Auschwitz I
Arbeit macht frei (el trabajo [te] hace libre) se lee en el
cartel de hierro frágil y precario, que se extiende transversal sobre el
sendero de entrada. Con esta frase, slogan infame y cínico que los
nazis colocaban en la entrada de diferentes campos de concentración,
Auschwitz I nos da la bienvenida. Con orden y disciplina de turistas
avanzamos un par de pasos. Ya estamos adentro. En este punto exacto,
unos centímetros después de cruzar el cartel, el pasado se vuelve
descarnadamente presente y se impone casi a la fuerza. Nos obliga a
mirarlo de frente y con despiadado realismo nos recuerda que quienes
crearon, dirigieron y trabajaron en este lugar eran tan humanos como
nosotros. Después de cada jornada volvían a sus hogares, besaban a sus
esposas, cenaban en familia y jugaban amorosamente con sus hijos.
Auschwitz es símbolo, dolor, muerte, vergüenza y degradación de
especie. Es también “el mayor cementerio de la historia de la
humanidad”, según la particular definición de Anne nuestra guía polaca.
“El mayor cementerio sin tumbas ni restos mortales”, completa, ante la
mirada del grupo conmovido por la precisión brutal de la frase. Es una
observación tan terrible como cierta. ¿Cuántos muertos hay en Auschwitz?
Cientos de miles, millones de seres humanos que tuvieron el infortunio
de existir en un tiempo y lugar desquiciados. Nada de lo que hicieran o
dejaran de hacer iba a influir sobre su destino final, ya determinado
perversamente de antemano. Pero nada de eso sabían ni presentían cuando
llenos de esperanza llegaban a Auschwitz. Lo atestiguan fotografías de
familias felices con niños sonrientes arribando al campo, saliendo del
tren tras días infinitos de viaje, hacinados como ganado -en sentido
absolutamente literal- para dirigirse por fin a sus viviendas y nuevos
trabajos. Era lo que los nazis les habían prometido: trabajo y una nueva
vida. Nadie sospechaba la verdadera función y propósito del lugar.
¿Cómo hubieran podido hacerlo? Quiero decir, ¿cómo alguien en 1940 o en
el 2013 pudo o puede imaginarse Auschwitz?
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Auschwitz I es un predio con edificaciones de ladrillo visto
construidas antes de la guerra con fines militares. El conjunto
edilicio se percibe apretado, comprimido, asfixiante. A simple vista uno
calcularía capacidad para 5.000 personas, cálculo muy errado por
cierto: esos edificios albergaban hacia 1941 más de 15.000 prisioneros.
En uno de esos bloques funciona el museo que exhibe entre otras
cosas, objetos y pertenencias cotidianas, tan reales, tan personales,
tan cargadas de presente -de aquel presente- que la sola visión
estremece con un golpe seco y rotundo la razón y el corazón. Grandes
cubículos transparentes repletos de anteojos, zapatos, miembros
ortopédicos, ropa, juguetes, maletas. Miles de maletas ajadas con
prolijísimas inscripciones manuscritas que indican con toda precisión y
detalle el nombre, fecha de nacimiento y dirección de sus dueños.
Quienes poseían valijas y equipajes creían –con toda lógica e inocencia–
en las palabras de los nazis: apenas se acomodaran en sus nuevos
hogares recuperarían todas sus pertenencias. Se destaca el esmero y
claridad con la que por ejemplo el Dr. Isaac Acherstein, nacido en 1865
escribió sus datos en su valija de cuero marrón sin saber que con 76
años su futuro no se extendería más allá de unos pocos días. U horas.
La etapa final del recorrido por Auschwitz I tiene lugar en la zona
de la cámara de gas y del horno crematorio. Sobrevivieron gracias a que
las fuerzas hitlerianas no tuvieron tiempo de destruirlos antes de la
intervención de los aliados. No hace falta entrar en detalles. Mucho se
ha hablado, escrito y visto sobre este tema. Solo voy a agregar un dato
que yo personalmente desconocía: a medida que el exterminio se volvía
masivo, la capacidad de los hornos se veía sobrepasada y no era
infrecuente que los prisioneros tuvieran que soportar desnudos y a la
intemperie esperas de hasta dos días para entrar la cámara de gas. Las
cenizas se usaban como fertilizante de suelo.
Auschwitz II – Birkenau
Heinrich Himmler, jefe máximo de las SS ordenó la construcción del
segundo campo de concentración, cuando la capacidad de Auschwitz I se
vio totalmente excedida. Auschwitz II – Birkenau (calculado para
100.000 prisioneros) se comenzó a construir hacia 1941 en terrenos
previamente confiscados a sus propietarios ¿Qué pasó con ellos? Pasaron a
ser mano de obra en la construcción del campo o directamente
aniquilados.
La primera impresión: espacio, mucho espacio, aire, cielo abierto lo
cual contrasta marcadamente con las características de Auschwitz I. La
entrada: un edificio en forma de fuerte con una gran abertura central.
Por allí pasan las vías del tren y se extienden unos 100 metros hacia
adentro del campo. Una plataforma marca el final de las vías y 70 años
atrás marcaba también el final de miles de vidas. Al llegar a ese punto
exacto -en donde hoy se exhibe un vagón de la época- guardias y médicos
decidían el destino de los pasajeros inmediatamente después del descenso
del tren. Los dividían en tres grupos de acuerdo a la aptitud física
para el trabajo: Hombres a la derecha, mujeres a la izquierda mientras
que el grupo de embarazadas, ancianos, niños menores de 10 años, bebés,
débiles, y enfermos debía seguir otro camino. Se los hacía desvestir y
afeitar para después pasar a las “duchas”, lo que en realidad
significaba la cámara de gas. No se perdía un minuto, no había razón
para esperar, la maquinaria del exterminio funcionaba con total
precisión y eficiencia.
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Visitamos el interior de uno de los bloques en donde vivían las
mujeres. Dormían en camastros apilados de a tres, cada uno de un tamaño
no mayor que el de una cama matrimonial de dos plazas. No había baños
en el interior y como estaba prohibido salir por la noche, las
necesidades forzosamente se debían hacer en la cama. La guía pregunta:
-¿Cuántas personas les parece que dormían en cada cama?
- ¿Tres o cuatro? -arriesgamos.
- ¿Tres o cuatro?- Dice y sonríe por el grueso error de cálculo de la
respuesta. -¡Ocho! Ocho personas por cama. Recuerden que estas personas
comían una vez por día y trabajaban doce horas diarias. Eran
prácticamente esqueletos, huesos, muertos en vida…
Como alguna vez mencioné, es difícil imaginarse Auschwitz.
Estamos por terminar el tour. Observamos lo que queda de los hornos
crematorios y cámaras de gas. Los nazis dinamitaron la mayor parte de
las instalaciones días antes del ataque de los aliados para eliminar
toda prueba. Fue aquí, en Auschwitz II – Birkenau donde se produjo el
mayor exterminio de la historia de la humanidad. Además, por las
condiciones inhumanas de vida del lugar, casi no hubo sobrevivientes.
Los sobrevivientes pertenecieron en su gran mayoría al primer centro.
Es marzo, la temperatura es de 2 o 3 grados y sopla un viento bien
helado. El recorrido duró más o menos una hora y media y a pesar de toda
la vestimenta invernal moderna (camperas, botas, guantes, gorro, etc.)
el frío está rozando lo insoportable. Recordemos que los inviernos de
Polonia suelen ser de 15 o 20 grados bajo cero. A 50 metros nos espera
el bus de la excursión, con almuerzo y café caliente. Las comparaciones
con aquellos tiempos son inevitables y sí, siento un elemental
agradecimiento; por razones de azar, destino, suerte o lo que fuere
existo en esta época y no en aquélla. Después de visitar Auschwitz uno
siente que las coordenadas de la normalidad y la locura se han alterado.
También las de vida y la muerte.
Anne nos despide recordando que las cenizas de millones de personas
que sufrieron y murieron están en cada centímetro y rincón de cada lugar
que visitamos. Y concluye: “Si tuviéramos que hacer un minuto de
silencio por las víctimas de Auschwitz deberíamos permanecer tres años
callados. Gracias por haber estado aquí. Su presencia y respeto es una
forma de devolverles la dignidad a quienes les arrebataron todo, no solo
la libertad, la familia y la vida, sino también su humanidad”. Estas
palabras ayudan a encauzar el caos de emociones y pensamientos hacia una
dirección ligeramente optimista.
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