Ilustración de la peste en la Biblia de Toggenburg (1411)
Para miedo, el que ha dado siempre la muerte, y en
especial la que en el siglo XIV provocó la peste negra, una enfermedad
infectocontagiosa que solo en Europa se llevó por delante a 25 millones
de personas, un tercio de su población.
Pero la
muerte no había sido siempre así de horrorosa. Si leemos las vidas de
santos que escribió Gonzalo de Berceo en el siglo XIII, nos daremos
cuenta de que la muerte se entendía entonces como la puerta de entrada a
la verdadera vida y no como el macabro fin al que estaban abocados los
miembros de todos los estados sociales.
¿Por qué cambia esta visión? ¿Por qué la idea de la muerte se asocia a partir del siglo XIV con el horror?
La virulencia de la pandemia de peste negra que devastó el continente
durante casi un siglo y el sufrimiento de los infectados, que morían
entre fiebres, dolores de cabeza, escalofríos e hinchazón de los
ganglios linfáticos convertidos en fístulas supurantes, no debió de
ayudar precisamente a que la muerte se viera como algo plácido y
liberador.
Me explico, aunque ya lo he dicho en otra parte:
La aparición de la primera burguesía capitalista en el siglo XIV
dinamita las estructuras feudales y facilita, entre otros cambios
ideológicos y culturales, la aparición del individualismo: la sensación
de que somos irrepetibles, de que somos dueños de nuestro futuro y sobre
todo de que Dios ha puesto el mundo a nuestros pies para que
disfrutemos de sus delicias.
Entendida así la vida,
la muerte se convierte en una auténtica putada. No me extraña que
durante todo el siglo XV los aspectos más macabros de la muerte se
conviertan para aquellos hombres en una auténtica obsesión.
La muerte en la Edad (multi)Media
A finales del siglo XIV las iglesias —primero las francesas y luego las
del resto de Europa— habían empezado a decorar sus paredes con cuadros
en los que se veía a la muerte —representada por uno o varios
esqueletos— bailando con damas, con mercaderes, con clérigos y hasta con
el mismísimo Papa.
Un par de ejemplos.
Lo que viene a continuación es un fragmento del fresco de la Iglesia de
San Roberto, perteneciente a la comuna La Chaise-Dieu, en el
departamento del Alto Loira, en Francia, donde puede verse de izquierda a
derecha a un esqueleto que le quita el tocado a una dama, a otro que le
roba la bolsa a un comerciante, a un tercero que acosa a un clérigo y a
otro más a la derecha robándole las llaves de San Pedro al Papa.
En la Iglesia de la Virgen de Bera, en Yugoslavia, hay
unos frescos góticos donde tres esqueletos de aspecto pavoroso invitan a
un rey, a una dama y a un mercader a que bailen con ellos en la danza
de la muerte.
Me imagino al predicador francés o al
yugoslavo señalando desde lo alto del púlpito estas ilustraciones
pintadas en la pared de sus iglesias y enfatizando el mensaje que
querían transmitir: que la muerte era la gran igualadora social y que
todo el mundo independientemente de su estado tendría antes o después
que bailar con ella.
Ya he dicho en otro Regreso al futuro
que la Edad Media fue una etapa mucho más audiovisual que la nuestra,
aunque solamente fuera porque entonces la mayoría de la gente no sabía
leer.
La única manera que tenían los predicadores de
transmitir el miedo a la muerte y la necesidad de hacer buenas obras o
de confesar los pecados era a través de esas herramientas multimedia
llamadas sermones, que combinaban el audio del clérigo con el impacto visual de esos esqueletos tan horribles.
Como un Guillermo del Toro de hace 800 años.
Pero no solo había danzas pintadas en las paredes de las iglesias. También había danzas literarias,
textos escritos en verso (para poderlos memorizar fácilmente) en los
que la muerte conversaba brevemente con un representante de cada
estamento social, antes de obligarlo a que participara en su macabro
baile.
La Danza General de la Muerte
En castellano solo conocemos una de esta danzas literarias –la Danza general de la muerte-,
inspirada en un modelo francés. Está copiada —no sabemos por quién—
junto a otras obras en un manuscrito que se conserva en la Biblioteca
del Monasterio del Escorial.
