Por Javier Agüero
Fuente: http://www.elmostrador.cl/opinion/2014/05/03/la-tumba-de-derrida-mas-un-parrafo-sobre-el-chile-imposible/
Ris Orangis es una
localidad ubicada a 23 kilómetros al sur de París. Con mucho de pueblo que
orbita a la gran ciudad, es decir bucólico, casi demasiado tranquilo y siempre
en pausa, esta localidad acoge en su cementerio la tumba de Jacques Derrida,
filósofo mayor de la filosofía del siglo XX y cuyas ideas, conceptos y
sabotajes metafísicos determinaron, quizás y para siempre, la historia del
pensamiento occidental.
Llegamos a Ris Orangis en
tren. Después de encontrar el cementerio comenzamos la búsqueda y el
peregrinaje hacia la tumba del filósofo, oculta y dispersa entre los miles de
mausoleos en honor a soldados de la primera y segunda guerra mundial, de la
guerra de Argelia, a los “mártires” de la guerra de Indochina y a un largo
etcétera bélico. Curioso, inicialmente, que no existiera alguna indicación de
cómo llegar a la que era, quizás, la tumba más célebre del cementerio (los
cementerios de París, como saben quienes los conocen, son verdaderos museos de
cadáveres famosos donde todo está indicado y señalado geométricamente). Curioso
también que los propios habitantes de Ris Orangis que visitaban a sus
familiares muertos no hubieran escuchado nunca el nombre “Jacques Derrida”, y
que el tono de sus respuestas a nuestras preguntas fuera algo así como: “He
vivido 50 años en este lugar y nunca me enteré que aquí estaba enterrado un
filósofo conocido”. Con todo, la búsqueda no resultó tan exageradamente larga y
una hora no fue algo extenuante. Su sepultura, además, se diferenciaba del
resto porque en vez de flores tenía piedras, milenaria costumbre judía que
indica que las piedras no se marchitan y que acompañan sin tiempo al muerto, a
diferencia de la corta vida de una flor. Éramos los únicos frente a su tumba.
Pensando en Chile y en su
contexto actual, cito al muerto de Ris Orangis: «No hay democracia sin
literatura, y no hay literatura sin democracia». La literatura aquí es lo
imposible, la metáfora, y la democracia en esta línea siempre es perfectible,
nunca terminada y vice-versa. Entonces y “más allá de los fumadores de opio
chilensis”; de la educación pública, gratuita y de calidad que nos enrostran
como imposible; por sobre los imperativos macro y microeconómicos que traban la
reforma tributaria; más allá de las voces calculistas e instrumentales que no
ven alternativa alguna para una cambio a la constitución viciada y llena de
trampas que rige y di-rige a la sociedad chilena en la actualidad, planeando
sobre cada una de estas ataduras normativas.
Resumiendo, no es muy
sabido que Derrida está enterrado en Ris Orangis; no hay indicaciones para
llegar a su tumba; no mucha gente del pueblo está al tanto, al parecer, que en
su cementerio reposan los restos de un genio del pensamiento occidental; su
tumba, igualmente, no es un artefacto pop que atrae a cientos de visitantes
diarios como sí lo es, por ejemplo, la de Jim Morrison en el Père Lachaise de
París. La huella y el secreto (el mismo que atravesó toda la vida de este judío
sefardí llamado originalmente “Jackie Elí” y que tuvo que afrancesar su primer
nombre a “Jack” al tiempo que borrar el segundo de todo documento
identificatorio para evitar la cacería Nazi una vez que fue obligado a dejar
Argelia junto a su familia), conceptos claves en su filosofía, fueron
compañeros en la experiencia de nuestra visita que, a esta altura, ya era mucho
más que el burdo fetiche estético de conocer “el sepulcro del maestro”.
Como era de esperar, frente
a su tumba pensé en nociones como différance, huella, archihuella, secreto o
espectro, lo que implica deslizarse a ese espacio del pensamiento que no está
constituido y que se libera de cualquier intención categorizante aunque, al
mismo tiempo, estas nociones son constitutivas de aquello que se expresa en una
forma o historia específica. Y es así siempre con Derrida, cada vez que el
pensamiento o la historia indican un cierre, una cláusula, su herencia nos
pro-mueve hacia el lado de lo que está ausente, fuera de toda consideración
presente, llamando al margen e invocando los pliegues de un sentido que se
disemina por fuera de cualquier estructura.
Sin embargo esta filosofía,
la de la deconstrucción, es una invitación permanente, ética y urgente al
momento de pensar lo contingente. Por más que su intento de definición colinde
con lo imposible (como sostiene el mismo Derrida en relación a la
deconstrucción: “experiencia de lo imposible”), la política, “lo” político, las
idas y vueltas del quehacer cotidiano en el ámbito de lo público y todo lo que
es activo y observable, no puede sino ser sometido a este ejercicio de
desmantelación como el que la deconstrucción invoca. Todo esto porque la
deconstrucción no tiene objetivo sino horizonte; no es un método sino un
acontecimiento; no hay reglas sino intuiciones; no hay muertos “o” vivos sino
espectros “y” vivos azuzándose en el centro de un sentido marginalizado por
vocación crítica. Apurando una síntesis, lo imposible es lo que se transparenta
tras toda posibilidad.
Pensando en Chile y en su
contexto actual, cito al muerto de Ris Orangis: «No hay democracia sin
literatura, y no hay literatura sin democracia». La literatura aquí es lo
imposible, la metáfora, y la democracia en esta línea siempre es perfectible,
nunca terminada y vice-versa. Entonces y “más allá de los fumadores de opio
chilensis”; de la educación pública, gratuita y de calidad que nos enrostran
como imposible; por sobre los imperativos macro y microeconómicos que traban la
reforma tributaria; más allá de las voces calculistas e instrumentales que no
ven alternativa alguna para una cambio a la constitución viciada y llena de
trampas que rige y di-rige a la sociedad chilena en la actualidad, planeando
sobre cada una de estas ataduras normativas, el muerto de Ris Orangis nos dice
que sólo es desde eso que parece imposible que lo posible mismo se altera y
expande los horizontes de la justicia. Evidenciar lo que parece lo imposible es
lo que nos deja este muerto.
El tren de vuelta nos dejó
en un París lluvioso y con la noche ya en su sitio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario