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martes, 26 de mayo de 2015

Halifax: La ciudad que se convirtió en un cementerio de las víctimas del Titanic




Por Carina Almarza

Todos conocemos la llamativa historia del Titanic, el transatlántico que destacó por ser uno de los más grandes y lujosos de la época. Sus finos tapices, inigualable comodidad y renombre, no fueron suficientes para evitar que el “inhundible” tuviera un fatal desenlace en las frías aguas del Atlántico.
Fue en ese entonces la desconocida ciudad de Halifax, capital de la provincia de Nueva Escocia en Canadá, la que tuvo un papel fundamental en la historia de quienes resultaron ser las víctimas del barco que prometía alcanzar fama mundial.
Gracias a que la localidad se encontraba a 1.100 kilómetros al oeste desde donde el Titanic chocó contra el iceberg, es que fue posible albergar las docenas de cadáveres que lograron llegar a tierra firme, pese a que otros no tuvieron la misma suerte.
El rescate de los cuerpos
A eso de las 2:20 de la madrugada del 15 de abril el trasatlántico se dividió, dejando a una gran cantidad de personas en el océano, cuyas voces no paraban de suplicar el regreso de los cerca de 22 botes que albergaban sólo a aquellos de la clase alta -entre mujeres y niños que tenían la preferencia-.
El frío y el cansancio poco a poco fueron consumiendo las pocas energías de quienes se aferraban a la vida. En cuestión de horas aquellos que clamaban por un rescate, lentamente fueron sucumbiendo ante la adversidad del clima.
La compañía White Star, dueña del Titanic, luego de percatarse del desolador panorama, decidieron enviar algunos barcos con la tarea de rastrear la zona del naufragio y rescatarse cadáveres.
Posible iceberg que habría impactado al Titanic
La primera expedición estuvo a cargo de la máquina canadiense, MacKay-Bennett. Luego de algunas horas de ocurrida la tragedia, el barco navegó con destino al lugar del accidente. Poco a poco quienes iban a bordo del buque comenzaron a percatarse de la magnitud del hecho. En el horizonte lograron divisar numeroso puntos blancos.
Más adelante el panorama era aún peor, ex tripulantes yacían congelados flotando en la inmensidad del mar, algunos con chalecos salvavidas, otros con la piel morada producto de los golpes, brazos y cráneos fracturados, mientras que el resto permanecía aferrado a algunos restos del Titanic.
Pese a que el Bennett iba preparado con un sacerdote, un médico, un equipo de embalsamamiento, 100 ataúdes y bolsas de lona para trasladar los cuerpos, todo ello no fue suficiente con la gran cantidad de fallecidos que había en el lugar.
Si bien lograron rescatar 306 cadáveres, pronto el líquido utilizado para embalsamar los restos se fue acabando. Luego de realizar la correspondiente ceremonia fúnebre al interior de la nave, 116 cuerpos -los que se encontraban en peores condiciones- fueron nuevamente enviados al fondo del mar.
Un segundo buque, el Minia, navegó también por la zona pero no tuvo la misma suerte del primer barco. Logró rescatar 17 cadáveres, mientras que una tercera nave, el Montmagny, sólo encontró 4. El clima, las corrientes marinas y el paso de los días complicaron las labores de búsqueda.



 
Los habitantes de Halifax instalaron numerosas banderas negras y moradas en todas las viviendas y edificios públicos mostrando su pesar tras la dura realidad. Pronto la noticia respecto al rescate traspasó el continente, situación ante la cual la localidad se repletó de familiares que intentaban dar con el paradero de algunos desaparecidos, curiosos y la prensa.
Los cuerpos -que venían dentro de ataúdes y bolsas- fueron arrastrados por caballos por la ciudad, improvisando una especie de morgue hasta donde trasladaron los restos, pese a que sólo se trataba de la pista de hielo Mayflower Curling. Fue allí donde se intentaba identificar a las víctimas utilizando una forma muy peculiar debido a que no se tenían mayores antecedentes de sus grupos familiares.
Blusas, faldas, enaguas, joyas y zapatos sirvieron para describir a cada ex tripulante, colocando sus efectos personales en bolsas de lona, además de un número con la esperanza de que algún día alguien pudiese reconocerle.
Cementerio de Fairview Lawn
Fairview Lawn Cementery
Gracias a que algunos poseían grabados en sus joyas o vestimentas, fue posible identificar a un total de 101 pasajeros, la mayoría de la primera o segunda clase. En tanto, al 25% restante -que no había reconocido- se le escribían reseñas como: “Probablemente italiana; llevaba dos blusas verdes de algodón, una falda verde de algodón, enaguas a rayas; nada más para identificarla”.
Un total de 150 cadáveres fueron llevados hasta el cementerio de Fairview Lawn, campo santo que levantó lápidas de piedra gris en recuerdo a las víctimas del Titanic.
Fue EW Christie quien ideó instalar en filas las tumbas siguiendo una suave línea por el campo, coincidentemente la curva de los sepulcros sugieren el contorno de la proa de un barco, hecho que sin duda llamó la atención de los numerosos visitantes que cada año llegan hasta el lugar sagrado para conocer un poco más sobre la tragedia del Titanic.
Algunas lápidas destacan por sus escritos y algunos adornos en el exterior, precisamente éstas corresponden a familias más adineradas, mientras que las que jamás fueron identificadas, sólo poseen la fecha de muerte.

El niño desconocido
La tumba del "niño desconocido"
Pese a que todas las tumbas son parecidas, existe un monolito en especial que ha desencadenado a través de los años la curiosidad de los visitantes. Se trata de la tumba del “niño desconocido”.  
Cuando el primer barco canadiense se encontraba surcando las aguas en la búsqueda de cuerpos, los tripulantes del Mackay-Bennet vieron una silueta que les llamó profundamente la atención. Se trataba de un lactante quien se encontraba completamente congelado pese a que llevaba cuatro capas de ropa. El frío no había perdonado ni a los más indefensos.
Conmovidos por el hallazgo decidieron reunir dinero y fueron los propios marinos del buque quienes pagaron su entierro. Su tumba permaneció cerca de 100 años con el rótulo “el niño desconocido”.
Pero previo a su entierro, el menor fue trasladado hasta la pista de patinaje que improvisó una morgue, lugar que era custodiado por el policía Clarence Northover. Luego de cuidar el lugar por varios días, a modo de evitar infecciones a raíz de los restos además de los posible robos de las pertenencias de los fallecidos, se le ordenó quemar la ropa. Fue en ese momento que encontró unos pequeños zapatos cafés que correspondía al lactante de 19 semanas que había sido encontrado por los marinos.
Zapatos del "niño desconocido"
Northover se negó a quemar dichas prendas del menor y decidió mantenerlas en su oficina. Con el paso de los años y cuando llegó el momento de jubilarse, se llevó los pequeños zapatos hasta su viviendas, traspasando este importante legado por generaciones.
Lo que precisamente en ese tiempo no se sabía es que este “tesoro” sería de vital importancia un siglo más tarde para esclarecer la identidad del pequeño fallecido.
Luego de realizar en 2007 algunas pruebas más exactas de ADN, finalmente se logró esclarecer que los restos pertenecían a Sidney Leslie Goodwin, quien viajaba junto su padre Fredericks Goodwin  y su madre Augusta, además de sus cinco hermanos Lillian, Charles, William, Jessie y Harold, hacia Estados Unidos en busca del sueño americano. Lamentablemente ninguno de ellos sobrevivió.
El niño desconocido se convirtió en una leyenda en Halifax, siendo una de las tumbas más visitadas por los turistas que llegan hasta la localidad.
La clase social también marcó la muerte
Durante el siglo XIX sin duda se vivía una realidad donde las clases sociales predominaban por sobre otras cosas. Claro ejemplo fueron los diversos compartimientos construidos en el Titanic, donde ninguna escalera de la primera clase se topaba con los de la tercera.
Esta también fue una poderosa razón que llevó a los más acomodados a lograr tener acceso a la parte alta del barco, obtener chalecos salvavidas y poder optar a subirse a uno de los 22 botes disponibles para la emergencia, esto a diferencia de quienes se encontraban en los últimos escaños, siendo condenados a morir.
De acuerdo a lo estipulado por la comisión de investigación del Senado de Estados Unidos, a bordo del Titanic viajaban en total 2.223 personas, de ellas 706 se salvaron mientras que los otros 1.517 fallecieron congelados o ahogados. Respecto a los que perecieron, 130 eran de la primera clase, 166 de segunda y 536 de tercera clase.
Al momento de enterrar los cuerpos encontrados flotando en el mar, la clase social también primó. Muchos restos fueron devueltos al océano al no lograr identificarlos, otros fueron sepultados en bolsas de lona, mientras que los que corrieron mejor suerte fueron aquellos cuyas pertenencias permitían atribuir su identidad, siendo enterrados en un ataúd.
Pero más allá del tipo de sepultura a la que se pudo acceder, lo cierto es que ricos y pobres se vieron inmersos en una historia que traspasó las fronteras y que se mantiene hasta nuestros días. Si bien sus creadores apuntaban que “ni Dios podría hundir al Titanic”, el barco finalmente se convirtió en una leyenda, aquella que condujo hasta la muerte a miles de personas, siendo una de las mayores tragedias marinas en tiempos de paz.

domingo, 1 de marzo de 2015

Aparece el cadáver de Ricardo III, el malvado monarca inmortalizado por Shakespeare





 Por Carlos Fresneda


"Traición, traición, traición"... Las últimas palabras de Ricardo III han resonado hoy con más fuerza que nunca tras confirmarse que el esqueleto hallado en septiembre pasado, en un aparcamiento de Leicester, es efectivamente el del último monarca de la casa York, fallecido en 1485 durante la batalla de Bosworth ante el ejército de Enrique Tudor (que le sucedió en el trono de Inglaterra como Enrique VII).
Los investigadores de la Universidad de Leicester han confirmado que las lesiones de la batalla y la escoliosis de la columna vertebral concuerdan con las características físicas de Ricardo III. Los arqueólogos han comparado también el ADN de los huesos con los de un descendiente de su hermana Ana de York, y el resultado ha sido positivo. La noticia ha sido celebrada con un repicar incesante de campanas en Leicester, una de las ciudades más antiguas de Inglaterra, con más de 20 siglos de historia en sus ruinas medievales, romanas y celtas.
"¡Esos huesos se quedarán en Leicester o se los llevarán en todo caso por encima de mi cadáver!", ha declarado el alcalde local, Peter Soulsby, que ha destinado más de un millón de euros a la compra de unos terrenos aledaños para erigir un museo en honor a la vida y milagros de Ricardo III.


El hallazgo de la cabeza

El cráneo fue lo primero en aparecer durante las excavaciones realizadas el pasado verano en un aparcamiento junto a la iglesia de Grey Friars. Los arqueólogos lograron recuperarlo prácticamente intacto, con la mayoría de los dientes y sin apenas desperfectos, salvo las lesiones en la base de la parte trasera que han sido además fundamentales para poder confirmar que pertenecieron al último rey medieval de Inglaterra.
"El cráneo estaba en unas condiciones excepcionalmente buenas", ha reconocido el bioarqueólogo Jo Appleby, al frente del equipo que ha estado analizando los restos mortales durante cuatro meses. Pese a la fragilidad de los restos, hemos logrado obtener mucha un información muy detallada".
La aparición del resto del esqueleto, con una cabeza de flecha alojada en la columna y la desviación causante de la chepa, sirvió para reforzar la tesis de que se trataba efectivamente del esqueleto del monarca, desenterrado poral cabo de más de 500 años.
Según el recuento histórico de Polidoro Virgilio, cronista oficial de Enrique VII, el cadáver de Ricardo III fue exhibido públicamente a 22 kilómetros de Leicester tras su muerte en la batalla de Bosworth y antes de ser enterrado en la abadía franciscana de Greyfriars.
Ricardo III murió "luchando como un hombre ante la presión de sus enemigos" y llegó inclusó a matar al portaestandarte de Enrique VII, antes de caer abatido y de culpar en el último momento de su derrota al cambio de bando del barón Stanley que desequilibró finalmente la batalla: "Traición, traición, traición"...

¿Infidelidad en la corona?

¿Y si toda la historia de la corona británica, desde Ricardo III en adelante, estuviera viciada por un adulterio? Nadie habría imaginado que, cinco siglos después de su muerte, la aparición del rey inmortalizado por Shakespeare como un temible villano pondría en jaque a sus sucesores. Este increíble capítulo de la historia comenzó en febrero de 2012 cuando fueron hallados los presuntos restos de Ricardo III bajo un estacionamiento de Leicester. Luego de meses de estudios, en los que se cotejó el ADN de los restos con el de un descendiente directo, los científicos han confirmado la presunción. Se trata de Ricardo III, quien falleciera a los 32 años en la batalla de Bosworth, donde fue vencido por Enrique Tudor.
Y no sólo eso: los estudios han detectado una ruptura en la historia genética que implicaría una infidelidad y, por consiguiente, la ilegitimidad de todos los eslabones reales de los últimos siglos. La ruptura del cromosoma Y, solo explicable por una “falsa paternidad” pone en duda la sucesión “sanguínea”, aunque no se sabe en qué eslabón de la cadena se cometió. Por las dudas, los investigadores de la Universidad de Leicester  aclararon: "no estamos afirmando de ninguna manera que Su Majestad Isabel II no debería estar en el trono". Pero la duda histórica ha sido sembrada. Según la investigación, la ruptura afecta a la legitimidad de Enrique IV,  Enrique V, Enrique VI y de "toda la dinastía Tudor", empezando por Enrique VII y siguiendo por Enrique VIII, Eduardo VI, María I e Isabel I. Así, al tiempo que se confirma uno de los hallazgos históricos más relevantes en mucho tiempo, se abre un nuevo interrogante que deparará el desvelo de los científicos y de la familia Real británica.

Fuentes:  http://www.elmundo.es/elmundo/2013/02/04/cultura/1359975198.html
http://co.tuhistory.com/noticias/el-cadaver-de-ricardo-iii-el-rey-villano-y-una-infidelidad-que-sacude-la-realeza-britanica