domingo, 9 de junio de 2013

Auschwitz: el mayor cementerio sin tumbas


Patricia Wouters

Auschwitz I
Arbeit macht frei (el trabajo [te] hace libre) se lee en el cartel de hierro frágil y precario, que se extiende transversal sobre el sendero de entrada.  Con esta frase, slogan infame y cínico que los nazis colocaban en la entrada de diferentes campos de concentración,  Auschwitz I nos da la bienvenida.  Con orden y disciplina de turistas avanzamos un par de pasos. Ya estamos adentro. En este punto exacto, unos centímetros después de cruzar el cartel, el pasado se vuelve descarnadamente presente y se impone casi a la fuerza. Nos obliga a mirarlo de frente y  con despiadado realismo  nos recuerda que quienes crearon, dirigieron y trabajaron en este lugar eran tan humanos como nosotros. Después de cada jornada volvían a sus hogares, besaban a sus esposas, cenaban en familia y jugaban amorosamente con sus hijos. 
Auschwitz es símbolo, dolor, muerte, vergüenza y degradación de especie. Es también “el mayor cementerio de la historia de la humanidad”, según la  particular definición de Anne nuestra guía polaca. “El mayor cementerio sin tumbas ni restos mortales”, completa, ante la mirada del grupo conmovido por la precisión brutal de la frase. Es una observación tan terrible como cierta. ¿Cuántos muertos hay en Auschwitz? Cientos de miles, millones de seres humanos que tuvieron el infortunio de existir en un tiempo y lugar desquiciados. Nada de lo que hicieran o dejaran de hacer iba a  influir sobre su destino final, ya determinado perversamente de antemano.  Pero nada de eso sabían ni presentían cuando llenos de esperanza llegaban a Auschwitz. Lo atestiguan fotografías de familias felices con niños sonrientes arribando al campo, saliendo  del tren tras días infinitos de viaje, hacinados como ganado -en sentido absolutamente literal-  para dirigirse por fin a sus viviendas y nuevos trabajos. Era lo que los nazis les habían prometido: trabajo y una nueva vida.  Nadie sospechaba la verdadera función y propósito del lugar. ¿Cómo hubieran podido hacerlo? Quiero decir, ¿cómo alguien en 1940 o en el 2013 pudo o puede imaginarse Auschwitz?  











 Auschwitz I es un predio con edificaciones de ladrillo visto construidas antes de la guerra con fines militares.  El conjunto edilicio se percibe apretado, comprimido, asfixiante. A simple vista uno calcularía capacidad para 5.000 personas, cálculo muy errado por cierto: esos edificios albergaban hacia 1941  más de 15.000 prisioneros.
En uno de esos bloques funciona el museo que exhibe entre otras cosas, objetos y pertenencias cotidianas, tan reales, tan personales, tan cargadas de presente -de aquel presente- que la sola visión estremece con un  golpe seco y rotundo la razón y el corazón. Grandes cubículos transparentes repletos de anteojos, zapatos, miembros ortopédicos, ropa, juguetes, maletas. Miles de maletas ajadas con prolijísimas  inscripciones manuscritas que indican con toda precisión y detalle el nombre, fecha de nacimiento y dirección de sus dueños. Quienes poseían valijas y equipajes creían –con toda lógica e inocencia– en las palabras de los nazis: apenas se acomodaran en sus nuevos hogares recuperarían todas sus pertenencias.  Se destaca el esmero y claridad con la que por ejemplo el Dr. Isaac Acherstein, nacido en 1865 escribió sus datos en su valija de cuero marrón sin saber que con 76 años su futuro no se extendería más allá de unos pocos días. U horas. 
La etapa final del recorrido por Auschwitz I tiene lugar en la zona de la cámara de gas y del horno crematorio. Sobrevivieron gracias a que las fuerzas hitlerianas no tuvieron tiempo de destruirlos antes de la intervención de los aliados. No hace falta entrar en detalles. Mucho se ha hablado, escrito y visto sobre este tema. Solo voy a agregar un dato que yo personalmente desconocía: a medida que el exterminio se volvía masivo, la capacidad de los hornos se veía sobrepasada y no era infrecuente que los prisioneros tuvieran que soportar desnudos y a la intemperie esperas de hasta dos días para entrar la cámara de gas. Las cenizas se usaban como fertilizante de suelo.
Auschwitz II – Birkenau
Heinrich Himmler, jefe máximo de las SS ordenó la construcción del segundo campo de concentración, cuando la capacidad de Auschwitz I se vio totalmente excedida.  Auschwitz II – Birkenau (calculado para 100.000 prisioneros) se comenzó a construir hacia 1941 en terrenos previamente confiscados a sus propietarios ¿Qué pasó con ellos? Pasaron a ser mano de obra en la construcción del campo o directamente aniquilados.
La primera impresión: espacio, mucho espacio, aire, cielo abierto  lo cual contrasta marcadamente con las características de Auschwitz I. La entrada: un edificio en forma de fuerte con una gran abertura central. Por allí pasan las vías del tren y se extienden unos 100 metros hacia adentro del campo. Una plataforma marca el final de las vías y 70 años atrás marcaba también el final de miles de vidas. Al llegar a ese punto exacto -en donde hoy se exhibe un vagón de la época- guardias y médicos decidían el destino de los pasajeros inmediatamente después del descenso del tren. Los dividían en tres grupos de acuerdo a la aptitud física para el trabajo: Hombres a la derecha, mujeres a la izquierda mientras que el grupo de embarazadas, ancianos, niños menores de 10 años, bebés, débiles, y enfermos debía seguir otro camino. Se los hacía desvestir y afeitar para después pasar a las “duchas”, lo que en realidad significaba la cámara de gas. No se perdía un minuto, no había razón para esperar, la maquinaria del exterminio funcionaba con total precisión y eficiencia. 
Visitamos el interior de uno de los bloques en donde vivían las mujeres.  Dormían en camastros apilados de a tres, cada uno de un tamaño no mayor que el de una cama matrimonial de dos plazas. No había baños en el interior y como estaba prohibido salir por la noche, las necesidades forzosamente se debían hacer en la cama. La guía pregunta:
 -¿Cuántas personas les parece que dormían en cada cama?
- ¿Tres o cuatro? -arriesgamos.
- ¿Tres o cuatro?- Dice y sonríe por el grueso error de cálculo de la respuesta. -¡Ocho! Ocho personas por cama. Recuerden que estas personas comían una vez por día y trabajaban doce horas diarias. Eran prácticamente esqueletos, huesos, muertos en vida…
Como alguna vez mencioné, es difícil imaginarse Auschwitz.
Estamos por terminar el tour.  Observamos lo que queda de los hornos crematorios y cámaras de gas. Los nazis dinamitaron la mayor parte de las instalaciones días antes del ataque de los aliados para eliminar toda prueba. Fue aquí, en Auschwitz II – Birkenau donde se produjo el mayor exterminio de la historia de la humanidad.  Además, por las condiciones inhumanas de vida del lugar, casi no hubo sobrevivientes. Los sobrevivientes pertenecieron en su gran mayoría al primer centro.
Es marzo, la temperatura es de 2 o 3 grados y sopla un viento bien helado. El recorrido duró más o menos una hora y media y a pesar de toda la vestimenta invernal moderna (camperas, botas, guantes, gorro, etc.) el frío está rozando lo insoportable. Recordemos que los  inviernos de Polonia suelen ser de 15 o 20 grados bajo cero.  A 50 metros nos espera el bus de la excursión, con almuerzo y café caliente. Las comparaciones con aquellos tiempos son inevitables y sí, siento un elemental agradecimiento;  por razones de azar, destino, suerte o lo que fuere existo en esta época y no en aquélla. Después de visitar Auschwitz uno siente que las coordenadas de la normalidad y la locura se han alterado. También las de vida y la muerte.
Anne nos despide recordando que las cenizas de millones de personas que sufrieron y murieron están en cada centímetro y rincón de cada lugar que visitamos.  Y concluye: “Si tuviéramos que hacer un minuto de silencio por las víctimas de Auschwitz deberíamos permanecer tres años callados. Gracias por haber estado aquí. Su presencia y respeto es una forma de devolverles la dignidad a quienes les arrebataron todo, no solo la libertad, la familia y la vida, sino también su humanidad”. Estas palabras ayudan a encauzar el caos de emociones y pensamientos hacia una dirección ligeramente optimista.

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