Por Carina Almarza
Todos
conocemos la llamativa historia del Titanic, el transatlántico que destacó por
ser uno de los más grandes y lujosos de la época. Sus finos tapices,
inigualable comodidad y renombre, no fueron suficientes para evitar que el
“inhundible” tuviera un fatal desenlace en las frías aguas del Atlántico.
Fue
en ese entonces la desconocida ciudad de Halifax, capital de la provincia de
Nueva Escocia en Canadá, la que tuvo un papel fundamental en la historia de
quienes resultaron ser las víctimas del barco que prometía alcanzar fama
mundial.
Gracias
a que la localidad se encontraba a 1.100 kilómetros al oeste desde donde el
Titanic chocó contra el iceberg, es que fue posible albergar las docenas de
cadáveres que lograron llegar a tierra firme, pese a que otros no tuvieron la
misma suerte.
El
rescate de los cuerpos
A
eso de las 2:20 de la madrugada del 15 de abril el trasatlántico se dividió,
dejando a una gran cantidad de personas en el océano, cuyas voces no paraban de
suplicar el regreso de los cerca de 22 botes que albergaban sólo a aquellos de
la clase alta -entre mujeres y niños que tenían la preferencia-.
El
frío y el cansancio poco a poco fueron consumiendo las pocas energías de
quienes se aferraban a la vida. En cuestión de horas aquellos que clamaban por
un rescate, lentamente fueron sucumbiendo ante la adversidad del clima.
La
compañía White Star, dueña del Titanic, luego de percatarse del desolador
panorama, decidieron enviar algunos barcos con la tarea de rastrear la zona del
naufragio y rescatarse cadáveres.
Posible
iceberg que habría impactado al Titanic
La
primera expedición estuvo a cargo de la máquina canadiense, MacKay-Bennett.
Luego de algunas horas de ocurrida la tragedia, el barco navegó con destino al
lugar del accidente. Poco a poco quienes iban a bordo del buque comenzaron a
percatarse de la magnitud del hecho. En el horizonte lograron divisar numeroso
puntos blancos.
Más
adelante el panorama era aún peor, ex tripulantes yacían congelados flotando en
la inmensidad del mar, algunos con chalecos salvavidas, otros con la piel
morada producto de los golpes, brazos y cráneos fracturados, mientras que el
resto permanecía aferrado a algunos restos del Titanic.
Pese
a que el Bennett iba preparado con un sacerdote, un médico, un equipo de
embalsamamiento, 100 ataúdes y bolsas de lona para trasladar los cuerpos, todo
ello no fue suficiente con la gran cantidad de fallecidos que había en el
lugar.
Si
bien lograron rescatar 306 cadáveres, pronto el líquido utilizado para
embalsamar los restos se fue acabando. Luego de realizar la correspondiente
ceremonia fúnebre al interior de la nave, 116 cuerpos -los que se encontraban
en peores condiciones- fueron nuevamente enviados al fondo del mar.
Un
segundo buque, el Minia, navegó también por la zona pero no tuvo la misma
suerte del primer barco. Logró rescatar 17 cadáveres, mientras que una tercera
nave, el Montmagny, sólo encontró 4. El clima, las corrientes marinas y el paso
de los días complicaron las labores de búsqueda.
Los
habitantes de Halifax instalaron numerosas banderas negras y moradas en todas
las viviendas y edificios públicos mostrando su pesar tras la dura realidad.
Pronto la noticia respecto al rescate traspasó el continente, situación ante la
cual la localidad se repletó de familiares que intentaban dar con el paradero
de algunos desaparecidos, curiosos y la prensa.
Los
cuerpos -que venían dentro de ataúdes y bolsas- fueron arrastrados por caballos
por la ciudad, improvisando una especie de morgue hasta donde trasladaron los
restos, pese a que sólo se trataba de la pista de hielo Mayflower Curling. Fue
allí donde se intentaba identificar a las víctimas utilizando una forma muy
peculiar debido a que no se tenían mayores antecedentes de sus grupos
familiares.
Blusas,
faldas, enaguas, joyas y zapatos sirvieron para describir a cada ex tripulante,
colocando sus efectos personales en bolsas de lona, además de un número con la
esperanza de que algún día alguien pudiese reconocerle.
Cementerio de Fairview Lawn
Fairview Lawn Cementery
Gracias
a que algunos poseían grabados en sus joyas o vestimentas, fue posible
identificar a un total de 101 pasajeros, la mayoría de la primera o segunda
clase. En tanto, al 25% restante -que no había reconocido- se le escribían
reseñas como: “Probablemente italiana; llevaba dos blusas verdes de algodón,
una falda verde de algodón, enaguas a rayas; nada más para identificarla”.
Un
total de 150 cadáveres fueron llevados hasta el cementerio de Fairview Lawn,
campo santo que levantó lápidas de piedra gris en recuerdo a las víctimas del
Titanic.
