Morille, pueblo situado a unos 18 kilómetros de
Salamanca, paso obligado en la Vía de la Plata, enclave minero de cierta
importancia durante los años 50 (sobre todo, por la explotación de
minas de Wolframio, abandonadas hoy), alberga también el recinto funerario más singular de España: el Cementerio de Arte de Morille.
Aquí reposan una treintena de obras de arte contemporáneo, incluidas
las cenizas de un hombre: Pierre Klossowski, escritor y filósofo francés
fallecido en 2001.
El cementerio, que ocupa una parcela de 90.000 metros cuadrados
cedida por el ayuntamiento de esta localidad salmantina, nos invita a
reflexionar sobre el papel de la obra de arte y su relación con el
espacio museístico. Lo cuestiona, a veces con ironía, a veces desde la
insurrección. Aquí podemos encontrar casi cualquier forma de expresión
artística, cualquier formato, desde piezas plásticas hasta
intervenciones performáticas (como la Performance a varias velocidades
de Esther Ferrer), obras literarias y cinematográficas (una copia de
Buried, de Rodrigo Cortés), los planos de una catedral (la de Pocillo de
Alarcón), documentos audiovisuales relativos a los campos de
concentración de la dictadura chilena, unos zapatos de Quico Rivas e
incluso una camiseta y un balón de fútbol (enterrados por Vicente del
Bosque después del triunfo de la selección española en el último
mundial). También el escritor Fernando Arrabal ha expresado su deseo de
que al menos una parte de sus cenizas acaben en este Museo-Mausoleo. De
momento, Arrabal ha dejado en prenda un libro manuscrito que realizó en
homenaje al filósofo Spinoza, obra enterrada en febrero de 2009.
¿Qué tienen todas estas piezas en común? Tal vez que
ya nunca podremos verlas expuestas en un museo o en una galería. Nunca
tendremos la oportunidad de tocarlas, ni pasaremos sus páginas, ni
escucharemos sus notas. Nunca podremos asistir a esa misma performance
que yace bajo nuestros pies, como nos advierte su epitafio. Otras muchas
siguen en lista de espera para pasar ¿a mejor vida? El Cementerio de
Morille parece decirnos que existe, al menos, una posibilidad, una
promesa de resurrección tras la muerte (metafórica) de la obra
artística. No obstante, para los más reacios a creer en la vida de
ultratumba, todos los sepelios se documentan y catalogan, con
el fin de crear un Centro Documental que, como si de un Registro Civil
se tratara, nos permita tener acceso al material enterrado.
Domingo Sánchez Blanco, principal ideólogo de este proyecto, y Javier Utray (fallecido en 2008) inauguraron el cementerio en diciembre de 2005 con el soterramiento de dos piezas: un Pontiac Grand Prix
vinculado a la vanguardia española (proyecto de Utray, a quien
perteneció el vehículo) y las ya mencionadas cenizas de Klossowski,
cedidas por él mismo a Sánchez Blanco unos meses antes de su
fallecimiento en París. No sabemos qué le dijo Domingo Sánchez Blanco a
Pierre Klossowski para persuadirlo. Tal vez, que pensaba convertirlo en
obra de arte. Y que las obras de arte nunca mueren, ni siquiera cuando
las entierran
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