La salsa y el reggaetón, a veces las rancheras y el vallenato. Las balas y su sonido seco disparadas en ráfagas. El aguardiente, el ron, la cerveza, el anís o el whisky. Motos, muchas motos. Y droga.
Todos parecen los aderezos necesarios de una fiesta. Y así es. Ninguno falta en los entierros que en Caracas se hacen para honrar, en los sectores populares, la muerte de un amigo que fue asesinado a tiros. La muerte, para ellos, es una fiesta en la que hay rabia contenida y muchas lágrimas.
Cantan, tararean, juran venganza, lloran. Fuman, aspiran, beben del pico de distintas botellas. Las bocinas de los carros entonan las canciones que en vida le gustaban al que ya no está. También suenan canciones que amigos, familiares, esposas, novias o queridas, deciden dedicarle para darle el último adiós. Hay canciones de tradición, como una de Tito Rojas:
Cuando ustedes me estén despidiendo / con el último adiós de este mundo / no me lloren que nadie es eterno / nadie vuelve del sueño profundo. / Sufrirás, llorarás, mientras / te acostumbras a perder. / Después te resignarás, cuando ya / no me vuelvas a ver.
Hay otras que definitivamente hablan de guerra y de la venganza que viene, como una de Wissin y Yandel:
Ya me voy. Si me pasa algo, cuida a mis hijos. / Por un malentendido reventaron a mi / amigo, ahora tengo enemigos. / Explotó la guerra / cuida a mis hijos.
Los tiros al aire se dan en bloques. Algunos a la salida de la funeraria, aunque desde hace unos cuatro meses los deudos tratan de no hacerlo para evitar problemas. Las armas las sacan en la primera parada que hace la urna que siempre es el lugar favorito del difunto. Allí llega la carroza fúnebre, obligan al conductor a detenerse. Sacan el féretro y empiezan a bailar.
En hombros, unos seis amigos cargan la caja. Y sincronizados en el balanceo, dan cuatro pasos hacia adelante y dos para atrás. A veces el balanceo se hace en el mismo sitio.
El baile
Mientras eso pasa, las cornetas de los carros gritan alguna canción. Las motos son colocadas en círculo, todas con el manubrio hacia donde está el féretro. Coordinan que todas tengan la velocidad en neutro y ahí comienzan todos a acelerar los motores. El bramido de 50 motos ensordece y aterra. Es el grito de dolor desgarrado de cada uno de los deudos.
Después, como si lo hubiesen ensayado, las motos dan media vuelta y empiezan las piruetas. Pasan una hora y luego se van rumbo al cementerio.
Casi siempre, la vía que toma el cortejo fúnebre es por la autopista Francisco Fajardo rumbo al Cementerio General del Sur. En el recorrido, es ya parte de la rutina trancar la vía. Eso se hace a la 1:30 de la tarde; poco más temprano, quizás.
Algunos funcionarios del Vivex que prefirieron no dar sus nombres hablan de unos ocho casos a la semana. “Cuando trancan la autopista. Mientras bailan al muerto, lo dejan en el piso un rato y le dan vueltas con algunas motos, otros motorizados aprovechan la tranca para robar a los conductores que se quedan atrapados. En un ratico puede haber unos 20 robos, calculamos, aunque no tenemos denuncias formales. Les quitan casi siempre los celulares. Y a todos los amedrentan con armas de fuego”.
Después de todo eso sigue el recorrido. Esta vez hay tiros al aire que anuncian junto al bramido furioso de las motos, que hay dolor y que está próxima la venganza.
Las motos dan media vuelta y empiezan las piruetas
El camposanto
El Cementerio General del Sur es la necrópolis por excelencia donde se dan estos “homenajes”. Allí una fuente dijo que de unos doce entierros diarios, ocho son homenajes tranquilos: “Solo con música”.
Al mes pueden llegar dos o tres, dice esta fuente que no pudo dar su nombre porque no tenía permiso de la gerencia para declarar, con la carga entera de la “fiesta”. “Pero como tenemos desde julio pasado un contingente de la Guardia Nacional en la entrada, pues logramos que no entren motos ni haya tiroteos. Ahora cuando hay emergencia carcelaria, por ejemplo, nos quedamos solo con cuatro militares y a veces no lo podemos controlar. Pero cuando el equipo está completo y escuchamos un tiroteo, no dejamos salir al grupo hasta que aparece la pistola”, dijo la fuente consultada.
Por su parte, Ubaldo Velázquez, coordinador institucional de la Cooperativa Asocotracem, contó que el último “homenaje” que hubo en el Cementerio General del Sur fue un fin de semana antes del Día de la Madre.
En otros cementerios
Este tipo se da también en cementerios como el de Antímano, El Junquito y El Cercado, pero nunca con tanto auge como en el del Sur.
“Eso es característico de grupos que no tienen muchos recursos y el cementerio de los pobres es éste, el General del Sur”, dijo Ubaldo. La manifestación no es nueva. Quizás se ha recrudecido en violencia, pero se da desde hace varios años.
El sociólogo Arturo Sosa advierte en su artículo El Malandro: ni héroe ni villano, publicado en la revista SIC número 557: “la expresión de fiesta que se vive en los homenajes es lo que más denota su nexo con la canalización de la muerte, y por ello lo que más contrasta con los rituales tradicionales donde la relación con la muerte se torna solemnemente lastimosa. Esto no quiere decir que esa apariencia gozosa anule o sustituya completamente el dolor y la tristeza, sino que la misma calidad de sentimientos encuentra formas opuestas de manifestaciones debido a diferencias socioculturales”.
Por: María Isoliett Iglesias