martes, 30 de abril de 2013

La frenología y el cráneo de Haydn


Ceremonia de restitución definitiva del cráneo de Haydn 

Durante las primeras décadas del siglo XIX, cementerios de toda Europa sufrieron el asalto de unos peculiares ladrones: profanadores de tumbas que no buscaban tesoros u objetos de valor enterrados con sus dueños, sino únicamente los cráneos de estos, y en especial si pertenecían a genios de la música, la literatura o la filosofía…
El reloj marcaba las dos de la tarde cuando, el 30 de octubre del año 1820, los enterradores del cementerio de la iglesia de Hundsthurmer, en Viena, terminaron de exhumar los restos mortales del célebre compositor Franz Joseph Haydn, fallecido once años atrás durante la invasión de la ciudad por las tropas napoleónicas. La razón para perturbar el eterno descanso del maestro era noble, pues se quería trasladar sus restos a otro camposanto en la cercana ciudad de Eisenstadt –hogar de sus mecenas más notables, los Esterházy–, en una tumba más suntuosa, acorde con la grandeza del genio que había sido en vida.
Cuando los trabajadores abrieron el ataúd y echaron un vistazo en su interior no pudieron evitar contener el aliento. Y no sólo por el desagradable olor a podredumbre que emanaba del féretro, sino por una sorpresa mucho más inesperada: aunque el esqueleto estaba en su sitio, el lugar que debía ocupar el cráneo del compositor aparecía vacío, y en su lugar únicamente se encontraba la peluca con la que el maestro había sido enterrado. Alguien había robado la calavera de Haydn…

Tumba original de Haydn en Viena 
 
El robo del cráneo del genial compositor austríaco no fue, aunque hoy pueda parecernos insólito, un hecho aislado. Como en la más siniestra de las novelas góticas que tanto éxito cosecharían en aquellos años, decenas de cráneos –por lo general pertenecientes a personajes célebres– fueron sustraídos de sus tumbas aprovechando el silencio y la oscuridad de la noche, para después pasar a formar parte de las macabras colecciones de numerosos individuos a lo largo y ancho de toda Europa. Esta singular “fiebre” por los cráneos, que invadió Europa desde finales del siglo XVIII hasta mediados de la centuria siguiente no fue, sin embargo, el resultado de ningún oscuro culto o de alguna extraña sociedad secreta, sino la manifestación más tétrica de una práctica precientífica que buscaba resolver los enigmas de la mente y el comportamiento humano.

EL NACIMIENTO DE LA FRENOLOGÍA
Para entender el surgimiento y la difusión por todo el continente de este insólito hobby hay que remontarse a la Viena de 1781. En aquel año, la agitada y cosmopolita capital austríaca había recibido la llegada de un desconocido e irrelevante personaje: un joven llamado Franz Joseph Gall. Con veinticuatro años, Gall había llegado desde el pequeño pueblecito alemán de Tiefenbrum con la intención de hacer realidad su sueño: convertirse en un destacado médico. Tenía a su favor una insaciable curiosidad científica aunque, por desgracia, escasas aptitudes para el estudio.

Franz Joseph Gall, “creador” de la frenología 

El joven Gall no tardó en darse cuenta de que, pese a sus esfuerzos, la carrera de medicina se le hacía realmente difícil. Por el contrario, y para su desesperación, comprobó que algunos de sus compañeros contaban con una asombrosa facilidad para memorizar los conceptos y datos necesarios para avanzar en sus estudios. Llevado por la frustración y por su innata curiosidad, Gall pensó que debía haber alguna razón que explicara aquella cualidad. Pronto se percató de que todos estos estudiantes destacados tenían algo en común: sus ojos eran especialmente grandes. Gall pensó que aquel detalle no podía ser casual, así que se esmeró en encontrar otras semejanzas físicas en sus aventajados compañeros. Y así lo hizo, de modo que poco tiempo después el aspirante a médico había desarrollado una singular hipótesis llamada organología, según la cuál existía una clara y directa correlación entre la apariencia física –sobre todo en los rasgos de la cabeza– y las cualidades y facultades intelectuales.
Gall no tardó en elaborar una lista de planteamientos principales para su curiosa teoría. Entre ellos, destacaban especialmente los siguientes: las facultades morales e intelectuales son innatas y determinadas desde el nacimiento; el cerebro es el único habitáculo de la mente humana y, por último, la idea de que cada “habilidad” de la mente está directamente relacionada con una parte diferente del cerebro. Por otra parte, Gall había llegado a la conclusión de que el hecho de contar con un cerebro más grande suponía poseer una mayor inteligencia y, finalmente, sugirió que puesto que los huesos del cráneo eran “maleables” durante los primeros años de vida, éste manifestaba en su exterior rasgos distintivos causados por los pliegues y características del cerebro.
Llevado por esta última idea, Gall acabó convencido de que era posible determinar la personalidad y las habilidades mentales de todo individuo simplemente mediante el examen de la forma y dimensiones de su cráneo. En su opinión, existían patrones físicos que se repetían en los cráneos humanos, tanto en los de los delincuentes capaces de los crímenes más atroces como en los de los genios responsables de la música, el arte o las ideas más maravillosas creadas por el ser humano.

