lunes, 4 de noviembre de 2013

Registro de la muerte niña: la tradición del velorio del angelito



Fuente: http://www.telegrafo.com.ec/cultura/carton-piedra/item/registro-de-la-muerte-nina-la-tradicion-del-velorio-del-angelito.html


Por: Ivette Celi Piedra y Rosa Inés Padilla


Una boca menos en la tierra, en el cielo un ángel más: la muerte se bebe y se
baila (…). Cuando el niño ha sido bien mecido y festejado, rompen todos a cantar para que empiece su vuelo al paraíso. Allá va el viajerito, vestido con sus mejores galas, mientras crece la canción. Y le dicen adiós encendiendo cohetes, con mucho cuidado de no quemarle las alas.

Eduardo Galeano, El Siglo del Viento






Cada 2 de noviembre, la tradición católica conmemora el día de los fieles difuntos, conocida también como día de muertos. En países como Ecuador, Bolivia, Perú y México es obligatoria la revisión de los recuerdos familiares de aquellos que ya no están y cuya evocación se mezcla con algunas tradiciones indígenas ancestrales. La colada morada, las guaguas y los caballitos de pan en Ecuador, Bolivia y Perú, así como la comida de difuntos son una muestra de la variedad de tradiciones que acompañan esta celebración, que fue universalizada por la iglesia Católica posiblemente a partir del siglo XII. Según la Leyenda Dorada de Santiago de la Vorágine, este día fue instaurado para orar por los muertos, a fin de que “quienes se encuentren en este lugar [purgatorio] enteramente desatendidos por sus parientes y amigos, se beneficien de los sufragios que en este día ofrezcan los vivos por los difuntos en general”, señalando como fecha el día siguiente a la celebración de Todos los Santos. 
Para los mexicanos, la tradición de muertos es una fiesta nacional que renueva su memoria ancestral. Acompañada de bailes y la construcción de altares con variadas ofrendas que demuestran la devoción y cariño a sus difuntos, el 2 de noviembre se ha convertido en el escenario turístico más importante en ese país, de ahí que su lema es que el dulce pica y la muerte es fiesta. Alrededor del mundo, tanto la celebración del Día de Difuntos como las mismas prácticas funerales abren un sinnúmero de lecturas para entender cómo cada lugar resignifica y transforma sus rituales fortaleciendo un tejido social sobre la base de la religiosidad popular.
El ritual se vuelve una cuestión básica cuando se trata de entender el funcionamiento de una sociedad y las dinámicas que se generan a su alrededor, los mismos no simplemente incluyen una serie de pasos simbólicos sino también determinan un tránsito a otro estado del espíritu humano: “En el curso de la historia, todo grupo humano elabora creencias y prácticas religiosas asociadas a momentos cruciales de la vida: nacimiento, matrimonio y muerte” (Aceves, 1992, p.27). El culto a los muertos es uno de estos momentos en los que se ha de pasar por una ceremonia individual y colectiva que enmarque lo importante de este estado y que logre el paso de una situación social previa a una distinta.
La muerte representa entonces un ejemplo de sincretismo, por la variedad de elementos de carácter religioso y a la vez ancestral que componen su ritualización. En el caso latinoamericano, la práctica funeraria y la importante apropiación del día de difuntos sirve como excusa para observar un tipo de representación que tiene que ver con la muerte niña. Al revisar la Leyenda Dorada, encontramos que el día de conmemoración de las almas tiene que ver con la cantidad de sufragios que los deudos puedan canalizar hacia sus muertos, para que ellos expíen sus culpas y encuentren el camino hacia la vida eterna, sin deambular perdidos en el purgatorio. Sin embargo, ¿qué sucede con los infantes que encuentran una muerte prematura?, ¿a dónde van sus almas sin pecado? En nuestro medio, la tradición funeraria de la muerte niña se la conoce como “el velorio del angelito”.
Muchos de ustedes, lectores, recordarán el popular Rin del Angelito de la chilena Violeta Parra, que es un poema al sentir popular cuando la premura de la muerte traslada el alma a otro sitio:
“Ya se va para los cielos, ese querido angelito, a rogar por sus abuelos por sus padres y hermanitos. Cuando se muere la carne, el alma busca su sitio adentro de una amapola o dentro de un pajarito”. 
O también relacionarán esta tradición con los chigualos, que son ceremonias fúnebres para niños menores de 7 años, que constan de cantos y bailes especialmente en la región costera del sur de Colombia y el norte de Ecuador. Sin embargo, el velorio del angelito también se hace evidente en representaciones visuales con alto contenido simbólico. La fotografía post mórtem es uno de los recursos de registro que nos ayudan a entender las formas de representación cuyas particularidades iconográficas y emocionales ponen en relevancia aspectos poco estudiados de la religiosidad popular.
Con un origen probablemente español y practicado especialmente en los territorios andaluces de tradición mozárabe, el velorio del angelito fue una costumbre asimilada y extendida en Latinoamérica, donde fue adquiriendo nuevas características acordes al lugar donde se lleva a cabo. En la mayoría de sitios aún se conservan registros fotográficos que han permitido que se generen diversos discursos e interpretaciones sobre el tema: “El velorio del angelito está extendido por todos los países de Latinoamérica y su práctica se desarrolla entre poblaciones mestizas, blancas y afro-descendientes” (Pollack,1974, p.23). Esta tradición probablemente ayudaba a sobrellevar el dolor de los padres ya que el niño pudo ser visto como un mediador de la familia entre el cielo y la tierra: “El infante está considerado libre de pecado original y por lo tanto, su muerte prematura lo convierte en un mediador ante el Padre Eterno respecto de sus padres y parientes cercanos” (Manns, 1987:95 en Cerruti et al., 2010 p.11).



