Por EFE
"Irse al otro
barrio", "el último adiós", "criar malvas",
"pasar a mejor vida"..., son frases hechas que, con mayor o menor
fortuna, se usan para referirse a una de las escasas verdades incuestionables
de la existencia del ser humano: la muerte.
Una imposición
biológica, "descansar en paz y para siempre", es una realidad que
deja de cumplirse en el caso de estos guatemaltecos.
El panorama que
presenta el Cementerio General de Guatemala, ubicado en la capital y declarado
Patrimonio Cultural de la Nación, es un auténticamente desolador.
Al deambular por sus
casi 24 hectáreas, sus asiduos visitantes se encuentran con caminos cubiertos
de maleza y bóvedas destruidas, víctimas de la indiferencia y el abandono,
donde habitan unos invitados especiales y poco deseados: los buitres que pasean
a sus anchas por lo que antes era un lugar de recogimiento y recuerdo.
A esta situación se
suma el reciente desprendimiento de una de las partes del camposanto, que se
llevó consigo la tranquilidad y el sosiego de medio centenar de difuntos que,
en su mayoría, descansan sobre el vertedero municipal, ubicado al lado del
cementerio.
Desde el primer derrumbe
en el año 2010, ya son 170 las tumbas que han caído y, aunque algunos restos se
recuperaron, gran parte se han perdido entre el fango y los escombros que la
municipalidad de Guatemala vierte como relleno para elevar la altura del
terreno.
La demanda de los
familiares afectados por esta coyuntura es rotunda: "¿Qué va a pasar con
nuestras familias?".
Según contaron hace
años que esta situación "se veía venir" y denuncian que las
instituciones gubernamentales, en particular el Ministerio de Salud, ente a
cargo del recinto, hicieron oídos sordos a unas súplicas que anticipaban este
desenlace y que puede ser peor para los mausoleos que aún resisten en pie.
Jorgue Higueros,
empleado del Ministerio de Trabajo, es uno de los afectados por esta desidia.
Dijo que ahí está su
familia y que lo único que pide es poder trasladarla de ubicación antes de
tener que ir a recoger a su hija en el basurero.
"Necesitamos
voluntad, porque hay opciones", propone, y agrega que hará todo lo
necesario para rescatar a su "querido retoño".
Edgar Estuardo, un
joven que tiene en el área dañada a nueve familiares fallecidos, reclama un
remedio para que no terminen en el albañal: "No son animales. Son seres
humanos", dice con lágrimas en los ojos.
Hace apenas tres
meses que otra de las damnificadas, María Patricia, enterró a su hija en la
zona afectada. Nadie le advirtió del peligro. Ahora solicita una y otra vez
trasladar los restos de su pequeña, una petición que le ha sido denegada porque
las autoridades recomiendan no acercarse.
La Coordinadora
Nacional para la Reducción de Desastres (Conred) alertó de esta situación en el
año 2010 y sugirió establecer un área de seguridad de 30 metros, realizar
trabajos de mitigación para evitar más deslizamientos y controlar los drenajes.
Sin embargo,
"ninguna de esas recomendaciones se consideró", reconoce su portavoz,
David de León, y añadió que su institución está a la espera de un informe que
emita un nuevo diagnóstico.
Por su parte, el
administrador del cementerio, Miguel García Granados, explicó a Efe que están
"esperando respuestas" de las autoridades y que el camposanto que él
dirige no puede tomar ninguna medida porque su presupuesto es muy limitado.
Pero lo peor puede
estar por venir. La época de lluvias en Guatemala no ha hecho sino empezar y,
con ella, los desplomes amenazan con continuar devastando al cementerio que, de
seguir así, desafía el reposo de la mayoría de sus inquilinos.
Los muertos aún deben
esperar para ver si alguien les ofrece una solución que los deje, por fin,
descansar en paz.
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