domingo, 20 de febrero de 2011

Si Ud. es flojo o le falta el tiempo, ya ni siquiera debe preocuparse por limpiar las tumbas de sus muertos



Sería muy extraño que uno muriese sin dejar una herencia valorada en un mínimo de 1.000 dólares (lo que cuesta un entierro básico), que además ninguno de nuestros herederos dispusiera de esa cantidad para sufragar el entierro o que tuviera la cara dura de quedarse con la herencia y abandonar nuestro cadáver. Por lo visto, los usuarios de seguros funerarios piensan que es probable que se de alguna de esas circunstancias, por eso deciden pagar religiosamente la cuota mensual y quedarse más tranquilos.
Pero a estas mismas personas, que pagan ese seguro, parece no preocuparles lo que pasará con esa tumba tras su fallecimiento. Si no confían mucho en sus descendientes para que paguen su entierro, menos deben confiar en ellos para que luego vayan a limpiar su sepultura. Pero como eso no lo cubre el seguro, en principio deberán sufrir y rezar para que su lugar de reposo final, sea honrado como a ellos les gustaría.
Aunque ahora eso parece haber cambiado, ya que existen empresas dedicadas a la limpieza y mantenimiento de nichos, panteones y fosas. Eternalia es una de ellas y ofrece un completo servicio que, además de la limpieza, puede incluir la colocación de flores y velas en la tumba. Esta empresa trabaja en las provincias de Murcia y Alicante, pero deben existir cosas similares en el resto de España y el mundo.
Lo que no he podido ver en su web , es si aceptan el pago anticipado de esos servicios durante varios años, para que cuando el afectado fallezca alguien cuide de su sepultura. Suena bastante macabro el pagar para que limpien tu tumba cuando mueras, pero también suena bastante mal el pagar tu entierro mensualmente durante toda tu vida.
Otra necesidad creada por los hábiles ofertantes del poderoso campo funerario mundial.

Los cementerios olvidados de Manel Úbeda



Fruto de una extensa labor llevada a cabo en dos de los cementerios más antiguos de Barcelona, los de Montjuïc y Poble Nou, nace "Poco a poco el olvido", un trabajo de Manel Úbeda que puede contemplarse hasta finales de este mes en la galería Spectrum Sotos de Zaragoza. El proyecto muestra la bella y decadente arquitectura funeraria de las postrimerías del siglo XIX y de principios del XX de la ciudad condal, unas joyas olvidadas que cobran vida gracias al trabajo del fotógrafo catalán.
La veintena de imágenes que componen la exposición, todas en riguroso blanco y negro, fueron tomadas durante los años 2007 y 2008, pocos meses antes de que el ayuntamiento de Barcelona iniciara la restauración de parte del patrimonio arquitectónico funerario de la ciudad.

© Manel Úbeda
Las copias permiten al espectador fijarse en las ricas texturas de piedras, mármoles y granitos, así como apreciar hasta la más pequeña huella que el tiempo ha labrado en estos materiales. Una línea de trabajo austera y sugerente a la vez, en la que el espectador descubre, imagina y siente.
© Manel Úbeda
Úbeda, que ha articulado buena parte de sus trabajos fotográficos en una Barcelona desaparecida, de rastros y recuerdos, disecciona con su mirada sobria estos dos cementerios plagados de huellas olvidadas y construye unas imágenes llenas de poesía, vivas y táctiles, ajenas ya a la estampa de la muerte.

© Manel Úbeda











Más necroturismo: recorridos nocturnos en Cusco

A partir de abril, el histórico cementerio de la Almudena, en Cusco, abrirá un circuito turístico nocturno, según señalaron funcionarios de la Sociedad de Beneficencia Pública de Cusco.
Por su parte, la Beneficencia viene coordinando con la Dirección Regional de Cultura para la implementación de un sistema de iluminación en los mausoleos de los cuarteles derecho e izquierdo a los que se accede por el Arco de la Confederación Perú - Bolivia del recinto. En esa zona, se encuentran mausoleos hechos en mármol y piedra con figuras de ángeles, cruces, citas bíblicas, personajes en llanto. También se pueden encontrar las tumbas de grandes personalidades cusqueñas como el artista Mariano Fuentes Lira, Humberto Vidal Unda, quien fomentó el Inti Raymi, la escritora Clorinda Matto de Turner, entre otros.

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sábado, 19 de febrero de 2011

Un poco más sobre los grandes cementerios latinoamericanos

América cuenta con camposantos que son verdaderas joyas. La Recoleta, en Buenos Aires, ya forma parte de los circuitos turísticos. Sin olvidar el Cementerio Colón de La Habana y el Presbítero Maestro de Lima, algo más desconocido
Hay cementerios que parecen monumentos y atraen visitas de admirados turistas, amantes del arte y la arquitectura. Así sucede con el Père Lachaise de París, o la mítica Ciudad de los Muertos de El Cairo.
También América cuenta con camposantos que son verdaderas joyas, unas más conocidas que otras. La Recoleta, en Buenos Aires, ya forma parte de los circuitos turísticos; en menor medida, el Cementerio Colón de La Habana y el Presbítero Maestro de Lima, este último el más desconocido.
Todos ellos fueron construidos en el siglo XIX, y responden a momentos de prosperidad vivida en sus respectivos países. La burguesía y la aristocracia consideraba entonces de buen tono ser enterrada en medio del lujo y el arte, y por ello los cementerios son conjuntos de lo más eclécticos de los movimientos artísticos de ese siglo en el que se copiaron sin rubor los estilos arquitectónicos de épocas pretéritas.


ÚLTIMA MORADA DE ‘EVITA’ PERÓN

El Cementerio de la Recoleta está ubicado en el selecto barrio de Recoleta y debe su nombre a la orden religiosa de los Recoletos, que a inicios del siglo XVIII se establecieron en ese lugar, donde levantaron el convento y la iglesia de Nuestra Señora del Pilar y cuya huerta fue convertida en 1822 en la primera necrópolis pública de la capital argentina.
La epidemia de fiebre amarilla de la década de 1870 convirtió a este cementerio en última morada de la burguesía porteña que por el mal abandonó el sur de la ciudad y adoptó el barrio de Recoleta, que aún conserva aires aristocráticos.
El predio tiene unas cuatro mil 800 bóvedas distribuidas en 54.843 metros cuadrados y alberga un importante patrimonio arquitectónico y artístico.
Por su monumentalidad, una de las bóvedas más visitadas por los turistas es la de la familia Dorrego Ortiz Basualdo, una capilla de estilo francés, con profusos detalles artísticos.
Pero la tumba más visitada es la de Evita, la segunda mujer del tres veces presidente argentino Juan Domingo Perón, una bóveda en la que la gente constantemente deja flores y mensajes para la “abanderada de los descamisados”.