Fue
EW Christie quien ideó instalar en filas las tumbas siguiendo una suave línea por
el campo, coincidentemente la curva de los sepulcros sugieren el contorno de la
proa de un barco, hecho que sin duda llamó la atención de los numerosos
visitantes que cada año llegan hasta el lugar sagrado para conocer un poco más
sobre la tragedia del Titanic.
Algunas
lápidas destacan por sus escritos y algunos adornos en el exterior,
precisamente éstas corresponden a familias más adineradas, mientras que las que
jamás fueron identificadas, sólo poseen la fecha de muerte.
El
niño desconocido
La
tumba del "niño desconocido"
Pese
a que todas las tumbas son parecidas, existe un monolito en especial que ha
desencadenado a través de los años la curiosidad de los visitantes. Se trata de
la tumba del “niño desconocido”.
Cuando
el primer barco canadiense se encontraba surcando las aguas en la búsqueda de
cuerpos, los tripulantes del Mackay-Bennet vieron una silueta que les llamó
profundamente la atención. Se trataba de un lactante quien se encontraba
completamente congelado pese a que llevaba cuatro capas de ropa. El frío no
había perdonado ni a los más indefensos.
Conmovidos
por el hallazgo decidieron reunir dinero y fueron los propios marinos del buque
quienes pagaron su entierro. Su tumba permaneció cerca de 100 años con el
rótulo “el niño desconocido”.
Pero
previo a su entierro, el menor fue trasladado hasta la pista de patinaje que
improvisó una morgue, lugar que era custodiado por el policía Clarence
Northover. Luego de cuidar el lugar por varios días, a modo de evitar
infecciones a raíz de los restos además de los posible robos de las
pertenencias de los fallecidos, se le ordenó quemar la ropa. Fue en ese momento
que encontró unos pequeños zapatos cafés que correspondía al lactante de 19
semanas que había sido encontrado por los marinos.
Zapatos
del "niño desconocido"
Northover
se negó a quemar dichas prendas del menor y decidió mantenerlas en su oficina.
Con el paso de los años y cuando llegó el momento de jubilarse, se llevó los
pequeños zapatos hasta su viviendas, traspasando este importante legado por
generaciones.
Lo
que precisamente en ese tiempo no se sabía es que este “tesoro” sería de vital
importancia un siglo más tarde para esclarecer la identidad del pequeño
fallecido.
Luego
de realizar en 2007 algunas pruebas más exactas de ADN, finalmente se logró
esclarecer que los restos pertenecían a Sidney Leslie Goodwin, quien viajaba
junto su padre Fredericks Goodwin y su
madre Augusta, además de sus cinco hermanos Lillian, Charles, William, Jessie y
Harold, hacia Estados Unidos en busca del sueño americano. Lamentablemente
ninguno de ellos sobrevivió.
El
niño desconocido se convirtió en una leyenda en Halifax, siendo una de las
tumbas más visitadas por los turistas que llegan hasta la localidad.
La
clase social también marcó la muerte
Durante
el siglo XIX sin duda se vivía una realidad donde las clases sociales
predominaban por sobre otras cosas. Claro ejemplo fueron los diversos
compartimientos construidos en el Titanic, donde ninguna escalera de la primera
clase se topaba con los de la tercera.
Esta
también fue una poderosa razón que llevó a los más acomodados a lograr tener
acceso a la parte alta del barco, obtener chalecos salvavidas y poder optar a
subirse a uno de los 22 botes disponibles para la emergencia, esto a diferencia
de quienes se encontraban en los últimos escaños, siendo condenados a morir.
De
acuerdo a lo estipulado por la comisión de investigación del Senado de Estados
Unidos, a bordo del Titanic viajaban en total 2.223 personas, de ellas 706 se salvaron
mientras que los otros 1.517 fallecieron congelados o ahogados. Respecto a los
que perecieron, 130 eran de la primera clase, 166 de segunda y 536 de tercera
clase.
Al
momento de enterrar los cuerpos encontrados flotando en el mar, la clase social
también primó. Muchos restos fueron devueltos al océano al no lograr
identificarlos, otros fueron sepultados en bolsas de lona, mientras que los que
corrieron mejor suerte fueron aquellos cuyas pertenencias permitían atribuir su
identidad, siendo enterrados en un ataúd.
Pero
más allá del tipo de sepultura a la que se pudo acceder, lo cierto es que ricos
y pobres se vieron inmersos en una historia que traspasó las fronteras y que se
mantiene hasta nuestros días. Si bien sus creadores apuntaban que “ni Dios podría
hundir al Titanic”, el barco finalmente se convirtió en una leyenda, aquella
que condujo hasta la muerte a miles de personas, siendo una de las mayores
tragedias marinas en tiempos de paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario