Por Blanca Galindo y SimonMartret
Todo empezó porque fuimos a la isla de Bali en busca de tranquilidad y
desconexión después de cuatro meses viajando por el Sudeste Asiático. Nos
habían hablado sobre la calidez de su gente, la riqueza de sus playas, lo
económico que resultaba y la fuerte tradición budista con templos y ritos
bastante bien preservados. Descartamos ir a Kuta y nos dirigimos a un pueblo de
interior llamado Ubud en busca de más tranquilidad. Ubud no dejaba de ser una
pieza más del parque temático en el que se ha convertido Bali. Al principio te
venden Ubud como la auténtica experiencia de la artesanía tradicional y el arte
balinés, pero entonces encuentras en cada esquina tiendas de tatuajes,
recuerdos balineses de todos los tipos, espectáculos de danza, shows de música
local, negocios de masajes… y todo tipo de cosas “balinesas” y no tan balinesas
que alimenta la industria turística.
Trunyan se encuentra en una remota y aislada orilla del lago Batur, en
el interior de la isla de Bali, y es allí donde los “Bali Aga” (descendientes
directos de los Balineses originales) han vivido durante miles de años
rigiéndose bajo el auspicio de antiguas normas, reglamentos y costumbres.
Nuestro tour comenzó de verdad tras un fuerte regateo para que nos condujeran
al pueblo. Tras un acuerdo “amistoso” de 100.000 rupias por persona
(aproximadamente unos 7 euros) fuimos escoltados por un guía trunyareño espontáneo
hasta el mismo pueblo. La primera parada fue el templo Pura Pancering Jagat,
conocido también como el templo del ombligo del mundo. En su interior (nos
explicó nuestro guía) crece un árbol banyan que dicen que tiene más de mil
años. Los jóvenes solteros de Trunyan que han de someterse a un período de
purificación ritual y aislamiento se enclaustran en este templo, y allí se
abstienen de cualquier contacto sexual y aprenden oraciones. Para finalizar el
proceso de purificación les exigen que viajen mendigando por Bali.
Nuestro guía nos explicaba esto con cierta pasividad, mientras nos
paseaba por el pueblo apartando a los mendigos locales que nos abordaban con
muy mal humor. Después de atravesar el pueblo (literalmente, cuatro casas) nos
subieron a una canoa para atravesar el lago y llegar al cementerio. Entre remo
y remo por las aguas tranquilas del lago, nuestro guía nos iba relatando la
historia del cementerio. Nos habló de una antigua profecía que dice que
"si alguna mujer llega al cementerio mientras se consuma el funeral del
cadáver, habrá un tremendo desastre en la aldea, como deslizamientos de tierra
o una temible erupción volcánica que la devastará". Por esta razón las
mujeres tienen prohibido visitar el cementerio cuando se lleva un cadáver.
Durante el trayecto en canoa, uno 15 minutos, fuimos bordeando algunos de
los cementerios que no podíamos visitar.
Primero pasamos por el Sema Bantas-ste, el cementerio donde estaban los cuerpos
con defectos, los muertos por accidente, enfermedades o suicidios.
No pudimos vislumbrar nada ya que aquello estaba engullido en la
selva. A continuación pasamos por el cementerio reservado para los jóvenes, los
niños y los adultos no casados, eso sí, era necesario que tuvieran literalmente
todos sus órganos intactos y sin defectos. Finalmente, después de crear tanta
expectativa, llegamos al Sema Wajah,el cementerio principal cuyos requisitos
son ni más ni menos que ser adulto casado, sin defectos y con los órganos en
buen estado.
Lo primero que uno encuentra al llegar era un cartel de bienvenida en
inglés (sí: welcome) seguido de una calavera situada en un pedestal en la
puerta al que hay que depositar algunas monedas. Cruzando la puerta principal y
adentrándonos en la selva, distinguimos a escasos pasos las estructuras de
bambú donde yacen los muertos en descomposición. Nuestro guía permanece fuera,
pero otro guía se posiciona de espaldas a las jaulitas de bambú y nos cuenta
que la tradición de “entierro” (porque enterrar no entierran nada) se remonta
al neolítico. Al mismo tiempo animan a los turistas a acercarse, a fisgar entre
las rejillas del bambú, a hacer fotos lo más cerca posible de las caras e
incluso a coger alguna calavera para posar con ella. Las reacciones de los
aventureros y exploradores visitantes se debaten entre el asco y el terror. La
expedición continúa amenizada con la insistencia del guía en olisquear el
terreno (que curiosamente no producen ningún tipo de olor) para demostrar cómo
el árbol sagrado engulle el hedor de la putrefacción.
Fuente: http://www.playgroundmag.net/articulos/reportajes/trunyan-bali-viajar_0_1462653731.html
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