MAGIA Y PELIGRO EN EL PRESBÍTERO MAESTRO

La necrópolis del Presbítero Maestro en Lima debe su nombre al clérigo vasco Matías Maestro, impulsor de este magno camposanto que fue inaugurada en 1808, en las postrimerías del virreinato español en Perú, que expiró en 1816.
Con una extensión de veinte hectáreas y una “población” de 215.623 difuntos sepultados en nichos, tumbas, mausoleos y capillas, muchas de ellas coronadas con imponentes esculturas de ángeles y santos, el cementerio no creció más por verse encajonado entre un cuartel militar y una vía férrea.
Fueron años negros para el Presbítero Maestro: sus 800 mausoleos sufrieron abundantes robos y saqueos de lápidas y esculturas, hasta que en 1999 la Beneficencia de Lima se hizo cargo del lugar, puso seguridad en los accesos al camposanto y emprendió un original programa de visitas nocturnas llamado “Jueves de Luna Llena”.
Dos veces al mes, estas visitas guiadas por historiadores, arquitectos o literatos atraen a los turistas por entre los nichos y las tumbas en medio de la noche, apenas alumbrados por el cielo lechoso de Lima, en un ambiente mágico que tiene mucho de espectral.
Sin embargo, las visitas libres al Presbítero Maestro como una atracción más de la Lima monumental son todavía escasas: pese a que la entrada solo cuesta cinco soles (menos de dos dólares), la peligrosidad del barrio y la lejanía de los demás circuitos turísticos hacen de las excursiones a este rico cementerio un capricho un tanto arriesgado.


GIGANTESCO CAMPOSANTO EN LA HABANA

El Cementerio Cristóbal Colón de La Habana es considerado el más grande de América con sus 56 hectáreas, que albergan un verdadero museo de arte funerario a cielo abierto, por la variedad de obras que acoge, con altos valores artísticos, históricos, artísticos y arquitectónicos.
Ricos mármoles italianos, herrerías y cristales policromados asombran junto a la convergencia de estilos desde el gótico, el eclecticismo europeo, la naturalidad del neoclásico y la estilización del modernismo empleados en la construcción de suntuosos panteones.
Cientos de turistas visitan diariamente la instalación atraídos por los ángeles, las “madonnas” y los querubines que pueblan sus avenidas, o por los fastuosos conjuntos como la réplica de La Pietà de Miguel Ángel o el que reproduce un castillo español.
Se calcula que allí están enterrados al menos un millón de personas, entre ellos conocidas personalidades de la política y la intelectualidad.
Pero lo más llamativo del camposanto son las extravagancias que tuvieron algunos vivos antes de ser sepultados: así, un panteón que simula ser una pirámide egipcia acoge los restos de un famoso arquitecto, o la escultura en mármol que reproduce la ficha del doble tres del dominó tiene sepultados los huesos de una fanática de este juego fallecida por infarto tras perder una partida.
Una pieza de ajedrez, un Rey de más de un metro de alto, marca el lugar donde reposan los restos el monarca de los trebejistas cubanos, José Raúl Capablanca.


Entérese...
Todos ellos fueron construidos en el siglo XIX, y responden a momentos de prosperidad vivida en sus respectivos países. La burguesía y la aristocracia consideraba entonces de buen tono ser enterrada en medio del lujo y el arte.
En La Recoleta, la tumba más visitada es la de Evita, la segunda mujer del tres veces presidente argentino Juan Domingo Perón, una bóveda en la que la gente constantemente deja flores y mensajes para la “abanderada de los descamisados”.
La necrópolis del Presbítero Maestro en Lima debe su nombre al clérigo vasco Matías Maestro, impulsor de este magno camposanto que fue inaugurada en 1808, en las postrimerías del virreinato español en Perú, que expiró en 1816.

Entierros de indigentes: y luego dicen que la muerte nos iguala a todos


Luego de calificar los entierros de indigentes en el Condado de Cook como “horribles”, el alguacil Thomas Dart pidió el jueves un alto a las prácticas de enterrar varios cuerpos en un cofre y limitaría el número de los que pueden ser apilados uno encima del otro.
Dart dijo que los cuerpos de hasta 26 bebés fueron colocados en la misma caja de madera junto con extremidades y huesos no identificados, y enterrados a principios de mes en el cementerio Homewood Memorial Gardens, el cual cuenta con el contrato condal para los entierros indigentes.
“Pagado por los contribuyentes, cientos de estos entierros se realizan anualmente en cementerios privados, donde se ha creado una colina como resultado de los apilados antes de que se descompongan uno sobre otro”, dijo Dart en un comunicado.
Una nota en el diario Chicago Tribune en 2009 describió cómo los indigentes son enterrados en fosas sin marcas. Las zanjas, en las que se pueden acomodar hasta 24 féretros en cada una, delimitan el perímetro del cementerio.
“Colectivamente, tratamos a esta gente como si fueran desechos. Seguimos haciéndolo”, señaló Dart en una conferencia de prensa.
Dart dijo que esas prácticas “amenazan con impedir” las investigaciones criminales porque es difícil ubicar e identificar los cuerpos —un argumento rechazado por el cementerio.
Dart dijo que a la Policía no se le requiere tomar una muestra de ADN antes de entregar el cuerpo para ser enterrado. “Aunque se toma una muestra de sangre, esa muestra no se envía ninguna base de datos y pierde su utilidad luego de algunos años”, comentó Dart. “A la fecha, la oficina del Alguacil tiene docenas de casos pendientes e investiga cuales podrían, en algún punto, ser relacionados a cualquiera de los cuerpos sin identificar o indigentes apilados en el montículo de entierro”.
El alguacil dijo que apoya una propuesta patrocinada por el representante estatal William Cunningham (D-Chicago) que requeriría a los forenses obtener una muestra de ADN de los cuerpos sin identificar antes de ser enterrados, y colocar una placa de metal para identificar al cuerpo.
Dart también pidió audiencias antes de que el condado renueve su contrato con Homewood Memorial Gardens, que tiene el contrato desde 1980. El cementerio recibe $167,300 por el entierro de todos los indigentes —y al condado se le cobra por ataúd. Durante 30 años, el condado promedia 250 entierros de indigentes anuales, cifra que bajó a 137 el año pasado, señaló Dart.
El contrato requiere que el cementerio provea una ubicación exacta de todos los entierros de indigentes, pero Dart dice que sus investigadores se enteraron de que no hay un sistema de ubicación y “el personal del cementerio simplemente utiliza árboles muertos en los predios del cementerio para dar descripciones vagas de ubicaciones aproximadas para ubicar un cuerpo cuando se les solicita”.

