jueves, 31 de julio de 2008

Fernando Vallejo: Visiones de un diablo provocador




“Hoy por hoy no piso una iglesia ni de turista
y no leo una novela ni a palos...y me escapé del
boom que no sé en última instancia qué fue, si
algo así como un Big Bang. Yo sólo creo
en quien dice humildemente yo y lo demás son cuentos”
Fernando Vallejo

Vivir es un acto que entendido desde lo cotidiano puede pasar desapercibido, anónimo y sin retorno. Sobrevivir en cambio es literatura completa, si entendemos sobrevivir a descubrir el mundo desde sus múltiples realidades y conflictos; o también si entendemos sobrevivir a reparar cómo los demás se van convirtiendo en los muertos que uno carga.
Conocí a Fernando Vallejo por un sin querer ver una película que todo el mundo comentaba pero que era en verdad un libro que ningún recomendador había leído: La virgen de los sicarios. Entonces me agarro a leer esta novela corta escrita como huracán y embebido por el mundo dislocado que él presentaba y yo tragaba sin digerir, llegó el final sin final y no pude quedarme quieto.
De esto hace seis años, y luego de leer otro y otro y otro de sus libros-novela, que pueden ser una sola obra entregada por partes, me pareció justo escribir sobre él para poder cerrar el capítulo. Reconozco que al principio sus libros, por estar escritos en primera persona y con esa rabia tan sincera, me resultaron una especie de textos de autoayuda, nada más alejado de lo que buscan ser, pero permítanme les explico. Resulta que de joven andaba yo en una organización ecologista para lavado cerebral de los púberes, pues pensaba que había que luchar por las especies amenazadas, y de algún modo se lograría crear conciencia en el humano, mas salí decepcionado de todo y de todos los que ahí me rodearon, convencido de algo que no logré definir hasta el encuentro con Vallejo: “los ecologistas son especialmente infames y mentirosos: quieren preservar las especies de esta tierra para el hombre, para que el hombre las disfrute y se las coma.” Con esto no quiero desprestigiar a tan importante grupo de activistas, no señor; pero el verdadero cariño a los animales me nacía de verlos como prójimo y no como un “algo” que me daría votos etiquetados de verde, pero ya empecé desviándome del tema. Mil disculpas. Continúo.
¿ Por qué me fascinó tanto la escritura de este condenado que se proclama muerto pero está vivo dando entrevistas y burlándose de todos en ellas? Porque empecé a visualizar un espejo en sus letras, y lo que yo pensé o quise decir resultó ya pensado o dicho por él en sus libros, bajo el signo bendito de Alfaguara, que apostó por lo que yo llamaría el último escritor maldito de América Latina.
Sus novelas cuentan su particular modo de sobrevivir en un mundo sobre poblado y caracterizado por el total irrespeto a los animales y medio ambiente, desde su niñez en Los días azules, hasta su muerte en vida en La Rambla Paralela, llegando a su cúspide en El Desbarrancadero y Años de indulgencia. Además tiene dos biografías de magnos poetas colombianos: José Asunción Silva, y Porfirio Barba Jacob. Con Fondo de Cultura de México publicó LOGOI, un extenso tratado del lenguaje literario que da cuenta por qué defiende tanto la palabra, y sobretodo demuestra que el lenguaje literario no es propiedad privada de nadie.
Como biólogo escribe con humor, lucidez e ironía La tautología darwinista, que junto a su último libro publicado Manualito de imposturología física sirven para reírse de los meta-científicos, que caen en posturas inamovibles y defienden tener bajo el brazo la verdad universal que el resto de comunes mortales debe acoger sin cuestionar.
Este es Vallejo, y en estas líneas quiero intentar el homenaje al escritor que en sus páginas me inyectó un vértigo vicioso que desnuda tabúes, prejuicios, licencias literarias forzadas, y cuando ya todo está sin ropa a la vista del lector, se carcajea de sí mismo y de los demás demostrando que la vida es una fiesta para entregársele en cuerpo y alma.
La dureza de su furibunda prosa contrasta con la ternura bañada de pasado en Los días azules, la historia de cinco angelitos que pasan de la devoción a la callosidad en un país que se fue echando a perder. De uno de esos angelitos, nace la novela Mi hermano el Alcalde que cuenta la travesía de Carlos, hermano menor de Fernando, por la alcaldía de Támesis, un pueblo pequeño de Antioquia. En esta novela la mejor imagen está en las bandadas de loros que dicen verdades eternas mientras vuelan sobre los que quieren ser felices en un sueño que no alcanzarán. Con Támesis, Vallejo escribe una sátira feroz de la democracia, donde hasta los muertos votan, en un retrato entrañable pero devastador de los habitantes del pueblo.
