jueves, 20 de noviembre de 2014

Tesis: "todos los santos en los cementerios clandestinos de La Paz"



Por Víctor Hugo Machaca

Los grupos humanos andinos, desde la época prehispánica, rendían culto a los muertos, como ocurría en muchas partes del mundo. Con la llegada de los españoles se produjo una mezcla de culturas, imbricándose así la idiosincrasia cristiana con la ritualidad indígena.
El resultado fue un entramado de costumbres alambicadas de raíces locales, imposiciones foráneas y sincretismos prolongados. Actualmente cada cultura presenta variadas formas de celebración pero, en general, se cumple con ciertos rituales comunes a todos los pueblos: recibir a los seres fallecidos y compartir con ellos su "estadía”.
Para el caso de los cementerios "clandestinos” tomamos otras connotaciones. La tesis de licenciatura de Alejandro Barrientos Salinas, titulada Espacialidad y proxémica en los escenarios urbanos de la muerte: cementerio en la ciudad de La Paz del año 2004, es muy importante para ver esta parte.
El autor nos recuerda que entre la última etapa de la época colonial y los comienzos de la República, los escenarios funerarios entran en un nuevo proceso de redefinición espacial (p. 53). Este hecho se  inicia a partir de una orden del rey Carlos III en 1775, en la cual se menciona "…la abolición de los cementerios parroquiales, tanto en España como en sus colonias” (Benavente, 1997). Por lo tanto, se busca  otros espacios para sepultar a los finados, aunque debe tenerse en cuenta que los enterramientos indígenas no siempre se regían ni a la legislación ni a las prácticas europeas.
El Cementerio General es establecido en 1826, en aquel entonces ubicado fuera de los límites de la ciudad de La Paz. Como menciona Barrientos, esta fundación despertó controversia en la población, puesto que consistía en una reorganización y reubicación del espacio funerario y significaba pasar del cementerio como espacio sacro al cementerio como espacio público.
Fue un reflejo de la tendencia acelerada de crecimiento poblacional de la ciudad de La Paz y la mancha urbana, vista en las alteraciones del espacio funerario, con lo que se produjeron "sobreocupaciones o irrupciones irremediables” (Barrientos, p. 55).
Como  consecuencia de esto surgió la necesidad de establecer nuevos asentamientos funerarios, muchos que tendrán la etiqueta de "clandestinos”, desde ya hace décadas: "En la ciudad de La Paz funcionaban 43 cementerios clandestinos [sic] hasta 1977…”. En este 2014 el director de Servicios Municipales de la Alcaldía de La Paz, Sergio Siles, cita 28 cementerios que tendrían aquella categoría.
Para Barrientos, el apelativo de cementerios "clandestinos”, atribuido por medios de comunicación y autoridades, no refleja su verdadera condición. Él los toma como "cementerios urbanos particulares” y que claramente surgen en compensación al cementerio general, ya que se trata de escenarios urbanos conocidos y concurridos, y que son legitimados por quienes ocupan cotidianamente y los ritualizan y revitalizan a la vez periódicamente, sobre todo para Todos Santos.
Es en este tiempo donde la riqueza de las tradiciones se acentúa. El oculto campo santo se nutre de familias, que arman sus mesas (apxatas) casi a modo de altares dispuestos de un sinnúmero de bastimentos, de "risiris” haciendo de su prosa cantada la plegaria que llevará a los fallecidos a buen destino; de músicos y sus composiciones que congregan y alegran, entre otras manifestaciones.
En la misma línea, las restricciones hechas al campo santo más importante de la ciudad, hasta del ingreso de comida, el limitado espacio que les coparía, a sabiendas que la querencia a los fallecidos motiva hacer grandes apxatas, con grandes grupos humanos, obligan en buena medida a los familiares a buscar espacios más "privados” y alejados del control, ya sea en los llamados cementerios "clandestinos”, o en calles y casas. También está implicado el lugar donde fueron enterrados los seres queridos.
Con esto se puede apreciar que buena parte de la riqueza de esta festividad se la puede hallar en aquellos escenarios de la muerte "clandestinos”, antes que en los legales.