Detalle de un diagrama frenológico, atribuido al Dr. Joseph Spurzheim  

Como es lógico, esta premisa le llevó a obsesionarse por coleccionar el mayor número posible de cráneos humanos. Necesitaba cientos, miles de ellos… todo era poco para progresar en el desarrollo de su estudio y sus teorías. En sus escritos, Gall reconocía haber invertido toda una fortuna para reunir su impresionante colección: más de 7.000 guldens (monedas de oro) para pagar cráneos de criminales ejecutados, y otras 15.000 para costear los procedimientos destinados a limpiar las calaveras o realizar moldes de aquellos cráneos que no podía adquirir (por ejemplo los de muchos personajes ilustres) o de personas todavía vivas.
Aunque mucha gente de la época vio con disgusto y rechazo las ideas de Gall –el mismísimo Napoleón Bonaparte entre ellos, quien calificó de absurdas sus hipótesis–, lo cierto es que sus propuestas tuvieron un enorme éxito, especialmente en Viena. Tanto es así que en 1796 comenzó a impartir conferencias por todo el país, llenando las salas con un público deseoso de escuchar sus explicaciones.
Durante varios años sus charlas siguieron gozando de gran éxito, pero la propagación de sus ideas resultaba molesta para un sector en especial: la Iglesia católica. En una región eminentemente católica como Austria, algunas de las propuestas de Gall eran por completo inaceptables. Por un lado molestaba la sugerencia de que el cerebro era sólo el receptáculo de la mente –ignorando por completo al alma, pues carecía de interés para sus inquietudes–, y por otro a la jerarquía le repugnaba e indignaba el hecho de que aquel excéntrico personaje se dedicara a coleccionar cráneos humanos. Esta última razón no era una mera cuestión de escrúpulos, sino que tenía una explicación en las creencias católicas. En aquella época, muchos creyentes consideraban que los cadáveres debían conservarse intactos –no debían desmembrarse ni someterse a los estragos de la investigación médica– para que la descomposición se produjera poco a poco y de forma natural. De lo contrario la resurrección de la carne nunca tendría lugar, y el alma se condenaría por toda la eternidad.
El Dr. Spurzheim, discípulo aventajado de Franz Joseph Gall 

Estas dos cuestiones fueron las que causaron más malestar en la Iglesia Católica, que logró presionar al gobierno austríaco para que obligara a Gall a dejar de celebrar sus conferencias y difundir sus ideas, cosa que sucedió finalmente el 9 de enero de 1802. Fue aquella prohibición la que obligó a Joseph Franz Gall a abandonar Viena y establecerse en París, acompañado por su discípulo más aventajado, Johann Spurzheim. La Iglesia Católica de Viena creyó así haberse librado de aquel incómodo personaje, pero lo cierto es que consiguió todo lo contrario. Gall no sólo obtuvo un gran éxito en la capital francesa, sino que la frenología –término que popularizó su discípulo Spurzheim–, se popularizó por toda Europa, y la misma capital austríaca asistió a la aparición de numerosos practicantes y estudiosos de la nueva “ciencia”, lo que desató una auténtica oleada de robos de calaveras, como ocurrió con la de Haydn.

ALGUNOS ROBOS SONADOS
Cuando Nikolaus II, príncipe de Esterházy, tuvo noticias del robo del cráneo de Haydn, no tardó en ordenar a la policía que iniciara una profunda investigación para dar con su paradero. El jefe de policía, el conde Joseph von Sedlintzky, no tardó en poner a trabajar a su amplia red de informadores, y apenas unos días después apareció una pista. Uno de los soplones de la policía señalaba a un vecino de la ciudad, Johann Nepomuk Peter, como actual propietario del cráneo de Haydn.
Cuando las autoridades le interrogaron, Peter confirmó que durante años había tenido en su poder una calavera que supuestamente había sido del compositor, y que ésta había llegado a sus manos a través de su médico personal, ya fallecido, que conocía su interés por la frenología. Sin embargo, más tarde había abandonado tal afición, por lo que se la había regalado a su amigo Joseph Carl Rosenbaum, también interesado en las investigaciones craneoscópicas. Curiosamente, este último personaje había sido amigo cercano de Haydn, y antiguo secretario del príncipe Nikolaus II.
 Rosenbaum entregó un cráneo a las autoridades después de que el príncipe le ofreciera dinero a cambio, pues el noble estaba ansioso por dar sepultura a los restos del compositor y acallar así las burlas de buena parte de la sociedad vienesa. El príncipe ordenó que el cráneo entregado por Rosenbaum se enterrara en la nueva y pomposa tumba de Haydn, acompañando al cuerpo del músico, y así se hizo el 4 de diciembre de 1820, apenas un mes y medio después de que se descubriera el robo de la calavera. Sin embargo, ni el príncipe ni el resto de los vieneses podían imaginar que el cráneo que se enterró aquel día no era el del genial compositor. Tanto Rosenbaum como Peter habían mentido a las autoridades, pues once años atrás habían sido ellos mismos quienes robaron la cabeza del músico para satisfacer su singular fetichismo “científico”, y ahora habían engañado al príncipe y a la policía para seguir conservando su “tesoro” frenológico. Pasarían más de cien años antes de que alguien descubriera el entuerto, y restituyera el verdadero cráneo de Haydn a su definitivo lugar de descanso.
La rocambolesca historia de Haydn no es el único caso de robo relacionado con un genio de la música. Casi cincuenta años más tarde de los sucesos protagonizados por Rosenbaum y su colega Peter, otro destacado personaje vienés, el doctor Josef Hyrtl, recibió un regalo macabro y sorprendente a partes iguales: el cráneo del virtuoso Wolfgang Amadeus Mozart. Este singular tesoro había llegado a sus manos en 1868, y sin duda debió hacer las delicias del galeno, pues Hyrtl era un destacado científico del momento, fascinado por la anatomía comparada, disciplina de la que había sido profesor en la Universidad de Praga. ¿Pero cómo había terminado aquella pieza concreta de la anatomía de Mozart en su colección?

El Dr. Joseph Hyrtl  

Al parecer, Hyrtl había recibido el cráneo como parte de la herencia que le correspondía tras la muerte de su hermano Jakob, un grabador y músico aficionado de Viena. A su vez, Jakob había conseguido la calavera de manos de Joseph Radschopf, sacristán en la iglesia de Saint Marx, en Viena. Curiosamente, había sido en este camposanto en el que Mozart había sido enterrado tras su muerte en 1791. Sin embargo, no había sido Radschopf quien había robado el cráneo, sino su antecesor en el cargo, Joseph Rothmayer.
Tras la muerte del compositor el 4 diciembre de 1791, el sacristán había sido uno de los presentes en el humilde entierro y, llevado por la intuición, decidió rodear el cuello de Mozart con un alambre antes de que los enterradores lo sepultaran en la modesta tumba común de tercera categoría. Cuando dos años después las ideas de Gall circulaban de boca en boca entre buena parte de la población vienesa, Rothmayer recordó su en apariencia irrelevante gesto y decidió excavar la sepultura en busca del músico. Gracias al alambre que había colocado en su día pudo identificar los restos fácilmente, y fue así como se llevó el cráneo como trofeo. Cuando la muerte llamó a su puerta, su secreto pasó a manos de su sucesor.

EL ENIGMA GOYA
Si los músicos austríacos fueron uno de los objetivos favoritos de los frenólogos, algo muy similar podría haber ocurrido con uno de nuestros pintores más universales, el aragonés Francisco de Goya. El célebre artista maño falleció en abril de 1828 en la localidad francesa de Burdeos, y allí fue enterrado, en un mausoleo perteneciente a su consuegro, Martín Miguel de Goicoechea, quien había fallecido tres años antes.
El lugar de descanso de Goya había caído en el olvido hasta que, en 1880, el entonces cónsul de España en Burdeos, Don Joaquín Pereyra, descubrió la tumba mientras visitaba el camposanto, en el que también estaba enterrada su esposa. Pereyra hizo partícipe de su hallazgo a las autoridades españolas, a quienes sugirió que se financiara el traslado de los restos del genio aragonés a España, de modo que recibiera una sepultura que honrara su memoria. El gobierno accedió a la sugerencia y en 1888, tras no pocos problemas, Pereyra consiguió realizar la exhumación de los restos. Sin embargo, cuando finalmente se abrió la tumba, el cónsul se llevó una sorpresa. En el interior del panteón había dos féretros, uno de zinc y otro de madera. En el primero había un esqueleto completo, pero al segundo le faltaba la cabeza.

Retrato de Francisco de Goya  

Aunque no había una certeza absoluta, todo parecía indicar que los restos sin cráneo se correspondían con los de Goya, pues aquel ataúd había sido introducido más tarde –estaba más cerca de la entrada–, lo que concordaba con la fecha de la muerte del pintor. Ante las dudas, se decidió el traslado de los dos esqueletos que, tras años de retraso, viajaron finalmente a España en 1899, siendo depositados temporalmente en una tumba construida en la antigua catedral de San Isidro, hasta que veinte años después terminaron en su actual ubicación, la ermita de San Antonio de la Florida.
Hoy los especialistas no dudan de que el esqueleto sin cráneo perteneció a Francisco de Goya, pero lo que sigue siendo un misterio es lo que ocurrió con su cabeza. Una de las teorías barajadas por los historiadores, a raíz de una hipótesis planteada por el psiquiatra francés Bernard Antoniel, es que el cráneo del aragonés acabara en manos de un aficionado a la frenología. Según Antoniel, habría sido el propio Goya quien dio permiso a su amigo Jules Laffargue –médico– para que, después de su muerte le cortara la cabeza y pudiera estudiarla según los principios de la frenología. La macabra operación habría tenido lugar en el asilo de San Juan de Burdeos, desde donde se habría enviado la cabeza a la Facultad de Medicina de París.
Aunque hasta la fecha no ha podido demostrarse esta teoría, no es una propuesta descabellada, pues en la época en la que murió Goya la frenología estaba en auge en Francia. Por otra parte, aunque Laffargue no hubiese sido el responsable, la posibilidad de un profanador de tumbas que decapitase el cadáver ya enterrado con fines frenológicos tampoco sería extraño, pues en el momento de su muerte Goya era ya un artista célebre y consagrado. Y, por tanto, su cráneo un auténtico tesoro para un ávido coleccionista de cabezas de individuos virtuosos.

LADRONES DE CADÁVERES
En el siglo XVIII se popularizó entre médicos y estudiantes de medicina la observación directa del funcionamiento del cuerpo humano, después de siglos en los que todavía había estado vigente la creencia en la existencia de cuatro humores que influían en la salud. Este cambio de paradigma tuvo, entre otras muchas consecuencias, la aparición de una urgente necesidad: la existencia de un abundante y constante suministro de cadáveres humanos para su estudio y disección en las facultades de medicina.


Ilustración de época mostrando a un ‘resurreccionista’ en plena faena.

Los especialistas en anatomía habían tenido hasta entonces “materia prima” suficiente con los criminales que eran sentenciados a pena de muerte y que nadie reclamaba, pero cuando se extendió la costumbre de estudiar los cuerpos en las facultades, esta fuente de suministro resultó pronto muy escasa. Fue así como médicos y universidades no dudaron en reclamar los servicios de auténticos ladrones de tumbas, a quienes pagaban para que profanaran las sepulturas amparándose en la oscuridad de la noche. Estos profesionales de la muerte terminaron siendo conocidos como resurreccionistas, como consecuencia de su peculiar actividad.
Esta desagradable práctica, ilegal en la práctica totalidad de los países occidentales, era considerada como un mal menor por los médicos, que no veían otra forma de avanzar en sus conocimientos científicos, y llegó a hacerse tan popular que fueron numerosas las obras literarias que retrataron tales actividades, como ocurre con El ladrón de cadáveres, de Robert Louis Stevenson. Aunque pueda parecer increíble, el robo de cadáveres para su uso en universidades fue común hasta fechas tan tardías como finales del siglo XIX.

Fuente: http://www.planetasapiens.com/?p=6870

sábado, 27 de abril de 2013

El cadáver de Paganini permaneció 18 meses en una cuba de aceite de oliva


Las dificultades que Paganini experimentó a lo largo de su vida (al ser considerado un músico demasiado virtuoso para ser divino)no terminaron con su muerte, ocurrida en Niza, a los cincuenta y siete años, sino que se extendieron irónicamente más allá de ella. Se cuenta que, estando en agonía, cuando el cura se acercó a su lecho para darle la extremaunción, el músico tuvo fuerzas para mandarlo al infierno. No faltaron tampoco noticias tales como que horas después de su muerte, su violín seguía sonando. En una época dominada por las supersticiones, estos datos inconsistentes, que hicieron de la muerte del músico una leyenda, bastaron para que el obispo de Niza prohibiera que el violinista fuese enterrado en esa ciudad. Es así como comienza la ejecución post mortem de Paganini, su verdadero réquiem, nunca escrito en vida pero experimentado después de la muerte.    
Demonizado por la iglesia bajo la presión de la opinión pública, nadie se hacía cargo del cadáver del músico que, de este modo, permaneció dos meses en la habitación en que murió. Al cabo de dicho tiempo, ante la protesta de los vecinos por el mal olor que emanaba del cuarto, el cuerpo de Paganini fue trasladado al sótano de la casa, lugar donde permaneció - más de un año - hasta la llegada de su amigo el Conde  de Cessole, quien llevó el cadáver de Paganini a un olivar de su propiedad y lo mantuvo escondido en una cuba por algún tiempo. El escondite fue descubierto por las autoridades sanitarias quienes, a pesar de que el cuerpo del músico había sido embalsamado, ordenaron su traslado a un lazareto de Villefranche, donde el guardián hizo correr la voz que por las noches se oía sonar un violín. De nuevo, el conde de Cessole debió de cargar con el muerto mientras se negociaba, sin éxito, con la Iglesia para conseguir su inhumación formal. La petición se elevó, incluso, a las altas autoridades eclesiásticas quienes se negaron a darle sepultura, con el argumento de que un  hombre que había tocado el violín tutelado por el demonio no podía recibir la inhumación cristiana. Ante esta situación, el Conde y algunos amigos más, se llevaron el cadáver al cabo Ferrat hasta que, por fin, en 1844, cuatro años después de su muerte, el rey Alberto de Piamonte-Cerdeña firmó la autorización para que Paganini  fuese enterrado en Génova. Sin embargo, aun entonces, no hubo ”requiescat in pace” para el músico:  los vecinos alegaban que en el cementerio se veían fuegos fatuos porque el diablo había sido enterrado allí. Reclamaron a los responsables y, de nuevo, el cadáver de Paganini salió a la superficie con destino a Parma, hacia una villa cedida por la esposa de Napoleón para que el maestro descansara en ella. Permaneció en aquel lugar hasta 1876, cuando el Papa Pío  Nono le otorgó el derecho de la iglesia de ser enterrado  en el cementerio de ese lugar. Ésta fue la cuarta ceremonia de enterramiento que se le practicó al cadáver de Paganini, pero no fue la última. Años más tarde , el violinista checo Frantisek Ondricek, sembró la duda de que el maestro estuviese enterrado en aquella tumba, y el cuerpo fue de otra vez exhumado para comprobar su identidad.
Algunos aseguraban que al abrir el féretro se escuchó sonar un violín.  Una de sus obras, Movimiento Perpetuo, que Paganini ejecutaba en tres minutos, (aún hoy en día nadie la ha podido ejecutar en menos de cuatro minutos y medio) parece acompañarle a perpetuidad en su tumba.
 Por Napoleón Candray

lunes, 22 de abril de 2013

Un cementerio de arte en Salamanca

Fuente: http://elviajero.elpais.com/elviajero/2013/04/18/actualidad/1366306776_873518.html