Fernando Vallejo nació y creció en la ciudad de Medellín y estudió cine en Italia. Vive en México desde 1971. De sus viajes a estudiar cine en Italia, su estancia en Nueva York, y su regreso para cuidar a su hermano Darío, convaleciente por el sida, van hilándose las historias, las memorias, la musicalidad alucinada que envuelve a quien cae en sus páginas; hasta terminar en Méjico o en Barcelona ya muerto de pena por la partida de su perra, la Bruja, una gran danés negra que volara junto a él en esas trampitas afiebradas que iban pariendo novelas. Vallejo declara en Años de indulgencia; ficción que inicia en una sobresaliente visita a las brujas del aquelarre en una especie de Noche de Walpurgis goethiana y termina con el fuego pirómano que sube mientras desciende un pedido de disculpas a los humildes, inocentes animalitos por los males que les causa el hombre; que la novela es un género que le cuesta mucho trabajo , con reglas hechas, y que por eso inventó un nuevo género literario, la “Autohagiografía”, que consiste en descubrir la vida de un santo, sorbida en sus fuentes últimas, y contada por el santo mismo.
Ahora bien, ¿cómo un defensor del lenguaje, autor de un Logoi que me enseñó a no caer en pleonasmos al escribir (al hablar, ¿cuándo y quién no?), es capaz de soltar tanta majadería, palabra gruesa, irrepetible y vejatoria?, se preguntará usted. Pues como decía arriba, este escritor encargado de desnudar todo tipo de licencias, da pauta de cómo el castellano se enriquece con esta jerga particular que todos usamos en la calle. El tan mentado “hijueputa” por ejemplo, deriva del “hideputa” cervantino que ya no pudiendo calificar lo que le correspondía, evolucionó a su enésima potencia y es lo que ahora decora nuestro diario vivir. Pero el mérito de Vallejo radica justamente en, usando esas palabras gruesas, hacerlas sonar poesía; y en, sin renunciar a localismos paisas, otorgarles calidad de literatura que se vuelve universal, entendible más allá de la geografía que los pronuncia. Además, este tipo de escritura, bien acontecida, no se logra de la noche a la mañana; y peor aún, es resultado de un copy-paste de lo que todos nos enteramos en la calle. No. Este tipo de escritura se trabaja luego de rumiar mucho, de modo que quien escribe se convierte en un mago del lenguaje en tiempos de utilización zarrapastrosa de la lengua castellana, consiguiendo así algo que todo escritor desea y pocos consiguen: molestar a los hipócritas.
Este escritor ya no puede ser borrado, no lo deben querer mucho en su tierra natal, cómo lo van a querer si despotrica a diestra y siniestra contra Colombia, pero en su propia ley, siguiendo a Heráclito, el tiempo pasará como el agua del río, pero la palabra quedará. Ahora, muerto en vida ya no le interesa la literatura, se queda con la ciencia para desenmascarar a varios impostores que ha producido la erudición, que según él aprovechan las estructuras de las ecuaciones para mentir, y vuelve como huracán para afirmar: “El ser humano es una bestia bípeda entrenada durante cuatro millones de años de evolución para mentir de las formas más sutiles, de las cuales hoy por hoy las más prestigiosas son las palabras y las ecuaciones”.
Definitivamente Vallejo es radical y no se amilana ante lo grave de sus afirmaciones, y creo que por eso también me gusta leerlo. Posiciones radicales de este tipo deben pisar alguna vez nuestras neuronas y sacudirnos para entender desde otros ojos la realidad. ¡Cómo no respetar a un loco que dedica su discurso, al recibir el premio literario Rómulo Gallegos, a defender los animales y alzarlos a la altura de semejantes! . Entonces, decía que visiones radicales nos recuerdan que este mundo es algo más que el proceso globalizador predatorio que vivimos, y que funciona como una inyección para provocar amnesia sobre muchos actos malévolos impulsados por el hombre.
Gracias por permitirme plasmar este homenaje y quitarme de encima este gran escritor que estaba atrancado en mi garganta, Vallejo, esto es tuyo y yo ahora puedo seguir a ver si me prendo de otro como de ti, este muchachito se despide, esperando algún día conocerte en persona, allá en Méjico junto a la Bruja, volando a tu lado. Quizá nos encontremos para burlarnos desde la literatura, como lo hacía el insigne Monterroso en sus cuentos; esa sátira la compartes con ese gran escritor que falleció defendiendo sus ideales, distintos a los tuyos pero con la misma terquedad. Ese grande centroamericano se merece un homenaje pero queda para otra ocasión. Por ahora dejo en sus manos este humilde miramiento al prosista de El fuego secreto. Vale la pena atreverse a Vallejo, por su audacia narrativa y su belleza poética.



* José Santiago Recalde.- Poeta, librero y sociólogo, lector de tumbo en tumbo, colaborador de ExLibris.