martes, 15 de julio de 2014

Hernán Vizzari: los ritos funerarios han cambiado con el tiempo, un nuevo libro sobre Buenos Aires.


Fuente: http://www.diariobae.com/notas/6120-funerales-nuevos-ritos-para-la-hora-de-la-despedida.html

Por Oscar Muñoz

Si “morir es una costumbre que sabe tener la gente”, como apunta Jorge Luis Borges en su Milonga para Manuel Flores, al que cuatro balazos lo arriaron de esta vida, sus ritos y prácticas conmemorativas mucho han cambiado desde que, hacia 1803, una cédula real prohibiera los sepulcros en las iglesias, como era habitual en la Buenos Aires colonial.
“Se enterraba en las criptas y en la parte superior, de acuerdo a la importancia del difunto, que así ganaba un lugar preferencial, más cerca de Dios”, ironiza con una buena dosis de humor negro Hernán Vizzari, especialista en el tema y coautor de Ángeles de Buenos Aires. Historias de los cementerios de la Chacarita, Alemán y Británico.
Investigador de las costumbres funerarias a lo largo de la historia, Vizzari se dedica desde hace varios años a recuperar el valor patrimonial, histórico y cultural de los cementerios, en especial el que fue motivo de su libro, editado con suntuosa presentación por Olmo Ediciones.
“Aunque en Buenos Aires existían enterratorios desde la época de la fundación, la cédula que  subrayaba los perjuicios para la salud pública que acarreaba esa práctica, obligó a buscar un lugar adecuado, y a suficiente distancia del radio urbano”, reseña.
El Cementerio del Norte, inaugurado en 1822, no sólo reunía esas condiciones, también estaba lejos de ser lo que es actualmente el cementerio de la Recoleta, tan concurrido por los turistas extranjeros que se orientan por sus pasillos hasta ubicar la tumba subterránea de Eva Perón.
“Era poco más que un baldío, incluso en el centro, había una huerta, donde se cultivaban frutas y verduras para consumo de los frailes de la parroquia vecina”, ilustra. Su condición de “camposanto” tampoco tardó en perder la bendición, cuando trascendió la noticia de que había sido profanado por el sepulcro de un masón. De ahí en más, fue cementerio a secas, para acoger en sucesivas etapas a nuestros muertos, ilustres y no tanto.
La epidemia de fiebre amarilla de 1871 provocó un punto de inflexión en la materia.
“La gente moría en cualquier lado: lazaretos, parroquias, sus casas y hasta en la calle –describe Vizzari–. Desbordados los cementerios del Norte y del Sur (habilitado en 1867 en el actual parque Ameghino), el gobierno tuvo que resolver en tiempo récord la  habilitación de un cementerio en los alejados terrenos de la Chacarita, hoy parque Los Andes”.
Las imágenes mueven a espanto: “Primero, los cadáveres eran trasladados en carros tirados a caballo, hasta que se puso en marcha la locomotora La Porteña, el llamado tren de la muerte, que tomaba una curva por Corrientes, que aún conserva su trazado en el pasaje Discepolo”, señala.
De las costumbres mortuorias pasadas de moda quizás la más   evocada sea la de las “lloronas”, mujeres que eran contratadas para cumplir con ese fin en los velorios.
“Estaban incluidas en las tarifas de las casas funerarias y eran un rasgo que acentuaba la solemnidad del momento en caso de muertos de cierta ascendencia. En Buenos Aires estuvo en vigencia hasta fines del siglo XIX –arriesga–. Pero en algunas provincias se prolongó bien entrado el siglo XX”.
Sin embargo, su profundidad de historiador nos revela algunos aspectos menos conocidos y más fundamentalistas, como el piano de luto que atesoraban las familias más acomodadas que habían sufrido una pérdida.
“Era una caja de madera de casi 80 centímetros de largo por 30 de profundidad, que contenía un teclado similar al de un piano –precisa–. Este artefacto permitía continuar con la digitalización y entrenamiento del estudiante sin romper con el silencio de luto en el hogar. También se sabe que en el teatro Colón funcionaba  el ‘palco de duelo’, donde el deudo podía ver y oír la obra sin ser visto”.

Música y aplausos

Así como los oficios religiosos en memoria de caídos en cumplimiento del deber respetan ciertos ritos  (el clarín que rompe el silencio o la salva de fusiles), otros medios y ambientes también reivindican códigos propios de etiqueta.
La anécdota del mundo del espectáculo es muy difundida. Cuando en un teatro se anunció la muerte del mítico cantante y actor Al Jolson, un largo aplauso puso final a la velada.
La costumbre se ha trasladado sólo recientemente hacia la sociedad doméstica, quizás como una reacción para desdramatizar una instancia afín a todos los mortales.

Las casas fúnebres también han acusado el impacto de estos tiempos, de menos pompa y mayor intimidad.

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