Por Víctor Hugo
Machaca
Los grupos humanos
andinos, desde la época prehispánica, rendían culto a los muertos, como ocurría
en muchas partes del mundo. Con la llegada de los españoles se produjo una
mezcla de culturas, imbricándose así la idiosincrasia cristiana con la
ritualidad indígena.
El resultado fue un
entramado de costumbres alambicadas de raíces locales, imposiciones foráneas y
sincretismos prolongados. Actualmente cada cultura presenta variadas formas de
celebración pero, en general, se cumple con ciertos rituales comunes a todos
los pueblos: recibir a los seres fallecidos y compartir con ellos su
"estadía”.
Para el caso de los
cementerios "clandestinos” tomamos otras connotaciones. La tesis de
licenciatura de Alejandro Barrientos Salinas, titulada Espacialidad y proxémica
en los escenarios urbanos de la muerte: cementerio en la ciudad de La Paz del
año 2004, es muy importante para ver esta parte.
El autor nos recuerda
que entre la última etapa de la época colonial y los comienzos de la República,
los escenarios funerarios entran en un nuevo proceso de redefinición espacial
(p. 53). Este hecho se inicia a partir de
una orden del rey Carlos III en 1775, en la cual se menciona "…la
abolición de los cementerios parroquiales, tanto en España como en sus
colonias” (Benavente, 1997). Por lo tanto, se busca otros espacios para sepultar a los finados,
aunque debe tenerse en cuenta que los enterramientos indígenas no siempre se
regían ni a la legislación ni a las prácticas europeas.
El Cementerio General
es establecido en 1826, en aquel entonces ubicado fuera de los límites de la
ciudad de La Paz. Como menciona Barrientos, esta fundación despertó
controversia en la población, puesto que consistía en una reorganización y
reubicación del espacio funerario y significaba pasar del cementerio como
espacio sacro al cementerio como espacio público.
Fue un reflejo de la
tendencia acelerada de crecimiento poblacional de la ciudad de La Paz y la
mancha urbana, vista en las alteraciones del espacio funerario, con lo que se
produjeron "sobreocupaciones o irrupciones irremediables” (Barrientos, p.
55).
Como consecuencia de esto surgió la necesidad de
establecer nuevos asentamientos funerarios, muchos que tendrán la etiqueta de
"clandestinos”, desde ya hace décadas: "En la ciudad de La Paz
funcionaban 43 cementerios clandestinos [sic] hasta 1977…”. En este 2014 el
director de Servicios Municipales de la Alcaldía de La Paz, Sergio Siles, cita
28 cementerios que tendrían aquella categoría.
Para Barrientos, el
apelativo de cementerios "clandestinos”, atribuido por medios de
comunicación y autoridades, no refleja su verdadera condición. Él los toma como
"cementerios urbanos particulares” y que claramente surgen en compensación
al cementerio general, ya que se trata de escenarios urbanos conocidos y
concurridos, y que son legitimados por quienes ocupan cotidianamente y los
ritualizan y revitalizan a la vez periódicamente, sobre todo para Todos Santos.
Es en este tiempo
donde la riqueza de las tradiciones se acentúa. El oculto campo santo se nutre
de familias, que arman sus mesas (apxatas) casi a modo de altares dispuestos de
un sinnúmero de bastimentos, de "risiris” haciendo de su prosa cantada la
plegaria que llevará a los fallecidos a buen destino; de músicos y sus
composiciones que congregan y alegran, entre otras manifestaciones.
En la misma línea,
las restricciones hechas al campo santo más importante de la ciudad, hasta del
ingreso de comida, el limitado espacio que les coparía, a sabiendas que la
querencia a los fallecidos motiva hacer grandes apxatas, con grandes grupos
humanos, obligan en buena medida a los familiares a buscar espacios más
"privados” y alejados del control, ya sea en los llamados cementerios
"clandestinos”, o en calles y casas. También está implicado el lugar donde
fueron enterrados los seres queridos.
Con esto se puede
apreciar que buena parte de la riqueza de esta festividad se la puede hallar en
aquellos escenarios de la muerte "clandestinos”, antes que en los legales.
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