domingo, 15 de mayo de 2011

El cambio en las tradiciones funerarias afecta a segmentos vinculados

Por Tere Coello

«La gente ya no viene a los cementerios. Los fallecidos son incinerados, así que no hay gastos ni en nichos ni en flores y, mientras, los que vivimos de esto nos la estamos viendo y deseando, no sacamos ni para comer». Así se expresa la vendedora de flores del cementerio lagunero de San Juan, Yolanda Luzardo, quien comenta que en la puerta del camposanto ya no hay negocio. «Hace dos años vendía y ganaba con las flores. Los sábados y domingos se despachaba bastante cantidad, ahora traemos un baño de flor cortada y nos dura todo el fin de semana», asegura.
«La gente ya no viene a los cementerios. Los fallecidos son incinerados, así que no hay gastos ni en nichos ni en flores y, mientras, los que vivimos de esto nos la estamos viendo y deseando, no sacamos ni para comer». Así se expresa la vendedora de flores del cementerio lagunero de San Juan, Yolanda Luzardo, quien comenta que en la puerta del camposanto ya no hay negocio. «Hace dos años vendía y ganaba con las flores. Los sábados y domingos se despachaba bastante cantidad, ahora traemos un baño de flor cortada y nos dura todo el fin de semana», asegura.


Las cenizas de Mercedes Sosa son esparcidas

En ocasiones, dice, se vuelven a casa con la misma mercancía. «Antes podía ganar al día 200 euros, ahora si hacemos los 50 euros nos damos con un canto», señala. Yolanda tiene claro que la coyuntura económica adversa no ayuda a su negocio, porque la gente deja de honrar a sus difuntos con ramos: «Los cosecheros tienen las flores caras y la gente, con lo que gasta en una docena de claveles, compra un paquete de garbanzos y un paquete de sopa y hacen un caldero de rancho».
La florista del cementerio de San Juan matiza que, con el paso del tiempo, son menos las personas que se acercan a visitar estos lugares, ni a visitar tumbas ni a enterrar a seres queridos, tal vez porque cada vez son más los que optan por la incineración, bien por petición bien por ahorrar costes en todo el trámite funerario y posterior sepelio.
Nada hay más cierto en la vida que la propia muerte y, aunque muchos piensan que los derechos de la seguridad social deberían acompañar a los ciudadanos hasta el fin de su vida, no es así; cuando llega el momento del último adiós, comienza un verdadero negocio que, como todo, también está en crisis. Tras la muerte, el óbito y las funerarias mueven un importante volumen de dinero y están posicionadas como un trámite necesario, por el que garantizan, en cierta forma, un descanso «cómodo y en paz», no solo para el finado sino también para sus familiares, que no tendrán que desembolsar, de un solo golpe, una importante cantidad económica que puede rondar los 2.200 euros de media si hay enterramiento y, aproximadamente, 1.300 euros si lo elegido es la incineración.
El precio de las exequias incluye los servicios y gastos básicos: alquiler de nicho, coste administrativo, coste de velatorio, coronas, féretro y servicio religioso. No obstante, el precio final puede ascender hasta límites insospechados dependiendo de las opciones que se hayan contratado después de conocer el catálogo de ofertas. Entre estas y a modo de ejemplo, el tipo de madera del ataúd, que puede elevar el precio final hasta los 6.000 euros.
Los servicios que prestan las empresas funerarias son, por lo general, un «regalo» que conceden los progenitores a sus recién nacidos y que abonan durante toda su vida a través de primas mensuales a las compañías aseguradoras, que son las que controlan el 60 por ciento de la gestión y calidad de los encargos que, en ocasiones, se han visto mermados debido a la crisis que ha afectado a la economía familiar, obligándola a «apretarse el cinturón» también en estos casos. La crisis provocada por los recortes en los servicios mortuorios está protagonizada principalmente por el aumento de las incineraciones. En el año 2009 fueron incinerados el 32 por ciento de los muertos. Las familias escogen esta modalidad porque supone un ahorro de aproximadamente 1.000 euros comparado con el entierro tradicional, debido principalmente al menor coste del ataúd, ya que los utilizados suelen ser de menor calidad.
Esta decisión arrastra consigo que otros sectores que se sustentan con el negocio de la muerte se vean perjudicados. Así, la construcción vuelve a ser uno de los más dañados, ya que la elección del crematorio supone la merma en la cantidad de nichos que, de no existir esta posibilidad, se hubiesen construido.
Otro negocio afectado es el de las floristerías, puesto que desaparece prácticamente la compra de coronas. Los ayuntamientos ven reducidas las tasas municipales que se cobran por el alquiler o compra de nichos. Otros afectados son los periódicos, que han asistido a una importante reducción de los ingresos fruto de la publicación de esquelas, de igual manera que las imprentas, que casi no reciben encargos de recordatorios.
Por otro lado, algunos clientes y, a pesar de la crisis, llegan a abonar en una incineración entre 2.000 y 12.000 euros si optan por una de las últimas novedades: reconvertir las cenizas de un ser querido en un diamante y llevarlo colgado al cuello de por vida.Aunque hay quienes dicen que ante la muerte «todos somos iguales», la realidad es otra y, aunque el final sea el más digno posible, la crisis ha propiciado que aumente el número de entierros de beneficencia en familias que se han declarado insolventes y cuyos gastos (nunca menos de 600 euros) corren a cargo del ayuntamiento correspondiente. Otras personas optan, sencillamente, por donar el cuerpo del fallecido a la ciencia y ahorrar toda cantidad económica.

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