Por
Pedro Luque
El
Mediterráneo, ese mar que vio nacer y morir a incontables civilizaciones, ese
azul testigo de amores, traiciones, guerras y treguas, ese maltratado mar que
hoy sufre las tasas más elevadas de contaminación del mundo, es además el
cementerio de miles de inmigrantes y de sus sueños, es la líquida barrera que
divide mundos demasiado diferentes.
No
es una novedad que pobladores de África y Medio Oriente se lancen al agua en
inestables barcazas para intentar alcanzar costas europeas. Pero hay momentos
en que el incremento de los conflictos bélicos, el terrorismo, las epidemias y
la falta de oportunidades en los países de procedencia parecen complotarse y
empujar con más fuerza a los inmigrantes, lo que aumenta la población de ese
antiguo y profundo cementerio.
En
lo que va del año, la ONU registró que 1.889 inmigrantes se ahogaron en el
Mediterráneo, de los cuales unos 1.600 murieron en los últimos tres meses
mientras trataban de alcanzar Europa desde Libia. Sólo el fin de semana pasado,
300 vidas se hundieron en distintas partes de ese mar al que los romanos bautizaron
como “Mare Nostrum”.
Esta
nueva oleada migratoria encendió alarmas en el Viejo Continente, ya que el
aumento de las cifras de víctimas es perturbador: en todo 2013 se registraron
600 ahogados, mientras que en 2012 fueron 500 y en 2011, durante las
revoluciones de la Primavera Árabe, fueron 1.500.
Mientras
casi dos mil personas quedaron en el camino, otras 124.380 lograron alcanzar
las costas europeas. De ellos, 108.172 lo hicieron a través de la isla italiana
de Lampedusa. Por eso, Roma reclama ayuda de sus socios europeos para enfrentar
este fenómeno.
En
los primeros tres meses del año, la entrada de migrantes aumentó 600 por ciento
en Italia en comparación con el mismo período del año anterior, mientras que en
España ese incremento fue del 130 por ciento.
Más
allá de las frías cifras, lo que llamó la atención en las últimas semanas son
los botes de juguete inflables con los que los migrantes intentan completar su
travesía, como así también los relatos sobre niños que hacen el viaje solos,
como Princesa, la bebé de 10 meses que a mediados de agosto llegó a España sin
sus padres, en una lancha de inmigrantes que partió de Marruecos.
Ese
caso conmocionó al país ibérico y le dio rostro humano a un drama que seguirá
sin solución mientras se mantengan las enormes diferencias entre las regiones
que son bañadas por el Mediterráneo.
Una barrera distinta
Mientras
africanos y asiáticos intentan alcanzar las costas del Viejo Continente, muchos
europeos del sur y del este migran hacia el norte, hacia países no tan
afectados por la crisis económica y el desempleo. Ellos no deben atravesar un
mar embravecido, pero también encuentran trabas.
El
miércoles pasado, el gobierno alemán presentó su informe definitivo y un
paquete legislativo con el que quiere impedir que los inmigrantes a la Unión
Europea (UE) “abusen” de su sistema social. Para ello, limitará a seis meses la
estancia de quienes llegan al país a buscar trabajo y no tienen expectativas de
encontrarlo.
“La
libertad de movimiento es una parte esencial de la integración europea, que
apoyamos plenamente. Sin embargo, eso no significa que debamos cerrar los ojos
a los problemas que conlleva”, fue la justificación que esgrimió el ministro
del Interior alemán, Thomas de Maiziere, quien recalcó que varios países
europeos ya adoptaron medidas similares.
Así
reaccionó Berlín a un informe que asegura que de 35 mil ciudadanos rumanos y
búlgaros que llegaron a Alemania en 2004, se pasó en 2012 a más de 180 mil.
Los
gobiernos europeos buscan fórmulas para contener esas dos migraciones, la que
viene de afuera y la que se produce puertas adentro. Mientras tanto, el
Mediterráneo seguirá tragándose a miles de personas para quienes migrar no es
una opción más, sino su única opción.
Fuente:
http://www.lavoz.com.ar/mundo/un-oscuro-cementerio-llamado-mediterraneo
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