Una prueba de la existencia y práctica del ritual, sin duda, son los numerosos registros pictóricos como el de Manuel Antonio Caro, Velorio del Angelito de 1873, Ernest Charton, Velorio el Angelito de 1840, ambos en Chile; velorio del angelito de 1893 del puertorriqueño Francisco Oller y Cestero, Entierro de un niño en el Valle de Tenza de 1878 del colombiano Ramón Torres Méndez; y el extenso legado mexicano entre los que se pueden nombrar a las obras de Leona Julia de Jesús López de RHLZ (1847), Marquitos González de Gerónimo de León (1893), Retrato de padre con hija muerta de Miguel Espinosa (primera mitad del siglo XIX) y Niña Viva, Niña Muerta de David Alfaro Siqueiros (1931). El velorio del “angelito” no solo gozó de una gran cantidad de representaciones en pintura sino que al instituirse el oficio de la fotografía, pasó a ser esta, otra forma de alargar el recuerdo a partir de la imagen.
Curiosamente, la memorial photography o fotografía post mórtem fue un tipo de retrato que se popularizó en Europa en la época victoriana (1837-1901). Su disposición escenográfica lograba perennizar el último registro del ser querido, de tal forma que se oculten o disimulen los rasgos del rigor mortis. Para tal efecto, se maquillaba tanto al difunto como a la placa fotográfica. Uno de los ejemplos contemporáneos más usados fue el relacionado con el libro de fotografías de los soñadores del sueño eterno (1)en la película Los Otros (2001,The Others) que interpreta su desenlace, ya que se pone al descubierto inusuales fotografías de cadáveres en posiciones cotidianas junto a sus seres queridos, como si la muerte no los hubiera arrancado de sus espacios de predilección. Muchas veces este tipo de fotografía se realizaba con la única finalidad de tener el recuerdo del retrato familiar aprovechando la muerte de un ser querido.
Aun cuando la muerte y sus rituales nos parezcan un tema lúgubre y sombrío, la fotografía post mórtem fue un recurso muy popular hasta la primera mitad del siglo XX, y en muchos lugares perdura hasta la actualidad. Sin embargo, hay diferencias sustanciales entre la memorial photography y el retrato de angelitos, puesto que mientras en la primera persiste una representación de muertos que parecen vivos, en la segunda, los niños muertos toman un carácter de santidad que los relaciona con estampas o postales religiosas.
El lojano Reinaldo Vaca Piedra (1894-1977), fue uno de los fotógrafos que más registros de angelitos tiene en el Ecuador y su colección digitalizada que reposa en el Archivo Histórico del Ministerio de Cultura y Patrimonio, tiene una temporalidad entre 1920 y 1950. Más de 60 fotografías de angelitos dispuestos en distintos lugares y con diversos ajuares dan cuenta de un proceso de apropiación de este ritual en nuestro país. Las fotografías revelan tanto la técnica fotográfica como las relaciones y convenciones sociales de la época, asociadas a una forma de producción en la que el fotógrafo se convierte en un mediador entre lo sagrado (el ángel) y lo estético (la composición fotográfica).
Llama la atención la prolijidad de Vaca Piedra en la composición de sus fotografías de angelitos y los elementos que las componen, puesto que muchas de ellas evocan hitos históricos o advocaciones importantes para la comunidad lojana como la coronación de la virgen del Cisne (1928). Por otra parte, la producción de ajuares y decorados que acompañan al angelito muestran un mercado accesorio de servicios funerarios que debió contar con un proceso de circulación importante. Las fotografías de angelitos, servían como un billete emocional que daba opción a los familiares y allegados al niño a poseer un vínculo simbólico con Dios, debido a que la representación casi sagrada de la imagen, daba cuenta de un ascenso espiritual y directo del niño a los cielos, y con él las plegarias de sus familiares para que el angelito los proteja desde el cielo.
Este artículo es parte de una investigación más extensa, que contribuye a ampliar la información existente sobre este tema en varios países como Chile, México, Bolivia y Argentina. Todavía queda mucho por investigar sobre los registros de prácticas funerarias en nuestro país y esperamos que este aporte involucre a más jóvenes académicos a buscar en los archivos públicos información que puedan generar nuevas opciones de consulta.

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