jueves, 30 de diciembre de 2010

Bruno Meza: sobre los antiguos cementerios romanos

En los columbarios romanos vemos las bocas de los canales por donde se alimentaba a los espíritus de los muertos, pues los romanos creían que si los muertos no eran felices, y no podían descansar y comer tranquilos, se terminarían revolviendo contra los vivos, abriéndose paso por la ciudad y atormentándonos.
Hoy sabemos que no es necesario que pasen hambre los muertos para que su desesperación les haga salir de sus confortables urnas y sarcófagos. Los muertos siempre vuelven, y vuelven a través de nosotros, de nuestras ideas y nuestros sueños, y con ellos cargamos toda la vida.
Tiene algo mágico poder recorrer de nuevos unas calles que durante casi dos milenios estuvieron enterradas. La colina Vaticana quedaba fuera de los muros de la antigua Roma, y todo indica que era un lugar insalubre, pantanoso, sólo habitado por labriegos y unos pocos artesanos. El crecimiento de la ciudad hace que Nerón decida cruzar el Tíber con sus arquitectos y construir allí un circo y un cementerio. En el siglo IV, tras la conversión del emperador Constantino, se prepara la colina para edificar allí un templo cristiano, en el lugar donde se creía que estaba enterrado Pedro.
Pero lo que sepultan los constructores de Constantino bajo ese primer templo no son sólo las tumbas de los paganos, sino también las tumbas de los primeros cristianos, los que representaban a Cristo junto a Apolo, los que no conocían el misterio de la Trinidad, los que eran perseguidos y despreciados.

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