Fotografía y texto
por EFE
En Thmor San, un área
de la población de Doeum Sleng, los sepulcros se entremezclan con hogares donde
forman parte del mobiliario doméstico, mientras los niños juegan entre las
losas de piedra y los adultos preparan la comida encima de ellas.
Ra Maly, que a sus 38
años ya es abuela, comenta a Efe que se trasladó con su familia al lúgubre
vecindario hace 10 años después de que su anterior vivienda se desplomara a
causa de la extracción de arena en la ribera del río Mekong.
"Me tuve que
mudar porque mi casa colapsó", lamenta la mujer mientras se detiene y
señala una tumba que integra la pared de una chabola.
En otros casos, las
familias ocuparon el terreno tras migrar del mundo rural en busca de
oportunidades laborales y, frente a las altas rentas de Phnom Penh, aceptaron la
necrópolis como un mal menor.
"Hay personas
que se despiertan muy pronto y dicen que ven a los espíritus caminando pero no
quiero hablar porque hay niños delante", admite sin muestras de miedo Maly.
"A veces vivir
con los fantasmas es mejor que vivir con las personas", añade la mujer
mientras de fondo suena música tradicional camboyana, motocicletas, niños
jugando y algún borracho que habla solo.
Académicos, como la
antropóloga norteamericana Courney Work, han documentado la extendida creencia
en los espíritus en Camboya, donde forman parte de la realidad diaria de las
personas y son honrados en los hogares con pequeños altares o "casas de
espíritus".
Sin embargo, en Thmor
San los habitantes tienen otras preocupaciones; como miles de camboyanos subsisten
con el pequeño mercadeo, la venta de basura y la ayuda de las ONG.
Sakun, jefe de
proyecto de la organización Friends International, enumera entre los problemas
de Thmor San el "alcohol, la violencia doméstica, la malnutrición, la
falta de escolarización, el abuso de menores, el trabajo infantil, las
enfermedades como VIH y las inundaciones".
Según las autoridades
locales, cinco niños han muerto por el VIH y diez han fallecido por las
inundaciones durante la época de lluvias entre 2007 y 2013 en el área.
Otro de los problemas
a los que se enfrentan los habitantes del cementerio es la relación con los
familiares de los difuntos al registrarse el derribo de tumbas o que fueran
tapadas con cemento para levantar nuevas casas.
El sexagenario jefe
del pueblo Keiv Chang, que vive en una casa de ladrillos alejado del
cementerio, asegura que desde 2005 ya no se permite enterrar a más muertos y
solo se permite construir cuando los familiares retiran los restos del difunto.
"En sus días
religiosos (como el año nuevo del calendario lunar) los vietnamitas pueden ir a
visitar a sus ancestros y dejar algo de comida", argumenta Chang al
minimizar algunas disputas entre visitantes y residentes ocurridas en el
pasado.
La paz en la
comunidad, que creció sobre todo a principios de los noventa, es especialmente
importante ya que al menos una decena de las familias del cementerio son
camboyanas de origen vietnamita, lo que es un posible germen de conflictos
tribales en el camposanto.