Morille, pueblo situado a unos 18 kilómetros de Salamanca, paso obligado en la Vía de la Plata, enclave minero de cierta importancia durante los años 50 (sobre todo, por la explotación de minas de Wolframio, abandonadas hoy), alberga también el recinto funerario más singular de España: el Cementerio de Arte de Morille. Aquí reposan una treintena de obras de arte contemporáneo, incluidas las cenizas de un hombre: Pierre Klossowski, escritor y filósofo francés fallecido en 2001.
El cementerio, que ocupa una parcela de 90.000 metros cuadrados cedida por el ayuntamiento de esta localidad salmantina, nos invita a reflexionar sobre el papel de la obra de arte y su relación con el espacio museístico. Lo cuestiona, a veces con ironía, a veces desde la insurrección. Aquí podemos encontrar casi cualquier forma de expresión artística, cualquier formato, desde piezas plásticas hasta intervenciones performáticas (como la Performance a varias velocidades de Esther Ferrer), obras literarias y cinematográficas (una copia de Buried, de Rodrigo Cortés), los planos de una catedral (la de Pocillo de Alarcón), documentos audiovisuales relativos a los campos de concentración de la dictadura chilena, unos zapatos de Quico Rivas e incluso una camiseta y un balón de fútbol (enterrados por Vicente del Bosque después del triunfo de la selección española en el último mundial). También el escritor Fernando Arrabal ha expresado su deseo de que al menos una parte de sus cenizas acaben en este Museo-Mausoleo. De momento, Arrabal ha dejado en prenda un libro manuscrito que realizó en homenaje al filósofo Spinoza, obra enterrada en febrero de 2009.
La banda del pueblo camino del cementerio de arte. / Domingo Sánchez

¿Qué tienen todas estas piezas en común? Tal vez que ya nunca podremos verlas expuestas en un museo o en una galería. Nunca tendremos la oportunidad de tocarlas, ni pasaremos sus páginas, ni escucharemos sus notas. Nunca podremos asistir a esa misma performance que yace bajo nuestros pies, como nos advierte su epitafio. Otras muchas siguen en lista de espera para pasar ¿a mejor vida? El Cementerio de Morille parece decirnos que existe, al menos, una posibilidad, una promesa de resurrección tras la muerte (metafórica) de la obra artística. No obstante, para los más reacios a creer en la vida de ultratumba, todos los sepelios se documentan y catalogan, con el fin de crear un Centro Documental que, como si de un Registro Civil se tratara, nos permita tener acceso al material enterrado.
Domingo Sánchez Blanco, principal ideólogo de este proyecto, y Javier Utray (fallecido en 2008) inauguraron el cementerio en diciembre de 2005 con el soterramiento de dos piezas: un Pontiac Grand Prix vinculado a la vanguardia española (proyecto de Utray, a quien perteneció el vehículo) y las ya mencionadas cenizas de Klossowski, cedidas por él mismo a Sánchez Blanco unos meses antes de su fallecimiento en París. No sabemos qué le dijo Domingo Sánchez Blanco a Pierre Klossowski para persuadirlo. Tal vez, que pensaba convertirlo en obra de arte. Y que las obras de arte nunca mueren, ni siquiera cuando las entierran

Fotografió a su novia en su lucha contra el cancer y la muerte: Jennifer y Angelo

cancer

Existe en realidad el amor, de eso no queda duda y el fotógrafo estadounidense Angelo Merendino, lo demostró en cada foto que tomó a su amada Jennifer, acompañándola hasta el último día de su vida, e increiblemente, teniendo el valor de tomarle fotos del avance de su enfermedad: el cáncer.

Después de 5 meses de haber contraido nupcias, llegó la trágica noticia: Jennifer tenía cáncer de mama y comenzarían las tortuosas quimios y demás tratamientos para buscar erradicar ese mal, pero los dos iban a pelear hasta el último momento por sostenerse.
En un principio, las fotos sólo serían mostradas a la familia, pero antes de morir Jennifer le pidió a su esposo compartirlas. Es así como Angelo decidió publicar a través de Facebook, de la página My Wife’s Fight With Breast Cancer y de alguna exposiciones.
Al parecer el choro es lo de menos, mejor les dejamos algunas de las imágenes, realmente pueden ser bastante fuertes, pero valen mucho la pena, dense:
 cancer 1
cancer 2
cancer 3
cancer 4
cancer 5
cancer 6
cancer 7
cancer 8
cancer 9
cancer 10
cancer 11
cancer 12
cancer 13
cancer 14
cancer 15
cancer 16
cancer 17
cancer 18
cancer 19
cancer 20
cancer 21
cancer 22
cancer 23
cancer 24
cancer 25
cancer 26
cancer 27
cancer 28
cancer 29
cancer 30