Pero el cementerio negó los señalamientos de Dart y dijo que mantiene un sistema de ubicación para los cuerpos de indigentes.
El cementerio también tiene tarjetas de archivo como lo solicita el contrato del condado, según Tom Flynn, presidente de Homewood Memorial Gardens. Las tarjetas incluyen la información de los cuerpos, como sus nombres, los cuales son proporcionados por el forense del Condado de Cook, señaló Flynn.
“La oficina del forense recibe incluso una ubicación de toda la gente cuando enviamos la factura”, agregó Flynn. “No sé de donde él (Dart) obtuvo su información… Creo que esta mal informado”.
Agregó que la gente en el cementerio ha mostrado a Dart los mapas de ubicación y las tarjetas en el archivo. Agregó que tienen una buena relación con los funcionarios condales.
“Nunca hemos tenido una queja por parte de la oficina del forense o, hasta donde sé, de la oficina del Alguacil”, señaló Flynn. “Creo que lo que dijeron es algún tipo de confusión”.
Flynn añadió que apoya la idea de Dart de tener evidencia de AND de los cuerpos, pero dijo que tendría que hacerlo la oficina del forense. Agregó que el cementerio no podría involucrarse en eso.
“La idea es maravillosa, todo lo que puedan hacer para ayudar a identificar a una persona perdida es maravilloso… lo apoyamos”, comentó Flynn. “No habríamos tenido idea de cómo hacer algo así”.

Hermoso óleo del Cemenetrio de Chacarita en Buenos Aires

Una crónica sobre el cementerio de Elche

Texto: María Pomares
Corría el mes de agosto de 1811 cuando comenzaron a saltar las alarmas. Importada por el cuadro de un regimiento de catalanes procedentes de Cartagena al que se le dio alojamiento en Elche, la epidemia de fiebre amarilla poco a poco empezó a tomar el control de la villa (el título de ciudad no llegaría hasta 1871), hasta superar los 400 muertos diarios a finales de septiembre de aquel desdichado año. Incluso Pedro Ibarra sentencia en su "Historia de Elche" que fue "la epidemia más terrible que registran nuestros anales".

Hasta entonces, lo habitual era enterrar a los fallecidos en los cementerios anexos a las iglesias y en algunos casos también dentro, pese al riesgo que ello suponía. Sin embargo, la situación cambió aquel mes de agosto de 1811. Y es que aquel devastador episodio de fiebre amarilla obligó a trasladar a los fallecidos a grandes zanjas que se abrieron en lo que hoy es el Cementerio Viejo. Fue así como empezó a escribirse la historia de este mítico camposanto ilicitano que hoy, dos siglos después, se ha convertido en un conjunto patrimonial que refleja la historia de Elche y de los ilicitanos.

Por ello, coincidiendo con esta efemérides, y consciente de su valor social, cultural, histórico, antropológico y patrimonial, el Ayuntamiento editará en primavera un díptico con un itinerario que permite conocer al visitante los personajes ilustres que allí reposan así como las construcciones singulares levantadas durante este tiempo.

El concejal de Cementerios, Carlos Ávila, indica que "los cementerios se han convertido en los últimos años en un recurso turístico alternativo que se suma a la oferta existente, ya que fusionan historia, arte y memoria, y, de hecho, ya son muchas las ciudades que los incluyen en sus rutas turísticas". En este sentido, reconoce que "el Cementerio Viejo es muy modesto en comparación a otros, pero creemos que tiene un gran valor patrimonial, y de ahí la importancia de conservarlo e incluso de editar este folleto".

El díptico incluirá un plano del camposanto en el que se destacará una decena de nombres de personas que tuvieron relevancia por diversos motivos y otros tantos panteones de gran valor arquitectónico. El folleto, además, incluirá una breve biografía de los personajes seleccionados o algunos de los datos más relevantes del diseño en el caso de las construcciones.

En la actualidad, se está trabajando en la confección del documento. No obstante, algunas de las paradas obligatorias que incorporará la pequeña guía serán las de las tumbas de Pedro Ibarra, escritor, arqueólogo, bibliotecario, pintor, archivero municipal y cronista de la ciudad de Elche, fallecido en 1934; Ramón Lagier o "Capitán Lagier", como se le conocía en la ciudad, que fue un capitán de comercio marítimo que recibió distinciones de Francia e incluso de Guillermo de Prusia por sus "heroicas acciones", y que murió en 1897; el músico y compositor Alfredo Javaloyes, autor del pasodoble "El Abanico", que falleció en 1944; el industrial José María Buck, desaparecido en el año 1912; o Luis Gonzaga Llorente y de las Casas, diputado provincial, alcalde de Elche, fundador del Casino y promotor del Teatro Llorente, que falleció en 1895.

Precisamente el panteón de Luis Gonzaga Llorente, de propiedad municipal, será uno de los que también aparezca en el folleto. De la segunda mitad del siglo XIX y en la calle principal, en la de Los Ángeles, las sepulturas están por encima del nivel de la tierra y están protegidas por una estructura que se asemeja a un palio. Por otro lado, y al contrario de lo que suele ser habitual en los panteones ilicitanos de aquella época, no está hecho de piedra bateig, sino de ladrillo cerámico. Además, el nicho de Luis Gonzaga Llorente incorpora en su lápida motivos e inscripciones que recuerdan a la que fue su gran pasión: el teatro.

También el panteón de la familia Cisneros Ruiz de la Escalera, situado en la calle San Salvador, de la segunda mitad del siglo XIX, de titularidad municipal y que en la actualidad se está restaurando, se incorporará al díptico. Las sepulturas son subterráneas y la construcción está realizada en piedra bateig. En la parte superior, incorpora un blasón y el conjunto tiene forma de barco que incluso cuenta con adornos que evocan las olas del mar, algo que se explica por el hecho de que es allí donde está enterrado el capitán Lagier. El concejal explica que "es un panteón único en este cementerio por su estilo". Además, en esta construcción "descansa" Sor Josefa Alcorta y Uranga, superiora durante 49 años del Hospital de la Caridad y fallecida en 1925. Y es que la familia acabó cediendo la construcción a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, como consta en una placa que se puede ver en la puerta que da acceso a las sepulturas.

