Por Silvia Murillo
Fotografía José Morán
A las 16:00, la paz que reina en el Cementerio
Patrimonial de Guayaquil se ve trastocada por el agitado caminar, aunque
sigiloso, de decenas de gatos que reciben —casi con fanfarria— a una mujer de
mediana estatura, que lleva consigo una funda. Inmediatamente el maullar de los
felinos irrumpe en el silencio al tiempo que ellos rodean a Rosa Cofre, nombre
con el que se identifica esta manabita, quien por 10 años ha alimentado a los
gatos que habitan en el camposanto. Ella se muestra un poco reacia a contar su
diario trajinar argumentando que hay personas inescrupulosas que al enterarse
de que estos animales son alimentados, van por la noche a botar a los suyos. A
medida que pasan los segundos, más gatos se suman a la comilona, y Rosa, llena
de gusto al verlos, los identifica como cualquier madre lo hace con sus hijos.
“Esa es la Bonita, allá está la Katy, y ese macho de ahí es Chichobelo”. Sobre
el último felino nombrado dice que como es “guapo” se va a molestar a las gatas
que están por las otras puertas y le pega a los demás machos. Los cerca de 120
gatos que habitan en el cementerio tienen sus historias y Rosa se las sabe a la
perfección; conoce cuáles nacieron allí y cuáles son los que llegaron producto
del desamor de sus dueños que prefirieron deshacerse de ellos. La mujer se pone
melancólica al revelar que muy pronto tendrá que abandonar a sus protegidos,
pues tiene dolencias en la columna vertebral y una afección en la visión. Como
tratando de consolarse dice que nadie es irremplazable y que quizás quien tome
la posta de alimentar a los gatos lo haga mejor que ella. Al mismo tiempo se
contradice y argumenta: “No sé si otra persona va a hacer lo mismo que yo,
porque además de darles de comer yo los rescato, llevo a las hembras a hacerlas
ligar y a que los atiendan cuando enferman”. Enfermedades Doña Rosa aclara que
la benefactora de estos animales es otra persona —de la cual no revela su
identidad— y que ella solo cumple órdenes. Sin embargo, su amor por los felinos
hace que entristezca cuando habla de sus padecimientos. Resalta que una de las
gatas sufre de gingivitis, que también le dio anemia, hepatitis y además tiene
insuficiencia renal. “Cuando se enferman de caries y no se curan las
consecuencias son peores que en las personas”. A las gatas que han sido ligadas
las reconoce porque tienen una oreja cortada en la punta que las identifica.
Mientras cuenta que todos los días, por 2 horas, recorre casi todo el
cementerio para alimentar a las que se han convertido en sus mascotas,
cuantifica a los felinos según las distintas puertas de ingreso al lugar. “En
la puerta N°. 3 hay 17 gatos, en la N°. 6 existen 19, en la N°. 13 son 22...”,
y sigue dando detalles de sus mimados que son de diferentes edades, colores y
características. Luego de darles de comer les cambia el agua de los recipientes
plásticos que están colocados cerca de las tumbas. Diariamente la mujer les
lleva 15 libras de alimento para gatos y afirma que los 4 sacos que reciben en
donación ya no alcanzan para el mes sino solo para 18 días; es ahí cuando su
preocupación aumenta. Ella apresura el paso, pues debe seguir con su recorrido,
ya que sus otros comensales la están esperando. Mientras llega el alimento,
algunos mininos toman un descanso encima de las tumbas; se los nota cómodos y
confiados, y su actitud es la de un guardián. Ante la inquietud de si a los
gatitos bebés igual los provee de pepas, ella dice que cuando tiene dinero les
compra leche, pero solo para los pequeñitos. La manabita, que desde muy pequeña
radica en Guayaquil, destaca que son muy tristes las historias de las que ha
sido partícipe. “Hay personas que botan a los animalitos recién nacidos a las
alcantarillas y cuando estas se llenan salen ya ahogados”. Los ojos de Rosa se
enrojecen de la pena, pero rápido recobra la cordura y se encamina hacia el
encuentro con el resto de gatos, esos a los que otros les dieron la espalda, y
ella y otra persona caritativa decidieron no dejar morir. (I) DATOS El artículo
249 del COIP sanciona con pena privativa de libertad de 3 a 7 días a aquellas
personas que por acción y omisión causen daño, produzcan lesiones, deterioro a
la integridad física de una mascota o animal de compañía. Estas deberán cumplir
de 50 a 100 horas de servicio comunitario. De esta disposición se exceptúan las
acciones tendientes a poner fin a sufrimientos ocasionados por accidentes
graves, por enfermedades o por motivos de fuerza mayor.
Fuente: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/septimo-dia/51/en-el-cementerio-se-respira-paz-y-amor-por-los-desvalidos
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