En Guayquil se inhuman 30000 personas al año





Sus labios susurran un padrenuestro, mientras pasa una cuenta del rosario con la yema de sus dedos. Su mirada parece perdida, pero no lo está. Observa fijamente las flores coloridas que minutos antes colocó en el mausoleo donde yace el cuerpo de su padre, Enrique Alemán, quien falleció en 1974.
A sus 89 años, Mercedes Alemán mantiene la tradición de visitar la tumba de sus seres queridos, en el Cementerio General, especialmente hoy, por recordarse el Día de los Difuntos. “Regresaré para visitar de nuevo a mi papá y a mi esposo, quien murió hace cinco meses. Lo extraño mucho”, expresa, mientras las lágrimas acarician sus mejillas.
El cónyuge de Alemán es uno de los 28.254 difuntos que se han sepultado en lo que va del año en cuatro cementerios: General, Jardines de Esperanza, Parque de la Paz y Panteón Metropolitano.
Con ello suman 594.384 personas enterradas en estos camposantos y en el del suburbio, Ángel María Canals, en donde se estima que hay sepultados unos 50.000 muertos, en 18.000 bóvedas, cada una con capacidad de hasta cuatro cuerpos. En este sitio ya no tienen espacios disponibles.
El camposanto donde más cuerpos reposan es el General, ubicado en las faldas del cerro del Carmen y que bordea las calles Julián Coronel y Pedro Menéndez Gilbert. Ahí, en los 191 años del cementerio se ha sepultado a 490.000 difuntos. Aún se podrán dar los servicios funerarios por unos treinta años más, afirma Roberto Wong, jefe administrativo del camposanto, que es considerado Patrimonial desde el 2010.
En Jardines de Esperanza, el primer cementerio privado de la ciudad, se han enterrado 36.628 cuerpos en 39 años. En esa cifra se incluyen los 1.151 que fueron cremados.
La capacidad disponible actual es de más de 200 mil bóvedas y nichos. Actualmente se han construido seis edificios, de los 17 que tienen proyectados. Cada uno tendrá entre seis y ocho pisos y se tomará entre 10 y 12 meses la construcción.
Otro de los camposantos de Guayaquil es el Parque de la Paz, que tiene sedes en el km 13,5 de la vía La Puntilla-Pascuales, El Fortín y Pascuales. También tienen sucursales en Durán y Daule. En estos sitios se ha sepultado a 1.718 fallecidos en este año; en total alberga a 17.648.
En el Panteón Metropolitano, inaugurado en el 2012 y que está en el km 8 de la Perimetral, hay 108 personas inhumadas. En esta infraestructura moderna, en la que se utilizaron las rocas del cerro para decorar el espacio, hay 40.000 sepulturas disponibles.
En cambio, el cementerio del suburbio no tiene bóvedas disponibles desde el año pasado. Por esta situación, que preocupa a los habitantes de esa zona, el Municipio tiene previsto construir dos nuevos cuerpos de bóvedas con capacidad para 1.876 personas y 844 nichos.
La construcción empezaría el próximo año, sostiene Milton Fabara, administrador del cementerio.
“Hace un año falleció mi hermano y tuvimos que buscar a un amigo para que nos preste una bóveda para poder enterrarlo, porque no teníamos plata para ir a otro cementerio”, recuerda Mario C., residente del sector que espera que se agiliten más bóvedas y mejore el cementerio, el cual está “un poco descuidado”, dice.
Fuente: http://www.eluniverso.com/noticias/2014/11/02/nota/4174476/cementerios-locales-acogen-30-mil-difuntos-ano

