Fotografía y texto: Jorge
Martillo Monserrate
El tiempo transforma
las costumbres de celebrar fiestas y días de guardar. Así en Recogiendo mis
pasos, Carlos Saona describe cómo se celebraba el Día de los Difuntos. “El 1 de
noviembre era fiesta de guardar, así para civiles como para eclesiásticos. Los
que tenían deudos en ultratumba formaban ese día algunos ramilletes y acudían
al cementerio a adornar sus bóvedas”.
Pero también ese día
en los pueblos de la actual provincia de Santa Elena era de “los muertos
chiquitos”, o sea niños –angelitos–, que portando bolsos de tela o fundas de
papel visitaban las casas de sus vecinos que les obsequiaban dulces y golosinas
a los pequeños que pronunciaban el estribillo: “Ángeles somos/ del cielo
venimos/ pan pedimos”.
Día de almas
olvidadas
Pero en Guayaquil,
desde años atrás, cada 31 de octubre, en lo alto del cementerio se celebra una
misteriosa misa en memoria de las almas olvidadas o del purgatorio.
La ceremonia comienza
a las 09:00 del día de brujas y asiste la misma gente que los lunes visita la
Urna de las Almas Olvidadas y otras tumbas, tras milagros, creencias populares
y hechicerías.
A la sombra de un
almendro está la Urna de las Almas Olvidadas. Pintada de blanco y colmada de
ramos de flores y velas encendidas. Rodeada por mujeres y hombres de toda edad
y calaña. Una placa antigua deja leer: “Urna levantada para consagrar la
memoria de los fallecidos olvidados y en nombre de ellos se celebrará una Santa
Misa el día 31 de octubre de todos los años a las 9 de la mañana, se invita al
público para esa fecha”.
La urna alberga un
cráneo, iluminado por un sinnúmero de velas. Una pequeña puerta de malla
metálica protege su interior. Los creyentes introducen por ahí sus escritos
solicitando favores y milagros.
Hace un par de años,
cuando asistí, la ceremonia no estuvo a cargo de un sacerdote, ni era una santa
misa. Una mujer arrodillada ante la Urna de las Almas Olvidadas oficiaba el
acto. Leía una larguísima y cansina letanía. Después de cada una de sus frases,
los feligreses, en su mayoría mujeres, respondían: “Por las almas benditas del
purgatorio”.
La urna lucía recién
pintada de blanco y adornada con flores, cruces, cuadros de santos e imágenes
como el Señor de la Justicia, las Almas Benditas del Purgatorio, san Judas
Tadeo, etc. Además, velas encendidas de diversos tamaños y colores. Tampoco
estaban ausentes rostros patibularios. Yo logré tomar fotos porque aduje que
eran para enviárselas a un hermano preso en España.
Después de una hora
de rezos, terminó la ceremonia religiosa y algunas personas, que creían que las
almas olvidadas les habían hecho el milagro, en señal de agradecimiento,
repartían tarjetas de recuerdo (con imágenes del Divino Niño, el Hermano
Gregorio y Narcisa), también vasos con cola, panes y platos con porciones de
torta de cumpleaños. Apenas terminó la misa, un pintor escribió sobre la urna:
“31 de octubre. Recuerdo a las Almas del Purgatorio. 9 A.M.”.
La mesa del muerto
El historiador José
Villón Torres en su libro Tradiciones, costumbres y creencias de mi pueblo
Chanduy, con tristeza e indignación comenta que esa costumbre se ha perdido
casi totalmente, porque en la actualidad los niños se disfrazan de monstruos
pero celebrando el día de brujas o Halloween, una fiesta que no es nuestra.
Villón refiere que el
2 de noviembre es el “día de los muertos grandes”. Es cuando ciertas familias
todavía preparan la llamada mesa del muerto con los manjares preferidos del
finado. Algunas colocan ese banquete en el comedor y en el centro de la mesa
encienden una vela. Otros colocan los potajes sobre la cama del difunto, que
está protegida por un mosquitero. Se cree que los difuntos llegan a degustar la
esencia de dicho banquete, pues este quedaba materialmente intacto.
El tradicional menú
para los difuntos de esos pueblos a orillas del mar está constituido por
bocados criollos: caldo de gallina criolla, seco de chivo y de pollo, rallado
de verde o masihao de lisa. No pueden estar ausentes el pescado asado o frito,
los ceviches de camarón, langosta o michuyo, tampoco el infaltable arroz blanco
o colorado con menestra, carne asada y patacones. Y bebidas calientes: café y
chocolate. Vasos con la gaseosa preferida del finado o una botella de cerveza o
trago fuerte. Obviamente están prestas golosinas como colada morada, dulces
variados, roscas y guagua de pan.
“Tantos alimentos que
se exponen en aquella mesa, que van a satisfacer primero al difunto y luego a
los vivos que llegan a servirse la sobrita de los muertos a nombre de ángeles
somos, del cielo venimos, pan pedimos”, expresa Villón.
Fuente: http://www.eluniverso.com/vida-estilo/2016/11/02/nota/5886292/tributos-almas-olvidadas-difuntos
No hay comentarios:
Publicar un comentario