Finalmente, el Monumento en Memoria de los Defensores de la Libertad y la Democracia Fusilados entre 1939 y 1940, obra de Andreu Castillejos, será otras de las paradas que incorpore el documento que está diseñando el Ayuntamiento.

A medio plazo, la intención de los responsables municipales, como asegura el edil de Cementerios, es restaurar la antigua ermita, situada junto a la entrada principal, y habilitar allí una sala de exposiciones en la que se puedan ver fotografías antiguas del camposanto, pero que al mismo tiempo haga las veces de punto de información en el que se puedan conseguir los folletos, que, no obstante, también estarán disponibles en la Oficina de Turismo y en la web municipal. Sin embargo, Ávila alerta de que "en estos momentos lo prioritario es continuar con las labores de restauración y conservación de los panteones".



Orígenes

Los primeros enterramientos en el Cementerio Viejo se produjeron en lo que hoy es la entrada del cementerio. A partir de ahí, la contrucción fue creciendo y se fue estructurando en torno a cuatro patios con nombres de parroquias ilicitanas, aunque ahora sólo se conserva uno de ellos, el de Santa María, que es donde se ha emplazado el jardín del Recuerdo. "La intención es crear un pequeño espacio en el que la gente pueda pasear o aislarse del cementerio gracias a los cipreses que se han plantado y que, cuando crezcan, harán de pantalla", apunta Ávila. El resto de los patios fueron desapareciendo con la progresiva construcción de nichos.

Por otro lado, una de las primeras lápidas de las que se tiene constancia es de 1812, pertenece a un joven de 16 años y se conserva en los almacenes del MAHE.



Unas 15 parcelas para construir panteones

En estos momentos, también se está procediendo a restaurar las cruces de piedra que hay en el cementerio y algunos nichos en ruina, e incluso se van a poner a la venta en torno a una quincena de parcelas para que los interesados puedan construir allí panteones. No obstante, según la ordenanza que se aprobó en el último Pleno, los interesados deberán presentar un anteproyecto de la construcción. "Se aceptará todo proyecto que pueda aportar algo al cementerio, sea del estilo que sea, pero debe referirse a una parcela concreta y debe tener un valor artístico o arquitectónico", indicó Carlos Ávila, quien también concretó que "todos los interesados en la adquisición de alguna parcela pueden pasarse ya por el Negociado de Cementerios".




martes, 15 de febrero de 2011

El maravilloso mundo de los tillos, tapillas, chapas, bottle caps, etc... de cervezas evidentemente

A continuación una pequeña historia reciente de las cervezas ecuatorianas a través de sus tillos, tapas, chapas o bottle caps.

La antigua cervecería Sudamericana de Alvarito y su producto Biela


Ambev y sus cervezas Brahma, vistosos tillos y mal producto...

