Por M Vela Tudela
El cementerio Jardín
de la Almudena, en el barrio de Santiago, es el más antiguo de Cuzco y alberga
asombrosas piezas de mármol, gárgolas, mausoleos y joyas artísticas que
evidencian el fervor religioso de esta ciudad y la creatividad peruana. Fue
construido en 1850 por orden del beato Miguel Medina, ante las condiciones
insalubres en las que se enterraban entonces a los fallecidos. El frontis fue
levantado con restos del templo de San Agustín, cañoneado por Agustín Gamarra
en los años de la Independencia de España. Se cuenta que el paredón sirvió para
fusilamientos en aquellos tiempos de enfrentamiento bélico.
Ilustres del arte, la
política y la sociedad del país andino descansan en los pabellones de este
camposanto. Declarado patrimonio cultural nacional por el Ministerio de Cultura
en 2011, actualmente parece aplastado por el crecimiento de la ciudad y del
distrito de Santiago, donde se ubica, y yacen en él conviven con el día a día
de Cuzco: las combis (unas furgonetas que hacen función de autobuses), la
contaminación y el animado tráfico de la carretera 3S, que conecta la capital
andina con la ciudad de Puno.
Enrique, el guía que
va desgranado las historias del cementerio, no sabe cuántos nichos hay en este
campo santo. “Dos mil, por lo menos”, dice. No se trata de un panteón de
grandes dimensiones, pero las tumbas están muy juntas, generando una agobiante
sensación de compresión, de falta de separación entre los que yacen en él. Las
más antiguas están en el sótano. En una lápida de mármol se ve la fecha de
1888. El guía explica que durante los tours nocturnos hacen salir a un actor
disfrazado de este túnel para asustar a los visitantes.
También conoce alguna
historia truculenta. Ante la Cruz de los Condenados, cuenta que “un alma viene
a penar porque cometió un incesto contra su sobrina”. Nadie quiere acercarse
mucho a esa cruz. Cerca de aquí hay un macabro mausoleo con una calavera
esculpida, donde se realizan clandestinamente misas negras y rituales de
brujería para hacer daño a alguien, según explica el guía. Hay restos de velas
negras. Más allá aparece el Mausoleo de la Familia Zegarra Alfaro, donde se dio
el primer caso de un "muerto viviente": una catalepsia que nadie pudo
atender.
La dama del cementerio
La historia más
conocida del lugar es la de la dama de Almudena, una joven a la que le gustaba
mucho la fiesta nocturna y que murió abruptamente. La leyenda dice que sale de
su tumba para tomar un taxi hacia las discotecas del centro y retomar lo que
hacía en vida. Más tarde, en el taxi de regreso, desaparece abruptamente en la
puerta del panteón. Las visitas nocturnas recrean también este suceso y una
actriz aparece llorando y lamentándose sobre la lápida de María (nombre de la
misteriosa dama): “yo no quería morir aún”. Enrique remata el relato con una
divertida risa asolapada.
En el cementerio
están enterrados personajes ilustres. Está Clorinda Matto de Turner, la primera
periodista peruana, que reposa en un hermoso mausoleo; Martín Chambi, célebre
fotógrafo puneño junto a su esposa; Daniel Estrada, un querido alcalde de la
ciudad; el escritor Humberto Vidal Unda, el músico Roberto Ojeda, Eulogio
Nishiyama, director de la primera película en Quechua, así como un ex
presidente de la nación, Serapio Calderón, y un combatiente en los tiempos de la
independencia, Cosme Pacheco.
También yace aquí
–junto a sus sobrinos– el mítico aviador Velasco Astete, el primero en cruzar los
Andes. La gente acude cuando está próxima a viajar, para pedirle suerte y
buenos vientos. Paradójicamente, nuestro héroe murió en un accidente aéreo. Y
por último está aquí la también ilustre Cruz de los Desaparecidos, donde van
los familiares que no encuentran a sus muertos, perdidos para siempre en este
cementerio atiborrado. Allí les ponen las flores. Enrique conduce al final a la
Capilla de Santo Roma, construida en 1802, donde se oficiaban las primeras
misas y que actualmente funciona como depósito y crematorio.
La Sociedad de
Beneficencia Pública de Cuzco, administradora del Jardín de la Almudena, ofrece
visitas guiadas durante el día y también por la noche. Las nocturnas tienen un
precio de 10 nuevos soles (unos tres euros). El recorrido es de una hora y se
pueden realizar de 8 a 16.00 y de 19.00 a 23.00.
Los familiares de los
fallecidos suelen dejarles en sus tumbas vasos de cerveza, gaseositas,
galletas, juguetes, fotos, cartas, amuletos y cualquier cosa que al difunto le
gustase en vida. También se pueden ver flores artificiales que se mueven de
lado a lado gracias a un sistema mecánico, dando algo de vida al que ya ha
partido. Un detalle dulce y amargo a la vez. También hay flores de verdad,
algunas ya caídas, y nichos abiertos que no quiero mirar. Siempre resulta
extraño caminar entre los muertos.
Fuente: http://elviajero.elpais.com/elviajero/2015/04/10/actualidad/1428678439_595130.html
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