lunes, 27 de agosto de 2018

De mi visita a un cementerio ruso

Por Johanna Arteaga, corresponsal voluntaria de la Red Ecuatoriana de Cultura Funeraria

Como casi todo en este país, los cementerios rusos también parecen pertenecer una dimensión paralela. Yo llegue a la ciudad de Bélgorod, ubicada a 678 km de Moscú, por motivos de estudio. Durante todo el tiempo transcurrido aquí, e incluso durante mis viajes por el país, no he visto una sola funeraria. Esto me ha llevado a pensar en cómo los rusos asimilan dos grandes y trascendentales conceptos (que a todos, y de la nacionalidad que seamos, nos han hecho pensar profundamente) la vida y la muerte. 

Mi facultad queda muy cerca de un gran hospital y parte del mismo es el área de ginecóloga y obstetricia, es decir, donde se reciben a los neonatos, acontecimientos que se celebran a lo grande: caravanas de familiares y amigos con globos y regalos en rosa y celeste dependiendo del caso. La llegada de una nueva vida es recibida con desborde de alegría y abundancia. Más nunca, ni una sola vez, ni así sea de lejos he presenciado un cortejo fúnebre. Lo cual para mí pone al descubierto la respuesta a mi inquietud: la vida se celebra y la muerte se asimila con muchísima sobriedad, simpleza y humildad. 

Fotografía Johanna Arteaga
Esto me dejó otra inquietud que yo misma trato de responder: ¿por qué en este lugar es tan diferente la forma de despedir a sus seres queridos? Esto me llevo a pensar en la historia que ha marcado a estas personas. ¿Será acaso que fueron azotados ya con tanta tristeza que ahora se enfocan en lo más importante y es eso lo que celebran? Así pues, cuando llegue al cementerio, lo primero que me llamó la atención es esa mención a lo histórico que yo ya suponía; en su entrada hay una estatua en bronce al soldado caído que representa a todos esos seres humanos que dieron sus vidas durante la guerra; más allá no hay más estructuras elaboradas o materiales extravagantes, sino solo el cerramiento. 

Me llamó la atención que no hay puerta de ingreso al cementerio, no existen imágenes religiosas de ningún tipo, salvo el símbolo de la cruz de la iglesia ortodoxa. Cuando me detuve a leer entre las lápidas se divisan fechas antiquísimas que me orientan hacia la antigüedad de este cementerio. Muchos de los mausoleos son la tierra misma, también aparecen entre la maleza y el descuido pequeños monolitos en celeste coronados con estrellas rojas haciendo mención a ex elementos del Ejército Rojo, una que otra fotografía y muchísimo silencio. 

No hay un solo indicio de ostentación, todo transcurre en un ambiente de armoniosa humildad, por así decirlo, y puedo equivocarme en mis apreciaciones, pero es lo que he yo sentido al visitar este cementerio. 

Fotografía Johanna Arteaga

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