La ntigua cerveza rockera Clausen


                                             La actual monarca de los bares de rock: Dorada



                                       La mejor cerveza ecuatoriana: una pequeña historia en tillos



                                        La insignia ecuatoriana: Pilsener en sus recientes trajes






viernes, 4 de febrero de 2011

Todo lo que el hombre crea se va con él: los otros cementerios





Cementerios y literatura

Texto: Guadalupe Nettel 

Aunque la muerte y el luto forman parte de las pocas experiencias que los seres humanos de cualquier parte del mundo tienen en común, la manera de interpretarlos varía mucho según las culturas, así como difiere la disposición de los cementerios y las prácticas que se celebran en ellos. Durante su estancia en París, la mexicana Guadalupe Nettel tuvo por vecinos a los 80.000 difuntos de Père Lachaise, circunstancia que la llevó a convertirse en una experta sobre las formas en que enterramos y recordamos a quienes han cruzado la laguna Estigia.
De 1999 a 2001, mientras estudiaba el doctorado en Ciencias del lenguaje en la ciudad de París, habité un pequeño departamento situado frente al cementerio Père Lachaise, en el que están enterradas unas 80.000 personas. Entre éstas se cuenta una gran cantidad de escritores, compositores, cantantes y filósofos de muy diversas épocas. Recuerdo que la primera noche que pasé ahí lo hice en compañía de mi hermano, que en aquel momento estaba viviendo en Estrasburgo y había bajado a la capital para ayudarme con la mudanza. El viento soplaba en aquella ocasión con una fuerza desquiciante, al punto que las ventanas parecían a punto de romperse. También la puerta metálica de la chimenea azotaba cada dos por tres como si alguien, quizás un espíritu venido del barrio de enfrente, quisiera introducirse en la habitación recién ocupada. Imaginaba al cementerio como un ser vivo, presa de un ataque temperamental de fin de siglo. Me dije que quizás era la bienvenida que me estaba dando el cementerio y que se trataba de una noche excepcional. A la mañana siguiente supimos que sobre nosotros había soplado un ciclón de vientos equivalentes a los de un huracán de categoría 4, el más portentoso que registró Francia en las últimas décadas, conocido con el nombre de Lothar.
No hay dos tumbas igualesEl Père Lachaise se convirtió muy pronto en mi mayor fuente de distracción y también de aprendizaje en aquella ciudad. Los domingos o los sábados por la mañana, me sentaba frente a mi ventana para tomar café y observar los entierros. Por lo general, las ceremonias eran tan entretenidas como un reportaje de sociales. Desde ese departamento, veía desfilar a la burguesía parisina exhibiendo autos de lujo, ropa, joyas, anteojos y uno que otro sombrero. La discreción de cada familia era un asunto variable. Las había extravagantes o exhibicionistas, parcas y austeras, católicas, judías, musulmanas o evangelistas. Algunas acompañaban el evento con música sacra y discursos altisonantes, otras movilizaban a todas las florerías de la cuadra o, por el contrario, lo hacían de manera rápida, casi subrepticia, de modo que la única espectadora externa de su sufrimiento era yo y, tal vez, algún otro aficionado a ese tipo de espectáculos. Así descubrí que cada entierro tiene una personalidad y un estilo propios. La gente se muere, deja su nombre escrito sobre una lápida, sus vidas cesan de correr en línea recta. Desaparece el cuerpo y con él su rutina, sus necesidades, pero quedan una infinidad de pruebas. Las emociones que cultivaron durante años siguen flotando en el aire: la ira, la frustración, también el desamparo y la ternura. Todas esas cosas son como garras minerales que se perciben más allá de las lápidas. No es casual que las tumbas sean tan distintas entre ellas. Ni siquiera los nichos son semejantes. Se ensucian de manera desigual. Uno tendrá manchas de grasa junto al epitafio, en otro crecerá el musgo, en otro el mármol se verá más pulcro, intacto. También la muerte tiene sus ironías: permanece lo que uno quisiera expulsar y lo que desearía conservar se olvida con rapidez. No sólo observaba el lugar desde la ventana. También acostumbraba a caminar por las avenidas que recorren las diferentes secciones. Me gustaba mucho la tumba de Oscar Wilde. Había leído su obra en diversas ocasiones a lo largo de mi vida y De profundis constituía en ese entonces uno de mis libros de cabecera. También acudí con frecuencia a la urna que almacena las cenizas de Georges Perec, como si se tratara de un amigo.
Como no tenía ningún miembro de mi familia enterrado ahí y tampoco en toda la ciudad de París, empecé a visitar a mis escritores muertos. Me unía a algunos de ellos un verdadero lazo afectivo, el que suele existir con aquellos autores que han aportado algo valioso a nuestra vida y a nuestra manera de ver el mundo. A la tumba de Proust, en cambio, fui muy poco. En esa época no me aquejaba aún esta insoportable manía de recordar el pasado de forma nostálgica y era impermeable a la belleza y al interés de su obra. En el Père Lachaise, descubrí también tumbas de personajes que se hicieron más famosos como muertos que en el transcurso de su vida. Pienso en particular en la de un soldado que representa una estatua verde de bronce añejo, acostada sobre un montículo. Se dice que la estatua tiene el poder de “curar” a las mujeres infértiles que se froten contra su pene. Nunca tuve la oportunidad de comprobar la veracidad de esa leyenda, pero sí su popularidad: el soldado recibía tantas visitas que la zona alrededor de su bragueta estaba siempre brillante y había recobrado su color original.
Entre la paz y el recuerdo Fue el afecto por mis escritores favoritos el que me llevó a abandonar el territorio del Père Lachaise y a cruzar el Sena hasta Montparnasse, donde están enterrados Julio Cortázar, Ioan Ionesco, Emil Cioran, César Vallejo y otro individuos menos entrañables pero cercanos a la historia de mi país como Porfirio Díaz. El cementerio de Montparnasse, sobre todo si se compara con el Père Lachaise, es mucho más moderno y ordenado. Si en el primero hay tumbas que podrían parecer hechas de hueso derruido o de harapos (tumbas casi orgánicas, carcomidas también por los gusanos del tiempo, tumbas en forma de monumento a las que da miedo acercarse porque parecen conscientes de todo lo que ocurre a su alrededor, incluidos nuestros pensamientos), en el segundo las tumbas son limpias y nuevas. Las inscripciones que hay sobre las lápidas se pueden leer fácilmente. Con esto no quiero decir que este cementerio carezca de personalidad. Todo lo contrario, tiene mucha, pero es una personalidad acorde al siglo XX, más parecida a la de Sartre o a la de Serge Gainsbourg, y no a una amalgama de épocas como el que había frente a mi departamento. Es sabido que la vida de estudiante permite actividades tan bucólicas y ociosas como la de visitar muertos que no nos duelen. Una vez terminados mis estudios y, sobre todo, mi beca, dejé de dedicar tanto tiempo a los paseos tanatológicos como los llamaba un amigo mío. Sin embargo, cuando viajo a una ciudad desconocida procuro conocer también el lugar donde descansan sus muertos.
Otro cementerio en el que también hay una gran concentración de personajes ilustres, pero de aspecto menos monumental y a escala más humana, es el Dorotheenstädtische situado en el Mitte de Berlín. Lo conocí durante un día de lluvia deprimente, después de visitar varios de los lugares que permanecen intactos para conmemorar los horrores de la guerra. En uno de los muros vecinos al cementerio, están escritos los nombres de las personas que vivían en un edificio antes de que fuera bombardeado. En la cuadra de enfrente se ven las incisiones que dejaron cientos de balas en la fachada de una antigua escuela judía. Las llamadas “piedras de a memoria”, con los nombres de los deportados que vivían en esas calles, brillan en el suelo entre los adoquines. Se trata pues de una zona que parece detenida en un doloroso recuerdo, voluntariamente densa y apesadumbrada, con el propósito de que esos acontecimientos no vuelvan a suceder. El cementerio es todo lo contrario. Tan pronto cruza uno la puerta, se encuentra con un ambiente armonioso y de paz en el que ya no cuesta trabajo respirar. El lugar está lleno de árboles y de macetas muy cuidadas. Los nombres de algunos de esos muertos, como el de Bertolt Brecht o el de Anna Seghers, provocan al leerlos una sonrisa de profundo respeto, no sólo por la admiración que inspira su obra sino por la vocación humanista y la labor de toda una vida dedicada a la defensa de las libertades y a la igualdad entre los seres humanos.

Se sigue hundiendo el cementerio de Portovelo

Un segundo hundimiento se reportó el pasado martes en la parte superior del Cementerio General de Portovelo, en el barrio El Paraíso. El primero ocurrió la primera semana de este mes, por lo que hay quienes analizan la posibilidad de evacuar los restos de sus fallecidos de este camposanto.

