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Introducción
La violencia constituye una problemática abordada en
distintos estudios, recortes de prensa, reportajes televisivos, así como en
diálogos cotidianos ciudadanos. Es una constante en las sociedades modernas que
se ha expresado de múltiples formas: física, sexual, patrimonial, psicológica,
institucional, simbólica, entre las más tratadas por distintas/os académicas/os
de las ciencias humanas (Hernández 2002; Blair Trujillo 2009; Parra y Tortosa
2003; Glockner 2017; Posada 2017). No obstante, cada uno de los ámbitos
mencionados tiene componentes y elementos que la hacen más o menos visible;
cada uno responde a formas de organización social, cultural, política y
económica de los conglomerados en los que surgen; cada uno tiene relación
directa con una maquinaria narrativa y con una forma de nominar los cuerpos y
las cosas (Barraca Mairal 2011). Es decir, el lenguaje atraviesa todo aquello
que se engarza con la violencia. Esta, se ubica en todos los espacios de la
vida humana: está en lo doméstico, en lo público, en lo laboral o en lo
educativo, y por la forma en la que está organizada la sociedad (OPS/OMS 2002)
son las mujeres las que han llevado, históricamente, la peor parte.
La Organización Panamericana de la Salud para la
Organización Mundial de la Salud, en su informe, hace mención al fenómeno de la
violencia como “un problema complejo, relacionado con esquemas de pensamiento y
comportamiento conformados por multitud de fuerzas en el seno de nuestras
familias, comunidades, fuerzas que pueden traspasar las fronteras nacionales”
(OPS/OMS 2002, 9). Evidentemente, la referencia es a la violencia como un
fenómeno social que nos atraviesa, pero que al mismo tiempo tiene la capacidad
para movilizar conductas e imaginarios colectivos. No es estática: muta, se
mueve y se adapta a los distintos contextos a nivel mundial. En se sentido, es
posible asegurar que la violencia está inscrita en una complejidad
práctico-discursiva que se engarza con una serie de contextos, circunstancias y
relaciones. Desde esa perspectiva, pensar en la erradicación de la violencia no
es imposible ya que es un fenómeno social fuertemente arraigado a la cultura, a
la historia, a la política y a la economía.
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