lunes, 10 de agosto de 2015

Publicación: un recorrido por el Cementerio San Miguel de Málaga



Por Pablo Bujalance

Si las ciudades pueden leerse como libros, los capítulos más reveladores y paradójicamente parecidos a la vida se encuentran en los cementerios. El de San Miguel es un enclave representativo de Málaga por cuanto resume en su parcela las mayores luces que alumbró la urbe en los dos últimos siglos, pero también porque, aun sosteniendo un tesoro patrimonial de primer orden, es un verdadero desconocido. A ello contribuyó, claro, la clausura impuesta una vez que en 1986 dejaron de celebrarse enterramientos; pero también la mala salud de una memoria que en los últimos años se ha acercado al Cementerio de San Miguel puntualmente, sin terminar a decidirse del todo, muy a pesar de los trabajos de rehabilitación que, especialmente desde 2011, y aún en marcha, han devuelto al camposanto buena parte del esplendor perdido. Ahora, la directora de esta restauración, Araceli González, ha reunido la historia del Cementerio de San Miguel en un libro cuya publicación impulsa el Ayuntamiento a través de Promálaga y que se presentó ayer en el Consistorio con la presencia del alcalde, Francisco de la Torre; el portavoz del equipo de gobierno y responsable de Promálaga, Mario Cortés; y la propia autora, que confió en que la publicación (que se distribuirá en librerías) permita a los malagueños conocer a fondo un aliado inestimable de su pasado reciente.

La historia del Cementerio de San Miguel es, a fin de cuentas, y tal como subrayó el alcalde, la misma historia de Málaga en los siglos XIX y XX, especialmente en su dimensión empresarial, cultural y "benefactora". Su origen se remonta a la Real Cédula de Carlos III que en 1787 prohibió los enterramientos en iglesias: semejante mandato condujo a Málaga a la necesidad de construir un cementerio extramuros, y el Ayuntamiento adquirió para tal fin en 1803 los terrenos del actual Cementerio de San Miguel, que fueron bendecidos en 1810 como camposanto. En los 250 panteones y nichos que lo pueblan (algunos realizados por arquitectos como Jerónimo Cuervo, Fernando Guerrero Strachan y Manuel Rivera, y adornados con esculturas de Francisco Palma García y el italiano Lorenzo Bartolini entre otros artistas) descansan con sus familias los grandes referentes de la Málaga de la época: empresarios como Manuel Agustín Heredia, Manuel Domingo Larios, Jorge Loring, Félix Sáenz y Enrique Huelin; pintores como Antonio Muñoz Degrain y José Moreno Carbonero; escritores como Salvador Rueda y la norteamericana Jane Bowles (cuya tumba fue restaurada hace tres años por iniciativa del Instituto Municipal del Libro); y otras figuras elementales como la caritativa Trinidad Grund, el compositor Eduardo Ocón, el popular gangster Alvin Karpis (que en su día fue declarado enemigo público número uno en EEUU y que vivió sus últimos años en Torremolinos) y los 48 compañeros de José María de Torrijos que fueron fusilados en la playa de San Andrés en 1831, cuyos restos descansaron en San Miguel antes de su traslado a la cripta de la Plaza de la Merced (un monumento mantiene todavía el recuerdo debido a los héroes en el cementerio, donde también reposa el Padre Vicaría, el religioso que les procuró consuelo espiritual en sus últimos momentos). Aunque buena parte de los inquilinos del cementerio proceden de las clases más acomodadas en una Málaga que acusó históricamente graves diferencias sociales, De la Torre subrayó ayer que la ciudad obrera también tiene a algunos de sus líderes inhumados en San Miguel: es el caso de Rafael Salinas, fundador de la UGT en Málaga y uno de los primeros concejales socialistas en el Ayuntamiento durante la Segunda República.

Más allá de sus moradores, el Cementerio de San Miguel aspira a ser un lugar vivo: el pasado febrero fue incluido en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz, y el Ayuntamiento mantiene un amplio programa de visitas guiadas. Es hora de que la memoria se escriba hacia adelante.


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