantiles en la acera
con los que nos ponemos en vergüenza nosotros solos, y quizá a ellas. Habría
que considerar cómo las tratamos en la muerte.
“Hoy, hay casi 600
cementerios para mascotas en funcionamiento en Estados Unidos”, dijo hace poco
Amy Defibaugh, una estudiante de licenciatura en la Universidad Temple, en una
conferencia de la Academia Estadounidense de Religión, en San Diego. Presentaba
un ensayo titulado “Hacia el sauce llorón. Un Análisis de la muerte de los
compañeros animales o de los que están muriendo”.
A partir del siglo
XIX, en gran medida, como un fenómeno urbano, “los cementerios para mascotas se
han convertido, y siguen haciéndolo, en una opción viable y significativa para
la eliminación práctica de los cadáveres de nuestros compañeros animales”, dijo
Defibaugh, “así como para crear y preservar un sentido de lo sagrado a su
muerte”.
Mencionó la
investigación de un antropólogo, Stanley Brandes, de la Universidad de
California, en Berkeley, quien en su artículo del 2009, “El significado de las
lápidas en los cementerios estadounidenses para mascotas”, nota que existe “una
tendencia definitiva, en aumento, de los dueños para vincular a estas criaturas
a comunidades religiosas específicas”.
Es cierto: quizá su
perro no solo tiene alma, sino también, de hecho, pertenece a una comunidad de
fe. Quizá su perro sea cristiano, quizá de una denominación o de otra. Un
chucho presbiteriano. Un canino metodista. O, quizá, su perro sea mormón. ¿O
menonita? Quizá hasta judío.
En su ensayo, basado
en una investigación realizada en el Cementerio Hartsdale para Mascotas, en
Hartsdale, Nueva York, Brandes describe cruces cristianas y estrellas de David judías
que adornan las lápidas.
“Es evidente”,
escribió, “que los dueños que entierra mascotas en Hartsdale creen que sus
compañeros animales poseen alma inmortal”. Una perra “recibe un adiós con la
promesa: 'Hasta que nos reunamos en el cielo’”. En la lápida de un bóxer
llamado Champ, estaba escrito esto: “Rezamos para que nos volvamos a
encontrar”.
Un gato llamado Corky
yace bajo una piedra con una estrella de David, mientras que “un perro llamado
Sushi tiene dos estrellas de David, colocadas simétricamente hasta arriba de su
lápida, donde también hay letras en hebreo que dicen: 'Shalom’ (que puede
significar paz y adiós)”. Y está también la inscripción para una gata llamada
Sheebah: “Sheebah/que se fue al cielo en Yom Kipur”.
Junto a algunas de las
tumbas de los animales, había velas de “yahrzeit”, que tradicionalmente se
encienden para recordar a las personas judías que han muerto.
La idea de que las
mascotas son como humanos en su relación con Dios parece estar en todas partes.
Es posible que las enseñanzas católicas todavía no le otorguen alma a los
animales, pero los sacerdotes y monjes de la orden franciscana han tenido una
tradición de largo de bendecir a los animales el 4 de octubre, la festividad de
San Francisco de Asís. Algunos episcopalistas también han adoptado esa
práctica.
Varios populares
libros infantiles también promueven la idea de dotar de alma a los animales.
Está el clásico de 1995, “Dog Heaven” (El cielo de los perros), por Cynthia
Rylant, que promete que “Dios tiene sentido del humor, así es que les hace
galletas de formas chistosas a sus perros. Las hay de gatitos y de ardillas”.
Para que no se vea a Rylant a favor de los perros a expensas de los gatos,
salió la secuela, “Cat Heaven” (El cielo de los gatos), en 1997.
En otoño, Nancy
Tillman, la autora de libros infantiles de grandes ventas, publicó su libro
“The Heaven of Animals” (El cielo de los animales), en el que “cuando los
perros llegan al cielo, los reciben por su nombre y ángeles saben cuál es el
juego preferido de cada perro”, y donde “los caballos en el cielo nunca están
solos, y el pasto es mucho más dulce que el de acá abajo”.
Tillman, quien asiste
a una iglesia cristiana evangélica sin denominación, cerca de su casa en
Portland, Oregón, dijo que “no es teóloga”. Se le ocurrió la idea para el libro
“hace años”, cuando observaba a su perro y a su gato.
“Miraban fijamente a
la distancia”, contó Tillman. “Y pensé: 'Qué hermosa idea si ven el cielo. ¿Y
eso no sería reconfortante para los niños que pierden una mascota?'”.
Al enseñarles a los
niños que las mascotas se van al cielo, lo lógico es que queramos darles una
buena despedida cuando mueren. De acuerdo con Defibaugh, los cementerios para
personas, al reconocer el mercado, también están incursionando en el negocio de
las mascotas.
“Muchas funerarias
han extendido sus servicios a los compañeros animales para las ceremonias y los
servicios religiosos”, escribió Defibaugh en su ensayo. “Algunos cementerios
para humanos permiten ahora el entierro de compañeros animales”.
Claro que el entierro
de animales, como el de los humanos, plantea otra pregunta: ¿Qué pasa si su
perro tiene una fe distinta a la suya? Todavía no se sabe si los cementerios
judíos permitirán que se entierren pastores escoceses cristianos.
Fuente: http://www.eluniverso.com/vida-estilo/2015/02/01/nota/4502796/fe-religiosa-mascotas-se-plasma-cementerios?src=menu
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