País Vasco: habrá que buscar un lugar para el recuerdo, montes o cementerios




Lo vimos recientemente en el monte Ernio, donde los municipios situados a las faldas de esta montaña (Aia, Asteasu, Alkiza, Bidania-Goiatz, Errezil, Hernialde y Albiztur) decidieron cortar por lo sano y retirar la gran mayoría de cruces y estelas funerarias que habían proliferado sin control en los últimos años y adornaban la cima sin dejar apenas espacio entre unas y otras. Pero este fenómeno no es exclusivo de Ernio, sino que se ha convertido en una realidad evidente en muchos otros accidentes orográficos del territorio, como Jaizkibel o el entorno de Peñas de Aia, por citar los dos ejemplos más claros. Y suponen un problema que las instituciones quieren atajar.
Llegó un día en que algunos montañeros se sintieron invadidos por las placas de recuerdo que los familiares colocaban en las montañas a sus seres queridos fallecidos tras esparcir allí sus cenizas. Poner recordatorios en el monte se ha convertido en algo común.
El aumento de la cremación en detrimento de los enterramientos está en el origen de esta extendida práctica que ahora no solo se cuestiona, sino que pasará a ser ilegal en cuanto la Diputación de Gipuzkoa apruebe, tal y como está previsto, el proyecto de reforma de la norma foral 7/2006 .
La primera queja la hizo llegar en 2012 a la Federación Guipuzcoana el club montañero Urdaburu-Orereta de Errenteria, que alertó de la proliferación de estas placas en las inmediaciones de San Marcos y Txoritokieta.
El ente federativo tomó cartas en el asunto y vio que esta problemática se había extendido a lo largo y ancho del territorio, “disparándose en los últimos diez años”. Y activó la señal de alarma ante las instituciones y partidos políticos.
Año y medio después, su reivindicación ha conseguido que la Diputación de Gipuzkoa esté a punto de iniciar la tramitación de una norma foral que prohibirá la colocación de estas placas en terrenos públicos y la regulará en espacios privados en los que los propietarios autoricen la colocación de los mismos. Por ejemplo, será necesaria una separación mínima de 100 metros entre distintas placas para evitar concentraciones como las de Ernio.
Previsiblemente, según indican fuentes de la federación, y fruto de los contactos mantenidos con distintos grupos políticos, la norma foral contará con el apoyo de la mayoría en las Juntas de Gipuzkoa.
Esta iniciativa coincide en el tiempo con la que los municipios de las faldas del monte Ernio pusieron en marcha en 2013 y están culminando en la actualidad. Todos buscan controlar una práctica que no suponía ningún problema hace años pero que en la última década se ha convertido en motivo de preocupación. “Sobre todo las zonas con vistas al mar, en la zona de Jaizkibel,” indican en la Federación.
El caso de Ernio ha marcado un antes y un después. “Ernio es patrimonio de todos y no se puede colocar allí recuerdos particulares o personales”. Con estas palabras justificaban el alcalde de Albiztur, Gregorio Iraola, y la alcaldesa de Asteasu, Pili Legarra, la decisión adoptada por los municipios que comprenden terrenos del Ernio de suprimir la mayoría de las cruces que durante años se habían ido acumulando en las inmediaciones de la cumbre, y que habían llevado a conocer a esta como la montaña de las cruces. Buena parte de ellas fueron retiradas a finales de agosto después de que finalizase el plazo de un año que los municipios concedieron a los familiares y particulares para la retirada voluntaria de estos recuerdos.

Desde 1792

De las casi 30 que había, quedan ya solo unas pocas. Se conservarán las del calvario y la gran cruz de hormigón que corona la cima. Se quedarán allí por su valor histórico y como “ejemplo”. Aseguran los alcaldes que la decisión “no va en contra de la religión ni las tradiciones” de esta montaña que muchos consideran emblemática; casi sagrada.
La gran cruz que remata la cima, en jurisdicción de Albiztur, la construyeron vecinos de este municipio y de Errezil subiendo los materiales mediante yuntas de bueyes. Según se recoge en el estudio del profesor José Ignacio Homobono El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales, originariamente debe tratarse de una cruz de término erigida para fijar los nuevos límites tras el deslinde de los montes mancomunados en 1792. En esa época era práctica habitual la antigua costumbre de levantar una cruz de gran tamaño junto a los mojones que dividían varias jurisdicciones.

Fuente: http://www.noticiasdegipuzkoa.com/2014/11/16/sociedad/montes-o-cementerios