Los tradicionales
marmoleros del Cementerio Central enfrentan la posible desaparición de su
oficio.
En la necrópolis bogotana,
en el Cementerio Central, las cuchillas y los taladros ya no retumban como
antes. La gente se sigue muriendo, por supuesto. Pero ahora, el polvo de los
mármoles ya no forma su nube blanca.
Los bogotanos, los
colombianos en general, han optado con los años por deshacer sus cuerpos en
ceniza, meterlos en pequeñas urnas. Y que los lancen al mar, al río o al
jardín.
Todo por ahorrar los costos
de la muerte. Ellos, los marmoleros, han tallado lápidas de guerrilleros y de
presidentes, de artistas y hombres corrientes.
Hoy, entre las grandes
máquinas cortadoras y los artesanos menores, una tradición de varios siglos se
asoma a su final.
“La sobrepoblación del
planeta. Usted sabe. El que nace, muere. Por eso nos iba tan bien. Pero ahora
yo quiero hacer baldosines, diseños y espacios monumentales: pisos y murales.
Porque hoy la gente prefiere la cremación, enterrarse por allá debajo de un
palo en una finca”, dice, Leonardo Rueda, experto en simbología fúnebre y
tallador desde los 13 años.
Cuando las ventas han caído
casi en un 70 por ciento, no queda más remedio que recordar los buenos tiempos.
“En 1900, las piedras se bajaban en carretillas grandes y se armaban los
mausoleos allá adentro. Valía 18.000 pesos en esa época y una casa en el Samper
valía seis mil. Y él, mi bisabuelo, tenía diez y quince obras al tiempo. Haga
la cuenta”.
Henry Cárdenas, artista
plástico y vecino de Leonardo, ha sabido sortear el cambio con dificultades,
diversificando su labor. Hace esculturas, talla las direcciones de las casas.
“Yo tallaba 5 lápidas al
día hace 10 años. Ahora, apenas hago un par a la semana. Son sencillas. No como
antes, que pedían detalles como poemas y un buen trabajo en mármol que podía
llegar a costar incluso millón y medio”, dice Henry.
Pero todo oficio trae su
castigo. Ese mismo polvo, tantos años absorbido, es el causante de una
enfermedad irreversible que es casi una plaga entre los marmoleros: la
silicosis, producida por la inhalación de partículas (menores de 5 micras) de
sílice que se van asentando en los pulmones.
“Yo le tengo miedo a la
muerte. Pero cuando ocurra, prefiero que me cremen”, dice Henry, el más avezado
de los artistas, negando con este gesto definitivo su profesión.
Todavía, en la carrera 18
se puede percibir la fatalidad del aroma silvestre de las flores para los
muertos. A su lado, hombres aislados, iluminan las placas de mármol con sus
trazos sobrios.
Pero en el cementerio ya no
se oyen las plegarias, las romerías, el mismo fervor de las gentes sencillas de
hace unos años. La muerte ha derivado en otra cosa, menos sacra, más terrenal.
Santiago Gómez Lema
Redactor de EL TIEMPO
Fuente:http://www.eltiempo.com/colombia/bogota/talladores-de-tumbas-del-cementerio-central_13528800-4
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