En el cementerio Roques Blanques de Barcelona usan ranas para luchar contra el mosquito tigreLa dirección del cementerio metropolitano Roques Blanques, ubicado en El Papiol, ha construido una balsa para que se asienten en ella ranas, sapos y otros anfibios que contribuyan a luchar contra la plaga del mosquito tigre. El cementerio Roques Blanques, ubicado en el Parque de Collserola, depende del Consell Comarcal del Baix Llobregat y lo gestiona la empresa Serveis Funeraris Integrals. El director del cementerio, Joan Ventura, ha explicado que la iniciativa ha consistido en la construcción de una balsa de 8 metros de diámetro en la que se han introducido ranas, sapos y otros anfibios que están en peligro de extinción en el Parque de Collserola. El objetivo de esta iniciativa es que estos animales se asienten en esta zona y, como son depredadores de mosquitos y especialmente de mosquito tigre, contribuyan a controlar la plaga. Ventura ha añadido que "la propuesta pretende luchar contra el mosquito tigre y también contribuir a la recuperación de estos anfibios en el parque de Collserola". "Hay muchos jarrones con flores, que suponen un hábitat ideal para la reproducción del mosquito tigre", ha agregado Ventura. El responsable del cementerio, que tiene una superficie total de 50 hectáreas, ha destacado el papel de los visitantes para luchar contra la proliferación del mosquito tigre. "Se puede hacer un agujero en el

La dirección del cementerio metropolitano Roques Blanques, ubicado en El Papiol, ha construido una balsa para que se asienten en ella ranas, sapos y otros anfibios que contribuyan a luchar contra la plaga del mosquito tigre.
El cementerio Roques Blanques, ubicado en el Parque de Collserola, depende del Consell Comarcal del Baix Llobregat y lo gestiona la empresa Serveis Funeraris Integrals.
El director del cementerio, Joan Ventura, ha explicado que la iniciativa ha consistido en la construcción de una balsa de 8 metros de diámetro en la que se han introducido ranas, sapos y otros anfibios que están en peligro de extinción en el Parque de Collserola.
El objetivo de esta iniciativa es que estos animales se asienten en esta zona y, como son depredadores de mosquitos y especialmente de mosquito tigre, contribuyan a controlar la plaga.
Ventura ha añadido que "la propuesta pretende luchar contra el mosquito tigre y también contribuir a la recuperación de estos anfibios en el parque de Collserola".
"Hay muchos jarrones con flores, que suponen un hábitat ideal para la reproducción del mosquito tigre", ha agregado Ventura.
El responsable del cementerio, que tiene una superficie total de 50 hectáreas, ha destacado el papel de los visitantes para luchar contra la proliferación del mosquito tigre.
"Se puede hacer un agujero en el jarrón para evitar que el agua se estanque o bien colocar en el interior placas de acero, que destruyen las larvas", ha comentado Ventura.

Historias insólitas en el Cementerio de la Recoleta

Insólitas historias que guarda el cementerio de la Recoleta
Eterno divorcio: las esculturas de espaldas recuerdan a los visitantes los desencuentros conyugales entre Salvador M. del Carril y su mujer . / Soledad Aznarez
El cementerio de la Recoleta es un cofre lleno de historias insólitas. Historias de pasión, de amores no correspondidos y despechados; de odios pertinaces que trascienden la muerte; de bóvedas que reproducen el dormitorio de los difuntos, de familias que premian la lealtad de sus sirvientes y entierran a la mucama en el panteón familiar, aunque cumpliendo el rito de hacerla dormir afuera de la casa de los patrones.
Se codean allí la tragedia de aquella pareja que, tras no hablarse durante 30 años, decidió perpetuarse en dos bustos que se dan la espalda desde hace más de un siglo y por toda la eternidad, con la última morada del sepulturero que, tras décadas de juntar peso a peso, construyó su lujosa tumba y se suicidó.
Los hechos pretéritos verídicos conviven de igual a igual con el desenfado de un sinfín de mitos, fantasmas y leyendas alucinantes. Una especie de irreverencia al silencio de los muertos; un eco insistente que ni las cenizas ni el tiempo han podido acallar. Y que retumba entre callecitas y diagonales estrechas, trajinadas por turistas extranjeros y por la banda más numerosa de gatos de la ciudad.
Al libro que reeditó hace poco el oftalmólogo Omar López Mato, "Ciudad de ángeles", que compendió éstas y otras historias, se suma ahora el relato oral de un grupo de historiadores. Ellos conocen hasta el último resquicio de esa necrópolis monumental que es el primer cementerio que vio nacer la ciudad de Buenos Aires.
El rigor histórico, sostén de sucesos poco convencionales y, con él, los mitos transmitidos de generación en generación convierten a las historias de ese solar donde reposan 350.000 almas -incluidos 25 presidentes constitucionales, cuatro máximos gobernantes de facto, 200 héroes de la Independencia y 100 gobernadores provinciales- en los más cautivantes de los relatos de la vida cotidiana. Porque la oscuridad de la muerte, tan poderosamente trágica como inapelable, también tiene su influjo. Y si el escenario es el Cementerio de la Recoleta, en donde la prosapia dialoga con mausoleos, cenotafios y esculturas funerarias monumentales, proyectados por los más rutilantes escultores y arquitectos de la época -Lola Mora, José Fioravanti, Alberto Lagos, Troyano Troiani, Edoardo Rubino, Giulio Monteverse y tantos otros- ¿cómo ignorarlas?