Comienza nuestra danza
con un prólogo de pocas líneas en el que se manifiesta el propósito de
la obra: que todas las criaturas adviertan la brevedad de la vida y
hagan caso del predicador que les aconseja hacer buenas obras para
obtener el perdón de los pecados.
A continuación habla La Muerte,
que recuerda su poder para llevarse en cualquier momento a cualquier
persona y la seguridad de que antes o después a todos nos llegará
nuestro turno.
Qué miedo.
A continuación toma la palabra El Predicador,
que insiste en la idea de que todo el mundo morirá independientemente
de su estado y su dinero. No hay escapatoria: lo único que se puede
hacer es gemir las culpas y decir los pecados para obtener el perdón. Y
hay que hacerlo sin dilación porque la danza general de la muerte...
empieza ya.
Las primeras en ser llamadas al baile, las teloneras, son dos hermosas doncellas, cuya belleza —dice La Muerte—
ella misma convertirá en fealdad; cuyos palacios —asegura— tornará en
sepulcros malolientes y cuyos manjares —atención al realismo macabro—
serán sustituidos por gusanos royentes que coman de dentro su carne podrida.
¡Que se desnude El Santo Padre!, ordena La Muerte al Papa. ¡Que empiece a saltar! Ha pasado —dice— el tiempo de las indulgencias, ha pasado el tiempo de las celebraciones en grande aparato y ha llegado el momento de la muerte. ¡Danzad, Padre Santo, sin más detardar!, le grita con desprecio.
Desvalido, toma la palabra el Santo Padre, que se lamenta de haber perdido su poder, y que recuerda los tiempos en los que tuvo benefiçios e honras e gran señoría.
No te enfades, le contesta La Muerte. De nada te sirve ahora el manto rojo, ni predicar bulas ni dar beneficios: aquí moriredes —le dice— sin ser más bolliçios.
Y llama al siguiente, a El Emperador.
Este esquema —queja por tener que morir y respuesta de La Muerte, que proyecta sobre cada danzante un brutal resentimiento— se repite ahora con El Emperador
y luego con el resto de personajes: Cardenal, Rey, Patriarca, Duque,
Arzobispo, Condestable, Obispo, Caballero, Abad, Escudero, Deán,
Mercader, Arcediano, Abogado, Canónigo, Médico, Cura, Labrador, Monje
Benedictino, Usurero, Franciscano, Portero, Ermitaño, Contador, Diácono,
Recaudador, Subdiácono, Sacristán, Rabí, Alfaquí, Santero y resto de
los Mortales.
La Danza general de la muerte ha sido considerada siempre sátira social. Que La Muerte hable con tanto desprecio a los poderosos (Aquí perderedes —le dice a El Emperador— el vuestro caudal que atesorastes con gran tiraría faziendo batallas de noche e de día) indica que su autor era muy consciente de las injusticias sociales y del abuso de los altos estados.
La insistencia del autor en el carácter igualitario de la muerte, su
empeño en recordar que a todo el mundo le llegará su hora al margen de
su posición social es una manera de reconocer la existencia de
privilegios injustos y de desigualdades.
Desigualdades, por cierto, que no son corregidas en el mundo, sino después de la muerte, en una hipotética vida de ultratumba.
TAREA: lee la Danza general de la muerte, que es muy cortita (puedes encontrarla en la antología de Julio Rodríguez Puértolas titulada Poesía crítica y satírica del siglo XV ),
y di si te parece una sátira que ataca el orden social o por el
contrario una pieza literaria que sirve como válvula de escape: los
gemidos de El Papa o el sufrimiento de El Emperador o de El Obispo
a la hora de morir canalizarían, según esta idea, el descontento, el
resentimiento y el malestar de los lectores/escuchadores/espectadores,
actuando de bálsamo sobre la superficie social irritada y evitando un
estallido de violencia.
Preguntado de otra manera:
¿cumplen las danzas de la muerte un papel parecido a Twitter? ¿Canalizan
la rabia y la conciencia de la injusticia? ¿Desactiva —como hace
Twitter con cada tweet indignado— el recurso de la población a violencia?
(Las reproducciones de los frescos que ilustran este artículo han sido tomadas del segundo volumen de la Historia de la literatura universal de Martín de Riquer y José María Valverde, publicada por Planeta, donde se puede encontrar alguna más).
Fuente: El Diario.es (escrito por Antonio Orejudo)