Por José Antonio Quintana
García
Cuando usted camina por el
parque Martí, en el centro histórico de la ciudad de Ciego de Ávila, lo menos
que imagina es que sus pies pisan el terreno donde existió el segundo
cementerio local. Asimismo como le cuento.
Refería Francisco Carril
Zunda que la construcción de esa necrópolis ocurrió en 1804, cerca del modesto
inmueble que ocupaba la Iglesia Católica.
A mediados de siglo XIX, la
población del partido pedáneo de Ciego de Ávila había aumentado. En 1860 tenía
3 104 habitantes. La ganadería, la producción azucarera y de frutos menores
ocupaba a la mayoría de los vecinos.
Era costumbre en esa época
que los cementerios estuvieran en la periferia de los poblados, esto y el
crecimiento demográfico influyeron en la decisión de trasladar los restos para
un nuevo camposanto que se erigió en la manzana que se encuentra entre las
actuales calles José María Agramonte, Simón Reyes, Cuba y Ciego de Ávila.
Como hay divergencias en
relación con la fecha exacta, prefiero señalar que sucedió en la década de
1850. Estará preguntándose el lector ¿Y qué se conoce del primero?
Muy poco. De acuerdo con un
plano elaborado por Carril Zunda se hallaba en la orilla este del Camino Real,
por donde está el edificio escolar de los antiguos Maristas.
SE MULTIPLICAN
Durante la Guerra Grande
(1868-1878) se establecieron otros cementerios, ubicados en Jicotea, Lázaro
López, Guayacanes, Júcaro, Río Grande, La Ceiba, Las Coloradas, San Nicolás y
Domínguez. También los insurrectos, ante la urgencia de una epidemia,
improvisaron algunos. Ejemplo de ello fue el de Guanales, pertenece esta zona
en la actualidad al municipio de Baraguá, donde por orden del general Ángel de
Castillo Agramonte, en el verano de 1869, sepultaron a decenas de víctimas del
cólera. Entre los fallecidos estaba su hermano, el coronel Nazario.
Recuerdo que durante mi
infancia en Corojo, batey de ganaderos, varias veces pasé a caballo por un
cementerio, en Soledad. Mi padre me contó que las tumbas eran de soldados
españoles o de mambises, no tenía muy clara la información.
Ya en el siglo XX, el
camposanto fue ampliado gracias a la donación de terrenos de su finca La
Quinta, que hizo, en 1903, Juana Caraballoso.
En 1907 Ciego de Ávila, al
igual que todo el país, estaba ocupado por tropas del ejército estadounidense.
Algunos de los intervencionistas morían repentinamente o como consecuencia de
enfermedades tropicales. Acerca del tema nos dice el historiador avileño
Adalberto Afonso, en el primer tomo de sus Obras Completas publicadas en
Estados Unidos, que en el Ayuntamiento: "Se lee carta de 14 de agosto del
Comandante del 17 de Infantería de Pacificación destacado en esta Plaza,
interesando se le asigne un lugar separado del cementerio para inhumación de
los soldados americanos; y se acordó poner a su disposición con el indicado fin
el cuadro cercado que se halla en el lado sur dentro del cementerio que fue
empleado con ese mismo fin en la anterior Intervención."
De acuerdo con el censo de
ese año, en el término municipal vivían 4 242 habitantes. La expansión urbana
se iniciaba hacia el oeste y el sur, donde se hallaba el cementerio. Era
necesario trasladar la necrópolis. ¿Pero hacia qué parte? Tal era el dilema de
las autoridades locales cuando el asturiano Alejandro Suero Balbín, acaudalado
hombre de negocios bancarios, comerciales, agrícolas exalcalde y confidente
mambí, solucionó el problema al donar 40 000 metros cuadrados de su finca El
Bagá para que el ayuntamiento pudiera edificar el cementerio municipal.
La inauguración ocurrió el
8 de febrero de 1911 y el primer enterrado se nombraba Leonardo Rey.
No hay comentarios:
Publicar un comentario