Casi dos siglos

En sus casi dos siglos de existencia (fundado en 1822, se lo bautizó primero Cementerio del Norte y fue trazado por el ingeniero francés Próspero Catelin, autor de la Sala de Representantes de la Manzana de las Luces y de la fachada de la Catedral junto a Pedro Benoit) son miles las historias que atesoran esas célebres seis hectáreas en las que se yerguen 83 monumentos históricos nacionales.
Pero este cementerio no es sólo conocido por su acervo escultórico, con toneladas de los más costosos y exóticos mármoles venecianos. Es tristemente célebre también por haber inaugurado una nueva tipología delictiva, apunta Eduardo Lazzari, uno de los historiadores que organizan las visitas y relatos orales por los sepulcros más señeros. Alrededor de 300 personas se dan cita allí todos los fines de semana para escuchar esas historias increíbles. El punto de encuentro es el Museo Roca (Vicente López 2220. Informes: Junta de Estudios Históricos del Buen Ayre: 15-4-439-4106).
  • "Una gélida noche de 1881, los autoproclamados Caballeros de la Noche, liderados por un noble belga de 27 años, Alfonso Kerchowen de Peñarada, secuestraron el féretro del cementerio de la Recoleta donde yacían los restos de doña Inés Indart de Dorrego", cuenta en una recorrida con LA NACION. Exigían el pago, en un plazo de 24 horas, de cinco millones de pesos para restituir los restos de la cuñada de uno de los mayores mártires de la historia, el gobernador de Buenos Aires, Manuel Dorrego. Caso contrario "la justa crítica de una nación os cubrirá de vergüenza" y "el ilustre apellido quedará manchado para siempre".
El chantaje llegó en forma de misiva al Palacio Miró, sobre la calle Córdoba. Allí, Felisa Dorrego de Miró, hija de la difunta secuestrada, dio parte a la policía, pero antes consultó a su mayordomo. "Imposible retirar del cementerio un féretro tan pesado sin que nadie lo hubiera percibido", sospechó el sirviente, quien había cargado con los honores de portar el ataúd durante las exequias.
Estaba en lo cierto. Los restos nunca salieron de allí y aparecieron en el panteón de la familia Requijo. Pero la policía siguió al acecho. Depositó una caja con fajos de billetes falsos en el arroyo de Maldonado, instruyó a la familia para efectivizar el pago y detuvo a la banda.
Pero los Caballeros de la Noche fueron exonerados: la ley nada decía sobre el robo de cadáveres. A partir de este hecho, se incluyó el artículo 171, que pena con dos a seis años de reclusión al que "sustrajera un cuerpo para hacerse pagar su devolución".
  • El amor mueve montañas, pero también puede inducir a la muerte. Elisa Brown, hija dilecta del almirante irlandés, esperaba el regreso de su comprometido, el comandante Francis Drummond, que luchaba contra el Imperio del Brasil a las órdenes de Brown. En la batalla de Monte Santiago, el joven muere heroicamente, en los brazos del almirante. El marino debe comunicarle la noticia a su hija de 17 años y le entrega el reloj que había pertenecido a su novio, última voluntad del joven.
Desgarrada, Elisa -algunos sostienen que ataviada con su malogrado vestido de novia- se sumerge en las aguas del Río de la Plata para reencontrarse con el alma de su amado. Los restos de la novia del Plata yacen en una urna detrás de la del marino, confeccionada con el bronce fundido -y la gloria- de uno de los cañones de su embarcación.
  • No los unía el amor, sino el desprecio. El mausoleo de Tiburcia Domínguez y su marido, Salvador María del Carril, uno de los promotores del fusilamiento de Dorrego, gobernador de San Juan y compañero de fórmula del General Urquiza, es una evocación para la posteridad de sus desavenencias conyugales. El suyo fue un matrimonio silencioso: no se dirigieron la palabra durante 30 años. No era indiferencia, sino odio, de ese tan pertinaz que, incluso, trasciende la muerte. Y para que ninguno de los dos lo olvidara, la viuda dejó constancia testamentaria de su voluntad: sus esculturas debían darse mutuamente la espalda. Ella, con gesto adusto, incómoda en un busto. El, confortable en un sillón, dirigiendo la mirada en sentido opuesto. Perpetuaron así su odio conyugal pos-morten.
  • Liliana Crociati murió a los 20 años en su luna de miel en Insbruch. Un alud la sepultó junto a su marido en su cuarto de hotel en 1970. Ese mismo día, a 14.000 kilómetros de distancia, también murió Sabú, su perro adorado. Una escultura la evoca vestida de novia, con su pelo largo y suelto, secundada por su fiel mascota. En la bóveda, como una catacumba romana, ambientada como su dormitorio y lleno de fotografías, un sari rojo, comprado por ella en la India, cubre con la fuerza de una alegoría su lecho de muerte.

Con cama afuera

  • Como liberta de la familia Sáenz Valiente, la doméstica Rita Dogan descansa en el perímetro del mausoleo de su patrones, aunque por fuera de la cripta familiar. Si bien no era costumbre de la época enterrar a los sirvientes cerca de los señores, debía reconocérsele "la fidelidad y honradez" de la sirvienta, según reza su epitafio.
  • Los valores de la amistad también están representados en la Recoleta a través del cenotafio conocido como "De los tres amigos".
Cómplices e inseparables, hombres de la generación del 80, permeables al sentimiento edificante que depara toda amistad, el músico Benigno Lugones, el escritor Adolfo Mitre, hijo del fundador de LA NACION, y el historiador Alberto Navarro Viola decidieron homenajear un sentimiento común. Y levantar un monumento que, como una epifanía perpetua, recordara esa amistad.
Las trágicas y precoces muertes de los tres amigos, antes de cumplir 30 años, estimularon, curiosamente, a que otros amigos concretaran el anhelo: irguieron una pirámide donde cada uno de los tres lados honra al escritor, al músico y al historiador, a los hombres unidos por férreos lazos de amistad.
  • De los 183 años de vida de la Biblioteca Nacional, 75 estuvo presidida por los tres ciegos más conspicuos que vio el país: Paul Groussac, José Mármol y Jorge Luis Borges.
Ajenos a lo que finalmente les depararía el destino, los tres dejaron testimonio expreso de su voluntad de descansar en la Recoleta. No pudo ser. Aunque Borges, que en ocasiones solía recorrer el cementerio con Adolfo Bioy Casares, imaginaba y discutía con su amigo durante horas con qué personajes de la historia trabarían amistad una vez que estuvieran presos para siempre dentro de ese perímetro.

La nieta del emperador

  • Una nieta de Napoleón también duerme su sueño eterno en la Recoleta gracias a las gestiones de Mariquita Sánchez de Thompson, casada en segundas nupcias y luego separada del francés Mendeville. El conde Alejandro Walewski, hijo del Emperador con la condesa polaca María Walewska, viaja con su mujer embarazada a Buenos Aires para negociar la finalización del bloqueo anglo-francés durante 1847. Mariquita, por expreso pedido de Rosas, asiste a la pareja que vio nacer y morir a su pequeña hija, Isabel, en estas márgenes del Plata. Servil, Mariquita se ocupa de la última morada para la heredera francesa y la entierra en una parcela de la Recoleta al tiempo que la pareja retorna al Viejo Continente. La inscripción del cuerpo figura en los registros del cementerio, aunque nadie puede precisar el lugar exacto de su inhumación.
  • La vida por una parcela en el cementerio. Eso pensó el sepulturero David Alleno, luego de 30 años de servicio abnegado en ese solar. Los ahorros de toda una vida tuvieron un solo fin: erigirse su propio mausoleo y encomendar a un escultor genovés el portento de sus desvelos. Cuenta la historia que una vez colocado el bajorrelieve en mármol de carrara, que lo inmortaliza con pico, pala, regadera y sombrero, volvió a su casa y se quitó la vida. La ansiedad pudo más: "Quiso ser inmediatamente sepultado en el lugar que lo obsesionó toda su vida. Dejó todo listo; sólo faltaba el cuerpo", sentencia Lazzari.
  • La cabeza del degollado en 1841 por el gobierno de Tucumán, Marco Avellaneda, hijo de Nicolás, jamás pudo reunirse con su cuerpo. Fortunata García de García encontró la testa en un descampado y la entregó para que tuviera cristiana sepultura en la Recoleta.
  • Luz María García Velloso falleció a los 15 años de leucemia. El desconsuelo de su madre la llevó a pedir una anuencia especial para que se le permitiera dormir todas las noches al lado del sepulcro de su hija. Aferrada al túmulo, esculpido en mármol como un lecho de rosas sobre el que reposa la niña, la madre pasó noches enteras llorando a su hija muerta.
  • El pánico a ser enterrado vivo, un temor generalizado a mediados de siglo pasado, empujó al dueño de las tiendas Gath y Chavez, Alfredo Gath, a tomar todas sus previsiones. Ideó un mecanismo hidráulico dentro de su ataúd por el que al menor movimiento el féretro se abría. Lo probó varias veces para cerciorarse de su efectividad. Murió aliviado, con la certeza de que sí, estaba muerto.
El mito -o la historia verídica, insiste Lazzari- habla de que a la única hija del poeta Eugenio Cambaceres, autor de "Sin rumbo", y de Luisa Bacichi, "amante y madre de un hijo de Hipólito Irigoyen", la enterraron cuando sufría un ataque de catalepsia. Su madre descubrió el error cuando fue a dejarle flores a su tumba: "Su ataúd estaba corrido y violentado", cuenta Lazzari. Aunque la leyenda también dice que la vieron fuera de su ataúd, aferrada a un árbol, entre gritos y sollozos. Una versión claramente emparentada con la mitología más fantástica que, sin embargo, continúa deambulando con la fuerza de una leyenda urbana. Es la "dama de blanco" que, desde hace años, recorre el cementerio. No son pocos los que juraron haberla visto. Impoluta y siempre de blanco.