martes, 16 de abril de 2013

Goya: cuatro tumbas y ningún cráneo




 
 Por Nieves Concostrina





Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) se cuenta entre los muertos ilustres con más tumbas del mundo. Tiene cuatro, aunque, evidentemente, sólo ocupa una: la que disfruta (es un decir) con su inseparable amigo Miguel Martín Goicoechea. Desde que fueron a descansar juntos a su primera sepultura en Burdeos, no se han separado en ni uno solo de sus traslados.
Goya está sepultado actualmente bajo una lápida en la ermita de San Antonio de la Florida, en Madrid (imagen superior).

En la Sacramental de San Isidro de Madrid aún se conserva el panteón que acogió a cuatro ilustres: Goya, Moratín, Meléndez Valdés y Donoso Cortés. Hasta aquí llegó el pintor procedente de Burdeos y aquí siguió acompañado Goya de su inseparable amigo y consuegro Goicoechea hasta su traslado a la ermita de San Antonio de la Florida.
Memorial que recuerda en el cementerio de Burdeos (Francia) el enterramiento original de Francisco de Goya. Jordi Valls es el autor de la fotografía. No está en el lugar exacto, sino a ocho metros de donde fue enterrado, porque el cementerio sufrió una remodelación.
Esta columna situada en plena Plaza del Pilar de Zaragoza fue trasladada en 1927 desde el cementerio de Burdeos. Es la columna original que presidía la tumba de Goya y de su amigo Goicoechea.

La mala noticia es que Goya, sin embargo, perdió su cráneo en algún momento durante su enterramiento en Burdeos y nunca más se supo de él. Sólo una referencia pictórica da una pista: el pintor costumbrista asturiano Dionisio Fierros pintó una calavera y anotó a lápiz en el bastidor "cráneo de Goya". La pintura la realizó en 1849, 20 años después del entierro del pintor, pero 30 antes de que se descubriera oficialmente durante la primera exhumación que a Goya le habían birlado la calavera. El cuadro de Dionisio Fierros es el que aparece un poco más abajo. Está ubicado en el Museo de Zaragoza, sección de Bellas Artes.

miércoles, 3 de abril de 2013

Sobre el paradero de los restos de Santa Teresa de Jesús y de la obsesión de Franco por la mano de la Santa


Las reliquias de Santa Teresa de Jesús o de Ávila están esparcidas en pequeñas y grandes proporciones en tecas-relicarios por toda la cristiandad. Las reliquias mas insignes e importantes son:
-El cuerpo "incorrupto" que yace en el altar mayor de la iglesia de la Anunciación de Alba de Tormes junto con el brazo izquierdo y el corazón (en la foto) que se encuentran en el museo de este templo.
-El ojo izquierdo y la mano derecha se encuentran en Ronda (España) y la mano fue la que tuvo Francisco Franco (en su mesilla de noche) guardada hasta su muerte y que fue motivo de disputas entre tropas republicanas y franquistas.
-La mano izquierda de la santa se encuentra en Lisboa.
-En Gent y en Antwerpen (Bèlgica) se encuentran otras partes y miembros del cuerpo de la santa.
-El pie derecho y parte de la mandíbula se encuentran en Roma.
Una curiosidad sobre el sepulcro de la santa es que esta cerrado bajo nueve llaves. El confesor de las religiosas del convento tiene 3 llaves, la duquesa de Alba tiene 3 y las otras 3 restantes las tienen las religiosas del convento. Y como he dicho antes, las reliquias de santa Teresa están esparcidas por todo el mundo en miles de relicarios por la gran devoción que le profesan miles de devotos y que también se guardan generalmente en conventos de la orden del Carmen y templos dedicados a esta gran santa.(


La Obsesión de Franco con la mano de Santa Teresa

 
Santa Teresa de Jesús murió la noche del 4 de octubre de 1582, curiosamente el mismo día en que el calendario juliano fue sustituido por el calendario gregoriano en España, por lo que ese día pasó a ser viernes 15 de octubre. Su cuerpo, enterrado en el convento de la Anunciación de Alba de Tormes, fue exhumado el 25 de noviembre de 1585 (el 4 de julio de 1583 según otras fuentes). Según cuenta la leyenda, al abrir el ataúd, el cuerpo estaba entero y los vestidos podridos.
El carmelita Gracián de Dios mandó separar del cuerpo de la santa la citada mano, llevándosela consigo, y entregándosela como un preciada joya a las Carmelitas Descalzas de San José de Ávila primero, y a las Carmelitas de San Alberto de Lisboa después. En otro inexplicable acto de fervor religioso, el padre Gracián le cortó el dedo meñique a la mano y, según su propio relato, lo mantuvo con él hasta que fue hecho prisionero por los turcos, que se lo arrebataron, y el cual consiguió recuperar pagando como rescate unas sortijas y 20 reales de la época.
La mano permaneció en Portugal desde 1599 hasta 1920. En esta fecha, las monjas que la custodiaban, huyendo de la revolución que en 1910 depuso la monarquía en el país vecino, la trajeron consigo de nuevo a España. En 1924, fue trasladada al recién inaugurado convento de las Carmelitas Descalzas de Ronda. Nada más comenzar la Guerra Civil, el 29 de agosto de 1936, la mano fue requisada por los republicanos. En febrero de 1937, cuando las tropas golpistas tomaron Málaga, encontraron la reliquia en una maleta olvidada por el general republicano Villalba Riquelme. Pero, en lugar de ser devuelta a sus legítimas propietarias, fue llevada a Burgos, donde Franco no dudó en apropiarse de ella. El capellán del Asilo, padre Rendón, justificó el expolio e intentó consolar a las Carmelitas con la siguiente frase: "La mano no se pierde, se va con el Caudillo para guiarle en la conducción de la Patria".
Las monjas, lejos de rendirse, convencieron al obispo de Málaga, don Balbino Santos, para que en su nombre remitiera una carta al jefe de Estado, solicitando la devolución de la mano. Franco se negó, justificando los motivos que le llevaban a tomar tal decisión en una carta firmada por su secretaría particular, un extracto puede ser leído bajo estas líneas. Llama la atención el sentido del humor que muestra el autor al final del primer párrafo, aunque sospecho que a las monjas a las que iba dirigida la carta, no les debió hacer la misma gracia...

Franco debía atribuir a la mano alguna especie de  poderes sobrenaturales que le protegían, por lo que procuró no separarse nunca de ella, incorporándola a su séquito oficial, incluso durante sus desplazamientos oficiales por la península, y en los períodos de veraneo en San Sebastián o en el Pazo de Meirás. Para comprender hasta qué punto el dictador sentía fervor por el amuleto, y valorar la intensidad con la que le rendía culto, nada mejor que conocer la ubicación que Franco eligió para la reliquia dentro del Palacio de El Pardo, su residencia oficial: su propio dormitorio, sobre un reclinatorio.
Cuando en 1975 Franco cayó enfermo de trombo-flebitis, se negó a ser trasladado al hospital, y ordenó convertir su habitación de El Pardo en una unidad de cuidados intensivos. Personalmente opino que tomó esta decisión confiando en la benefactora protección de la mano, y que ello precipitó el desenlace que todos conocéis. Posiblemente, no se habría podido evitar su muerte de ninguna manera, dado su delicado estado de salud, pero dice mucho acerca del temor que despertaba Franco hasta en sus más cercanos colaboradores: nadie, absolutamente nadie, tuvo valor para decirle que se equivocaba, hacerle ver que su comportamiento era temerario y que podía costarle la vida.
Tras su muerte, la mano de Santa Teresa fue devuelta a la congregación religiosa, y actualmente se encuentra en el convento de la Merced de la ciudad de Ronda, Málaga.
Por cierto, cuenta El Mundo una curiosa anécdota acerca del otro brazo de la santa, también incorrupto: una peregrinación de carmelitas viajó a Estados Unidos a visitar a unas correligionarias, y para darles una alegría mística, se llevaron el brazo con ellas. Cuando el barco llegó a Nueva York, tuvieron que rellenar un cuestionario en la aduana, y al no encontrar en el arancel una partida de reliquias religiosas, el funcionario puso una cruz en "conservas y salazones". 

La idea del post la tomé del volumen titulado "Franco", nº 8 de la colección "Tu historia de hoy", del genial Antonio Fraguas de Pablo "Forges", y publicada por LIBROS Y PUBLICACIONES PERIÓDICAS, 1984 S.A. (4ª edición de marzo de 1988).