Una muerte digna?

El primer asombro de la ley en marcha para colar la eutanasia es el nombre: muerte digna. Parece impropio del lenguaje correcto y progresista mentar la muerte, escondida desde hace decenios en asilos, hospitales y cementerios campestres. Muerte digna es una contradicción más: la expresión no quiere decir absolutamente nada presentada como progreso, porque morirse nunca es un progreso. Con dignidad se puede ir a la muerte, pero la muerte en sí misma es injusta, indigna y fea, la postrer faena que nos hace la vida. Hacen falta penas capitales y verdugos para ir a la muerte con dignidad, pero hay que estar educado para ello, y hoy no es seguro que ni las casas reales estén preparadas para subir a un cadalso como se debe. Luis XVI y don Rodrigo Calderón, subieron bien; madame Du Barry, muy mal. Los mártires del cristianismo primitivo iban con mansedumbre, pues confiaban en una más alta vida.

Quizás con el suicidio sea posible alcanzar una dignidad mortal, pero son contados los suicidas en el momento justo y de la manera adecuada, con vida cumplida y circunstancias que los expliquen. Rara vez no es un acto de soberbia desmesurada similar a la de los ángeles rebeldes contra el poder divino, o una rabieta o, aún peor, una venganza. Cervantes lo dice por boca de Don Quijote: "Dios que nos crió, Dios que nos mate". Hace ya bastantes años escribimos un artículo favorable a la eutanasia en determinados casos y sin dar facilidades. Creo que entonces la confundíamos en parte con la piedad de no alargar la vida artificialmente y dejarla apagarse sin sufrimientos añadidos. En la juventud nos creímos hijos de nuestro tiempo, luego aparecieron reservas sobre lo que se consideraba moderno y progresista, después cuestionamos la idea engañosa del progreso mismo y, al fin, caímos en la cuenta de que el hombre no tiene un tiempo propio concreto, que todos los tiempos son suyos, porque es capaz de comprender las bajas pasiones y las alturas espirituales de los personajes de las epopeyas más antiguas.

Pero los bajos instintos han subido de categoría, han pasado de estar escondidos en los estratos más bajos de la sociedad a la legislación. Basta que un delito o cualquier mala pasión se presente como moderna, progresista y de izquierda para que se convierta en norma, y aun en ley, con el silencio casi general. A quienes se creen hombres de un sólo tiempo, por lo general el presente, no les importa que las ideas reflejen verdades o mentiras, sean justas o injustas, sino que estén de moda. "Del que se dice que 'pertenece a su tiempo', escribe Gómez Dávila, sólo se está diciendo que coincide con el mayor número de tontos en ese momento." La eutanasia disfrazada de muerte digna sobrepasa la tontería: es la mentira y el delito elevados por ley a rango de virtud obligatoria.

Las Catacumbas de Paris

Las Catacumbas de París son uno de los lugares más curiosos y bellos del mundo para los amantes de lo macabro. Uno de los "cementerios" más famosos de París. Fué en el año 1786 cuando se tuvo la genial idea de trasladar los huesos del poco higiénico cementerio de Les Halles, aprovechando las canteras excavadas en la época galorromana a 20 metros de profundidad en la base de tres colinas: Montparnasse, Montrouge y Montsorius.

Su nombre oficial es "Les carrières de Paris", en francés, pero vulgarmente son conocidas como "las catacumbas".

Durante 15 meses se trasladaron millones de huesos de multitud de cementerios, en carruajes y cruzando la ciudad de noche. Fueron depositados sin ningún tipo de intención "artistica", amontonados, hasta que el Inspector General de Canteras, decidió colocar los huesos de la parte delantera en forma de muralla, dandole el aspecto que tienen hoy en dia, con una placa identificando la procedencia de los restos y pequeños altares con epitafios en latín que adornan el camino.

Los millones de huesos de las catacumbas han sido testigos de multitud de acontecimientos, desde la fiesta organizada por Carlos X antes de la revolución, pasando por refugio de la resistencia francesa en la Segunda Guerra Mundial, ó, más recientemente, por ritos satánicos, motivo por el cual han sido cerradas y sólo abiertas al público como si se tratase de un monumento más al servicio de los turistas.

En la actualidad los huesos están acomodados en forma de "muralla", decisión tomada por el Inspector General de Canteras en aquel entonces, donde se pueden encontrar placas identificando la procedencia de los huesos e incluso pequeños altares conteniendo epitafios en latín.

De los más de 300 kilómetros de galerías, sólo hay abiertas al público menos de 1 kilómetro. Sin embargo, existen entradas secretas a lo largo de París, lo que permite ingresar a las catacumbas por medio de las alcantarillas, el metro, etc. En raras ocasiones las personas hacen uso de estos accesos para entrar en ellas.